Condenado al Ostracismo.
Probablemente, tal como la democracia misma, el ostracismo, como un mecanismo defensivo del poder, sea arquetípico en nuestro inconsciente colectivo occidental. Desde ya que argumentar esto mismo, precisaría de la constitución misma de un tratado, sin embargo, y al sólo efecto de dotar de sentido a las presentes palabras nos limitaremos a expresar que la condena al ostracismo posee plena vigencia en urbes no tan populosas, que sin necesidad del acto mismo de la condena (en la actualidad un grupo de mensajería de celular o móvil reemplaza un encuentro o mitin de otrora, y el no manifestarse en contra de una acción inercial es prácticamente lo mismo que manifestarse escribiendo en la concha el nombre del condenado como en la antigua Grecia) la emprenden, mediante el dejar de lado, ningunear, o someter a una cruel indiferencia, a los que determinaron que son peligrosos para el sistema establecido.
El condenado al ostracismo, padece, sufre, la pena de que ni siquiera su penalidad ha sido publicada, socializada, o mucho menos mediatizada. En sociedades como las actuales, en donde se es mucho más en tanto y en cuanto lo que se da a conocer de uno mismo, en donde el honor, la honra y la “arete” o conjunto de valores esenciales, están vinculados, asociados y fijados, a lo que se expresa de uno, a lo que se menciona, como la cantidad de menciones que se posee, sobre todo en quiénes trabajan en la cosa pública, sea en el funcionariado o en sus abordajes teóricos, no ser saludado, no ser publicado, ser enrostrado, bajo la pertinaz indiferencia, es a todas luces el mismo acto de condena al ostracismo que otrora.
No se trata siquiera de ignorancia, desconocimiento o temor. Todos quienes participan en el sistema público, dirigentes políticos, sociales, gremiales, comunicacionales, empresariales y educativos, que observan en aquellos que llegan a sus dominios, por la vía no estipulada, no señalada por el camino concelebrado, previamente establecido, serán pasibles de ser condenados al ostracismo.
Claro que no son muchos, ni lo serán, los que desafían las reglas de juego estipuladas y pretendan arribar a los lugares mencionados, sin ser vencidos en el mientras tanto, por acciones que atentan contra la voluntad y el deseo de quién pretende que las cosas sean de otra manera, o al menos que “la manera” reinante, sea discutida, puesta en debate y discusión.
Esta anti-humanidad a la que la aclamatoria de mayorías nos ha llevado, en nombre, perversa y paradojalmente, de la humanidad, su desarrollo y crecimiento al que dice contribuir, es la peculiaridad más contundente de la que tengamos memoria. En nombre incluso de una democracia nominal, aspiracional, semántica o desiderativa, en donde estaría incluido como principio esencial la libertad de pensamiento y el ejercicio amplio de la expresión, la condena al ostracismo, es tal vez, la demostración más cabal, de que en verdad, no es más que todo una puesta en escena, en donde la libertad del hombre moderno, está garantizada, solo en tanto y en cuanto este se conduzca por el sendero, iluminado, por el camino permitido.
Se pensaba que la garantía del cumplimiento de los principios básicos de los derechos del hombre, consistía en que no abonáramos a sistemas de gobierno totalitarios, a medios que a través de la violencia explícita conculcaran el libre albedrío. Sin embargo, y en pos de, o como resultante, devinimos en esta mixtura, que condena, sentencia, y penaliza hasta quiénes, envían un correo electrónico, sin que su destinatario se lo haya pedido.
Por más banal y absurdo que el ejemplo resulte, lo cierto es que, hasta los supuestos medios de comunicación, que por definición, en ámbitos democráticos, deberían ser quiénes reciban y publiquen las consideraciones ciudadanas, son quienes rechazan, denuncian y no publican las expresiones que le llegan, sí es que estas no provienen del riñón de sus hombres autorizados para tener la palabra.
En todos los ámbitos ocurre esto mismo, a nivel educativo, laboral y hasta familiar. Ni que hablar en las esferas religiosas, deportivas o societarias, en donde los dogmas se cumplen como normas y viceversa.
Sólo tienen voz, los autorizados por el sistema imperante, quiénes obcecada u obedientemente, cumplen a rajatabla, para acceder o conducirse por los caminos establecidos y determinados. Aquellos que vamos por los márgenes, que pretendemos, creyendo que la humanidad radica en estas experiencias de arrojo, explorar otros senderos, somos condenados al ostracismo moderno señalado, que se disfraza o se encubre, por excusas varias, como falta de espacio en un medio de comunicación para ser publicado, falta de decoro en el envío de un correo electrónico por no ser requerido, subversión y violencia encubierta por pensar, proponer o reclamar un sistema político distinto.
Voz y voto, es la garantía de los supuestos sistemas democráticos que habitamos. El que no nos pongan mordaza y el tener una urna o ser convocados a elecciones cada tiempo, no significa que tengamos la seguridad plena de habitar en campos en donde se respeten nuestros derechos fundamentales como seres humanos. Podríamos arriesgar que es aún peor, o más ingrato, que nos hagan creer esto mismo, que nos muestren en papeles que lo tenemos por sentado, pero cuando queremos expresarnos, nos traten con indiferencia, nos ninguneen o nos hagan a un lado, por la condena que otrora se dio en llamar el ostracismo y que en nuestro occidente actual está más vigente que nunca.
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