Las tetas que vos tapas, son los penes que deseas.
La mejor de las protestas es que las mujeres, que dominan (por usar un término de macho alfa, provocador o de realpolitik) a los hombres, los convenzan de que hagan una marcha del “Pichazo” (sabrá licenciar el neologismo utilizado y debidamente justificado) o que anden por la calle peatonal, o la costanera, como dios los trajo al mundo. Ellas, lo pueden hacer, cualquier mujer, convence al hombre de cualquier cosa, el problema, más allá de la violencia de género claro está, es que la mujer además de controlar y decidir las pautas culturales del mundo, en donde usa al hombre como herramienta, es que se dio cuenta, que el curso actual del mundo, no es tal como lo deseaba o pensaba. Lo pretende cambiar, razonablemente. Exige del hombre acompañamiento para ello, pero el hombre en una inercia instintiva, por intermedio de golpes, violencia, política (que es la continuidad de la guerra por otros medios), y desde ya, incapacidad, prefiere seguir habitando este mundo (occidental y capitalista) que ha sido ideado y pergeñado desde una perspectiva de género. El hombre no entiende el cambio de la mujer y reacciona desde su brutalidad, desde su ignorancia, desde su incomprensión y desde su pena por saber que sigue siendo usado por quiénes diseñan como tiene que estar armado y diseñado el mundo, o sus reglas de juego.
Un grupo de hombres que desfilen en pene, con carteles que digan que lo hacen en solidaridad porque las mujeres no pueden entetarse libremente, generaría mucha mayor repercusión, debate y se adentraría en el nudo gordiano de la condición del género; humano, claro está, el que trasciende los atavismos de la sexualidad y que nos desnuda en nuestra más profusa debilidad, el temor que le tememos a lo que somos, con nuestras temerosidades, incertezas y pusilanimidades a la luz pública y social.
La mujer decide y controla, a través del hombre.
Desde valiosas trincheras donde se combate por la “igualdad” de los géneros y por el reposicionamiento de la mujer, ante un sistema que claramente las tiene del lado del victimario, no son muchos/as las que pueden arriesgarse a pensar que en verdad el dominio conceptual lo poseen quiénes tienen útero, matriz o histeria. Creemos poder observarlo, a decir de Lacan, solamente como síntoma, para analizar el también no todo del poder. El hogar, la familia, el trabajo, e instituciones que se desprenden de tales definiciones, son las elecciones por las que mayoritariamente se definen quiénes nacen con la posibilidad de concebir en su vientre otro ser humano. El hombre sin embargo, es más penosamente práctico, el hombre obedece, a sus instintos, o a la expectativa que le genera alguien más astuto e inteligente, que por deducción es la mujer, quién lo impele a que deje las aventuras de las incertidumbres, lo apresa en el hogar, en su vientre, en la comunidad, en lo laboral, en lo democrático, en la virtualidad de la televisión, de las redes sociales, bajo el talismán de sus tetas o culos, sean propias, prestadas a colegas del género o cooptando el transgenero incluso, en un rol de mandantes, que lo hacen sin dar cuenta de que mandan, poniéndose para evitar dar luz de esto, en ciertos fangos de una mártir y heroica y victimidad.
Catorce años me separaban de la última vez que había estado en Madrid. En tal oportunidad, hube de escribir un bosquejo de ensayo que pretendía sostener “La Capital Española huele a orgasmo capitalista”, pese a que la auto-cita sea extensa creo que tiene, lo expreso con furibundo y rabioso subjetivismo, cierto valor literario (“Madrid huele a orgasmo capitalista, exhala un aroma extasiado de frenético y salvaje sexo. Por sus céntricas calles la fiebre uterina del consumismo, disfrazado en los opulentos senos de damiselas que con ligera ropa ostentan y brindan al público esa majestuosidad de la turgencia, mutado en los cientos de africanos que con sus negras pieles recubren una supuesta aceptación que en realidad esconde una cruel sentencia de vivir de limosnas y por sobre todo mimetizado en la máscara de una ciudad tan colosal por ser el fastuoso portal de occidente que más bien funciona como el seductor umbral al averno.)
