Asociación ilícita.
Nuestra institucionalidad política, es una clara y cabal muestra de lo expresado. Es precisamente en este campo en donde el comportamiento individual, para tolerar nuestras limitaciones, se constituye como colectivo. Refrendamos en nuestra construcción democrática occidental de los últimos años, un proceder, que a ciencia cierta sabemos que será tramposo, que no se corresponderá con aquello por lo que decimos que iremos, sino en ese amague, en ese paso de trapisonda, es en donde encontramos la seguridad y la defensa ante la infelicidad que nos produciría estar al desnudo ante la posibilidad de verdad. El crear, esas institucionalidades, que señalamos como fundamentales para un estado de derecho democrático, para vaciarlas de sentido, anatematizarlas, amputarlas, y vejarlas, condicionando aquello por lo que nos proclamamos republicanos; la libertad política, coartada o cercenada, por quiénes ilegítimamente dicen representarnos. El orden establecido, que dice garantizarse, mediante instrumentos normativos y participación ciudadana, controlada o limitada, tiene como fin, casi en forma inversamente proporcional, aquello que dice defender o promocionar.
En definitiva no hacemos más que replicar el accionar individual. A nivel social, las asociaciones ilícitas, por las que optamos que gobiernen nuestro desgobierno, son, antes que nada y primordialmente, facciones tendientes a hacernos creer que trabajaran por aquello que nunca conseguirán. Reconocer que esto es lo que deseamos, podría constituirse, tal vez, en el único acto de libertad política, al que podamos aspirar. El sabernos y asumirnos como seres deseosos de ser engañados, táctica como estratégicamente, podría otorgarnos una sensación de placer, difícil de cuantificar.
Precisamente, esta es la razón por la cual en forma íntegra, la asociación ilícita está normalizada, aceptada socialmente y formar parte de alguna de ellas, es a lo máximo que podamos aspirar, porque tiene como destino, como finalidad, el defendernos de esta vida, el ocultarnos de los látigos de ese cruel genio maligno que antes que sufrir que él, eligió hacer torturar a su hijo, para que entendamos que es lo que puede pretender para nosotros, por más que nosotros, ilícita como antinaturalmente nos hayamos inventado aquello de que lo hizo para demostrarnos su amor incondicional e infinito. Creemos lo que queremos creer, no lo que es. Como la democracia que nos representa en la proverbialidad de nuestras miserias, en la refulgencia de nuestras asociaciones para transgredir, cuando no delinquir.
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