Cómo si necesitase que el destino me demostrase sus enrevesados caprichos, volvía a Madrid, algunos meses después de lo que se dio en llamar el 15 M, y no podía dejar de sentirme nuevamente un turista. Con la memoria afectiva del texto citado, mientras el sol caía en la Gran Vía, las palabras parecían cobrar un sentido profético, las decenas y probablemente centenas de putas acodadas cada cinco o diez metros, extendiendo sus manos y susurrando al oído promesas de buen sexo a cambio de unos Euros, no reparaban en discrecionalidad, tampoco en siquiera preguntar si esas jóvenes, huían bajo el amparo de mafias que finalmente les brindaban mayores perjuicios en la finalidad del escape que en el horror de sus guerras fratricidas o económicas.
Pero acaso de que uno se podría sorprender, ¿no festejamos que una fulana salga en una revista para adultos o sea la vedette de la temporada de los más media, por el único mérito de las grupas esculturales (sean naturales o no) que exacerban la libido más instintiva y primitiva, para renglón seguido estar en contra del trato de a la mujer como cosa, del machismo recalcitrante y de la trata como efecto de un sistema prostituyente?
No existe manera más concreta de señalar la superchería de nuestros supuestos valores culturales, que la diferencia entre el significante de la palabra o el término coger. En estas partes del mundo, la acepción es la definición del acto sexual en sí mismo (sinónimo de follar), porque, que te agarraran, que te tomaran, que te aprehendieran, era señal inequívoca que te iban a follar o como decimos por acá, desde ese entonces, que te iban a coger, es decir tomar sexualmente. Y esta observación semiótica, nos demuestra, como esta rotación del significante, la realizó la mujer, que era quién, casi en su totalidad era cogida, y que se encargó, como en lo que pretendemos sostener, de manejar, controlar, o tener el poder, en las significaciones del lenguaje, como en tantas otras cosas.
En el actual sótano de nuestra tardo-modernidad, en la no ciudad de la red social, existen sin embargo, un sinfín de códigos, de mensajes que bajan como dogma, uno de los cuales, sin lugar a dudas es el que fija que las jovencitas en su cuenta de red social, posen como si fueran vedettes, es decir en bolas o desnudas, por más que tengan 14 años, para inconscientemente, cumplir el mandato subliminal, de ir a buscar ese éxito que les vende el mercado, pero que en la realidad, las conducen a un exhibicionismo que fomenta, la prostitución, la industria de la trata, la cultura de la cosa/objeto/instantaneidad. O que probablemente sea la escuela, de cómo manejar y con que, a un hombre, por más que este luego, las termine, no a todas, pero si a un porcentaje de ellas, cosificándolas. Bajo esa tesitura de que manejan lo conceptual, del mercado y sus finalidades, no sería nada descabellado que produzcan hombres adinerados o con fiebre por ese dinero, para que les sacien sus apetencias materiales, a cambio de instantes de placer, otorgados por sus jugos lascivos.
Es muy fácil, estar en contra de someter a la esclavitud sexual a quién sea, de exclamar en cualquier lugar que se está en contra del sexo como comercio, en contra de la cosificación de la mujer, es básicamente ajustar para abajo, porque al estar en contra de todo esto, se deja de lado, estar en contra de lo que genera esto mismo, de estar en contra de lo importante o al menos, estar en contra de ambas cosas y verbalizarlo. Es decir, no tengo idea de cómo estará la citada Gran Vía en relación a la presencia de putas, pero en caso de que haya sido prohibido el ofrecimiento de las mismas, en grado de escándalo, como hace un año atrás testimonie, en nada resolvería la cuestión de fondo.
Decir basta al festejo de un culo en los medios, porque salió en una revista casi pornográfica tendría que ser mucho más sencillo, como también lo debería ser, dejar de promocionar tanto desfile de modas, tanto reinado (alguna ong de género viene haciendo algo en este sentido) o tanto éxito asociado a un ideal de belleza que sólo se obtendría como condición necesaria de tener una cantidad determinada de billetes, tanto desde lo institucional y lo empresarial, pero no para levantar una bandera de feminismo recalcitrante o de igualdad de género, o no solamente para ello, sino porque realmente afecta a nuestro sistema de valores, a nuestra cultura.
Se sabe, que como buenos occidentales, entendemos la sexualidad como eyaculatoria, penetrante, si se quiere ingresante, invasiva o acabadora, es ese mismo instante de placer sexual al culminar, que reflejamos culturalmente cuando apretamos un botón y cambiamos la tele, mandamos un mensaje, chateamos o sacamos dinero del cajero automático del banco, no es difícil darse cuenta, que ese sistema necesita alimentar nuestro inconsciente con imágenes de tetas y culos vinculados con éxitos furtivos, con famas tristemente célebres, con laudos ficticios.
El mundo nos necesita pajeros e histéricos, nos requiere sexuales para acabar sin placer, solo para asegurarle al sistema esclavos que oficien de trabajadores, para garantizar la especie, nos marca el terreno, poniéndonos el culo exitoso enfrente de nuestras narices, para decirnos que eso es lo que tenemos que desear, pero nunca a nuestro modo, ese modo es el penalizado, el inmoral, el políticamente incorrecto, es la cadena de mensajes instantáneos que nos dice que nuestras hijas tienen el derecho consagrado de salir desnudas en la computadora, pero sí le dicen un piropo, y el galante, tiene pertenencia Africana, hacemos la denuncia de la forma que nos venga en gana, de la trata de personas, del prostíbulo, del quilombo (neologismo o Argentinismo que mezcla los conceptos líos, despelotes, con el lugar donde se consume sexo).
Es el sistema que crea estos anticuerpos, para su autodefensa, como crea estos culos, en su gran mayoría artificiales, sostenidos por hilos, por metacrilato, promocionados por pajeros, consumidos por esclavos y criticados por locos.
El problema es cuando la locura riega de sangre y enajena a los medios de comunicación. Cuando asombra a la abuela, a la esposa, a hermana, o a la hija, Tipificado como feminicidio, como siempre los idiotas útiles de lo más nefasto del ser humano, quiénes se creen capaces de comprender el fenómeno humano, sin siquiera pensarlo, sentenciaron; construyamos el neologismo, aumentemos la pena punitiva y creemos programas, con el consabido número de teléfono y la página web, para que la mujer, o esa mujer en riesgo, esa que es víctima no sólo de un hombre, sino de todo el género humano, tiene que de buenas a primeras, responderle al animal golpeador, desde un lugar, desde donde este no comprende, pero que de acuerdo a lo que le exigen, desde la tendencia liberadora, la haría más mujer, más libre, más cercana a lo que cree como dios o perfección. Entonces, deja de dominarlo, le anoticia a la bestia (porque nadie está diciendo que siga sometida o tolerando golpes, sino que le ayuden a saber zafarse de tal situación) condicionada por aquella corriente, de una forma que en vez de aplacar su furia irracional, la exacerba, la irradia. No existirían tantos casos semipúblicos de casos de violencia, de no ser por este mal enfoque, por esta haraganería de no pensar, pensar, en respuestas, que como siempre le decimos a la política, o a la clase dirigente, siempre deben estar, subyacentes a la acción, al latrocinio del hacer, y esto no es cuestión de hombres y mujeres, es cuestión del ser humano, al que nada debería preocuparle más que no se hagan ningún tipo de diferenciaciones, de ninguna clase ni de ningún tipo, como para que a partir de las mismas se horade a la condición humana, sino aceptarlas, para gozar, disfrutar y también olvidar, para volver a retomar el ciclo de la vida y sus encantadores y misteriosas limitaciones.
El manejo del mundo por parte de la Mujer, que no necesariamente significa matriarcado o El goce infinito femenino como substancia del no todo del poder.
Para llegar a tal instancia, debemos indagarnos sobre nuestra intimidad sexual, el cómo lo hacemos habla mucho de lo que somos y pensamos como cuerpo social.
Obviamente que no se trata de nada pseudo científico, ni siquiera exhaustivo, para ello precisaríamos datos estadísticos, provenientes de estudios de campo, a los efectos de validar o refutar una hipótesis que lancemos como tesitura.
Meterla sin sacarla hasta acabar, desde una perspectiva masculina, habla a las claras de cosificación de la mujer, de saciar solamente el impulso eyaculatorio, fuerte y decisivo pero tan solo instintivo, primario, casi animalesco. Si bien no nos han enseñado, pero el hacer el amor, es un poco más que practicar sexo o lisa y llanamente coger.
También se definen ejes conceptuales, con lo que sucede en las alcobas, precisamente el eje nodal del acabar, del instante placentero tras la salida del semen, es un icono de nuestro mundo occidental, tiene mucho que ver con el apretar un botón y que algo suceda, cambiar un canal de televisión, comunicarte con alguien a través de la computadora, hacer funcionar una maquina industrial, inocularte un remedio para una enfermedad, nada tan diferente a lograr esas cosquillas en el pene que nos llevan a expulsar esa sustancia gomosa que nos hace un poco feliz, al menos por ese instante.
Claro que nuestro mundo occidentalizado funciona así, y por ello apretando un poco más el pedal nos estrellamos contra algo, nos jugamos todo por sentir esa emoción, que también dura lo mismo que el polvo, a más de tantos kilómetros por hora, esa adrenalina que nos lleva al límite de invertir todo lo que tenemos y lo que podríamos tener por segundos de heroicidad inmortal. Como esos segundos tras una sobredosis de diferentes sustancias o esos pocos minutos de felicidad pura que sentimos al pasarnos con el alcohol hasta antes que nos termine controlando, todo se resuelve con un botón, en un hazmerreír, todo es tan solo un instante efímero y profundo, pero a la vez insustancial.
Lástima que la vida dura bastante más que ese desperdigado manojo de segundos por los cuales somos enteramente felices sin cuestionarnos nada. De aquí podríamos arriesgar que cobra sentido la razón de ser de las actuales Selfies. Perpetuar los instantes de felicidad, testimoniarlos, acopiarlos, a decir de Roland Barthes “La función ideal capitalista es ganar tiempo, reducir la duración humana a un problema numérico de instantes preciosos”. (Mitologías, Siglo XXI Editores).
Como la relación sexual, que es más que el acabar eyaculatorio, sin necesidad de caer en el concepto oriental de que el arte amatorio, es un poco más que un modus vivendi (probablemente lo sea pero impracticable en nuestro aquí y ahora occidental) lo cierto es que es bastante más que intercambio de fluidos y desde ese lugar nos habla, del cómo somos no desde nuestra individualidad sino desde nuestro yo social.
Arriesgando bastante, pienso en voz alta, soltándome hasta de fundamentos, deberíamos hablar mucho más de cómo lo hacemos, quizás hasta nos descubramos más solidarios. Porque amemos, devotamente, una iglesia de dios, sus fiestas y liturgia no implica que seamos un pueblo que derroche amor por sólo citar un ejemplo.
Por estas y tantas cosas es indispensable que hablemos de sexo, el silencio o la indiferencia alimentan los preconceptos, los prejuicios, hasta las leyendas sexuales.
En el barrio, en la periferia en las zonas en donde la civilización del progreso y de la técnica, no arribó materialmente, pero igualmente se la desea, son más permeables a nuestros pedidos más oscuros o recónditos, la chupan mejor, se la tragan, te dan besos negros, el culo, lo que le pidas, sin reciprocidad, menos amor, la libertad sexual al parecer surge merced a la precarización de patrimonio, es decir menos tenes, menos te educas, más cerca de lo instintivo estas y eso gusta, eso defina el supuesto deseo de plenitud de estar sexualmente con la más puta, la más guarra, la más atrevida, la que más hace y menos pide, sobre todo, compromiso.
El hacerte cargo de lo que ocurre después del sexo, es lo que nos civiliza, después del goce, del clímax, es como la culpa, que sentimos tras el acto sucio, pecaminoso, eso dice nuestra cultura. El deber ser de la alcoba es eso, hacer el amor, para conservar la especie, es una tarea que nos honra socialmente, por eso hacerlo con la esposa o mujer, después de tener hijos, es no solo aburrido, sino también insípido, a parte difícilmente desatemos nuestra lujuria ante la doña, no son como las otras mujeres, esas bocas están para besar a los niños, no para el pete o la fellatio, en el mejor de los casos esos culos están para vestir buenos jean no para entrarle por colectora y sacarla embarrada.
Y si de culos hablamos, los carentes de celulitis, los parados son lo de los travestis, que cada vez son más los que se visibilizan ejerciendo la prostitución, y que según afirman usan más el pene que la boca y la cola, para con, en su mayoría, clientes casados, desesperados por ser penetrados por tipos con tetas.
Sería bueno hablar para erradicar estos preconceptos, como tantos otros, para que nuestros hijos amen sexualmente y también puedan gozar, cuando así lo decidan, o traer otros seres al mundo cuando lo deseen, descubrir o aproximarnos a entender si el hombre está más inclinado a la bisexualidad de lo que pensamos, comprobar por ellos mismos la existencia de los supuestos puntos g, acabar más allá de un lechazo, de un orgasmo, o de una emoción sexual, encontrarse con un otro y descubrir entre ambos esa reciprocidad sin pruritos ni sociales, ni religiosos ni de ninguna naturaleza.
Si la pulsión sexual, se reprime y queda en el confesionario, en el baúl de los pensamientos oscuros, derivara en el menor de los males en adulterio, cuando no en pedofilia, en sexo de mala calidad, en el acabar adentro de algo sin que nos interese lo que pase con el otro, una suerte de bolsa recipendiaria, una falta total y absoluta de humanidad, una acabada muestra de desamor, el fin de los días.
Muchos dicen hay que tener más sexo no creo que pase por cantidad, volviendo a arriesgar hasta creería que se coge mucho más de lo que pensamos, lo que se necesita es hablar sobre ello, hablar con quién lo tengamos que hablar claro está, no con la abuelita nonagenaria o con el sacerdote ultraconservador, con nuestras respectivas parejas, intercambiar información entre amigos, socializar vía redes sociales ( o acaso no están plagadas las cuentas de fotos exhibicionistas) hablar de cómo cogemos, de cómo tenemos sexo, de cómo hacemos el amor, nos va a liberar de ciertas ataduras, de la hipocresía de cuando nos trincamos a la prima, a la chinita del barrio, al putito peluquero, de lo mal que nos chupa la patrona o del porque no se la queremos chupar, tantas cosas que nos determinan en el aquí y en el ahora.
Que la sexualidad, totémica, sacra y oscurantista vista como pecaminosa es tan solo un sistema cultural que nos quiere infelices, obedientes y procreadores, tal como si fuéramos conejos.
Que independientemente de la edad que tengas, de tu condición, de tu género, de tu genitalidad, de con quién o con quienes lo hagas, de que te impulse el amor, la procreación o la sexualidad o combinación de las tres o de dos, puedas aumentar tu calidad de vida sexual, compartir la experiencia vivida, para que más sepamos de ello, sin pruritos, sin oscurantismos, ni tampoco perversión.
Extrañamente lo que tiene un origen natural y por ende libertario, es permanentemente perseguido e incluso obligado a permanecer encerrado, el sexo bien entendido, y ese es el camino que tenemos que transitar, deber ser maravilloso seguramente, sin condicionamientos terminara en amor y luego en procreación. Pero el orden está invertido y nos exigen disfrutar, nos obligan a, toda una contradicción en sí misma, por ello necesitamos este primer paso de una larga zaga, como el encuentro con un otro, no se inicia con la genitalidad, si con algo sugerido, una mirada, un gesto, una insinuación, un beso, o en definitiva como vos lo digas, lo sientas y lo vivencies, que es en definitiva lo fundante y lo más importante. Pero como sabemos el goce falocéntrico eyaculatorio, es patrimonio, o mejor dicho potestad del hombre, que puede compartir acres con su coyuntural acompañante, que bien puede ser mujer, pero de lo que se desprende del acto sexual, lo que va más allá y construye, amor y más luego, institucionalidad y por ende poder, es el reinado de la mujer, el síntoma de la humanidad, que a decir de Heidegger, es lenguaje, en su búsqueda irredenta ante el olvido del ser, aquella esencialidad que derrapo en las costas griegas, es la mejor invención del goce femenino, sexual y político, que reside en el habla, en el habla sin comprender, pero que ejerce poder, un poder sin finalidad ni sentido, pero poder al fin.
Sí no fuese por todo lo que logra la mujer después que abrió la piernas, seguramente el hombre (en este caso entendido como el género masculino) continuaría la zaga de aventuras bélicas, como las que forjaron nuestra historia, y que de un tiempo a esta parte, devinieron en los combates a control remoto, las simulaciones tan bien narradas por Baudrillard, que constituyen nuestro actual mundo post, ya ni siquiera post-moderno, sino post como apocope de posteo, en la batalla virtual, en la que se dirimen los conflictos por tener mayores me gusta, en esta suerte de cosificación viscosa en la que parece sumergirse la mujer, para que el hombre crea que la somete, cuando en verdad si quiera se pregunta si su vida de sábados y domingos de futbol y el resto de la semana de oficina, con el crucifijo en el zaguán no constituyen una suerte de presidio que lo resguarda de la aventura de lo incierto, de los combates de otrora, en donde entre tanta guerra, compartía lechos con los propios, poniendo en riesgo con ello, es decir jugándosela en los extremos del Eros y el Tanátos, la continuidad de la especie, algo que sin duda y nos guste o no, se lo debemos a la mujer,
Por Francisco Tomás González Cabañas.-
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