30 de noviembre de 2016

A la vuelta de la esquina.

Así de cerca, por más que la pensemos o creamos lejana, se nos pueden presentar ciertas realidades, desde una trágica o accidental, hasta una política o laboral. En tiempos de final de año, de balances y próximos a la cuenta regresiva de políticos y funcionarios, siempre es saludable, darle una vuelta, para no llegar a revueltas y en todo caso que aquella se defina por primera o segunda vuelta electoral.

¿Cuántos encabezados amorosos, religiosos e intrafamiliares tendrán esta concepción conceptual de la vuelta que hace referencia el texto?, y ¿cuantos más lo seguirán teniendo?, nadie lo podrá responder y a casi nadie le importe tampoco, ahora bien, de maduro cae que somos seres conmocionados por necesidades, urgidos por tantas cosas que no tienen ni forma, ni valor, ni siquiera nombre.

Insisto con recalcar que el espíritu, en un sentido eufemístico, es decir fantasmagórico, para definir todo aquello que no es lo concreto, lo tangible, lo corpóreo, posee diferentes tipos de dolencias que no necesariamente se resuelven con lo dogmático de una religión, con lo azaroso de campos energéticos y demás aspectos sumamente trillados por advenedizos, profetas, metafísicos y demás seres que respetablemente definen una forma de hacer, de sentir y de pensar las cosas.

Tampoco creo que esas dolencias, puedan ser abordadas desde un absoluto por la psicología y todas sus ramas y vertientes, quizá tengan que ver con la esencia misma de las cosas y nuestra existencialidad no manifiesta desde lo espiritual.

Y tenemos la obligación de empezar a definir lo que consideramos “espiritual” no por lo contrafáctico, sino por su significación, mejor incluso en el día a día corriente. En lo que podría ser marcar tarjeta para un obrero, llevarle el café al superior, preparar el balance para el contador, hacer el escrito para el abogado y determinar el tratamiento para el médico.

Otros, colegas, ya se han encargado de tantas cosas, como por ejemplo, definir el objeto del escritor, del pensante u hombre de la cultura, la imagen por antonomasia, el fetiche simbólico, uno frente al papel, antes era aún más contundente, una lapicera, bolígrafo o birome reposando en la hoja en blanco; ahora es de alguna manera diferente, estamos frente a la computadora, frente al ordenador, o incluso con el teléfono inteligente entre las manos y podemos estar haciendo cualquier cosa (desde jugar, interactuar, leer, mirar porno, etc) hasta incluso ese acto vandálico de intentar pensar sin ser pensado, cuestionarnos una vez más el porque del arrojo a la existencia, las condiciones y no parecer quejosos, ni histéricos y sobrevivir con ello, al mundo, a los otros y por sobre todo a nosotros mismos.

Aquí aparece lo espiritual, cuando nos vienen esas ganas irrefrenables, inconfundibles de encargarnos de aquello que no tiene mucho sentido en el aquí y en el ahora, pero que sin embargo constituye el genoma del pensamiento humano. Tan importante y decisivo como inútil e inalcanzable, el embarcarse, sin embaucarse en estos extremos, debe ser lo que genera adrenalina, mental, como lo debe ser ir a alta velocidad, tomar en exceso o consumir sustancias. Nada para escandalizarse o sí, o acaso para que existen los parques de diversiones con esos juegos mecánicos que nos llevan a ese abismo por ese instante, precisamente para ello, para condensar la experiencia de la vida, en un segundo, en un fractal, que todo termine, en el aquí y en el ahora.

Es lo mismo que con el sexo, el momento de mayor placer, dura tan sólo eso, ni una imagen ni pensamiento, a lo sumo un ahh, un suspiro, que después lo queramos perpetuar construyendo amor, o trayendo un hijo al mundo, ya es él problema del que hablamos, es decir un problema de todos, esa mezcla, esos abismos, esos extremos, esas oscilaciones, somos ese gran todo, que en verdad es una inmensa nada.

Disquisiciones, reflexiones o masturbaciones mentales, lo cierto es que se acusa la necesidad de tener lo que nunca se ha tenido.

Y sí algo existe en esta tierra que no hemos tenido nunca, debe ser precisamente algo de nuestra experiencia personal y mundana, que hemos vivido por segundos y que han quedado en esa galería de los mejores recuerdos, en nuestro anecdotario que sólo están allí como un elemento de esa construcción temporal definida como pasado, que jamás volveremos a sentirla tal cuál la hubimos de vivir.

El sabor de aquellos labios primerizos, la sonrisa del ser querido que no esta, el grito de gol en la final de un campeonato, el paseo idílico en el parque, volvemos a ese parque de diversiones, se constituyen en la referencia, en el recuerdo grato y perfecto, precisamente porque no podemos revivirlo tal cuál fue, y quizá lo que exista después de la muerte sea un poco esto (sí tenemos un sentido “de recompensa” tras la vida, que mejor que revivir sólo lo bueno que nos ha tocado, de lo contrario en caso de pensar el más allá como sentencias a cumplir, seguramente los gusanos tendrán pensado un trato mejor)  y en definitiva cuando expresamos un “te necesito” supuestamente hacia un otro corpóreo (con nombre y apellido, y ropa y todo lo demás) en verdad nos estamos diciendo a nosotros mismos que nos necesitamos, eso que fuimos en un instante alguna vez, en determinada circunstancia, aquella sonrisa, esa satisfacción tan pura, los motivos y las razones, no tienen que venir al caso, dado que de eso se encargan otras actividades.

El pensar la necesidad de un nosotros mismos en el pasado, no por el pasado mismo, ni tampoco por las causas de ese momento feliz, sino por la inercia de pensar una salida ante tanto absurdo o dolor espiritual, no evocándonos ni a nosotros ni al momento, sino reconstruyéndonos en esa necesidad de volver a ser lo que fuimos, sin dejar de ser lo que somos, sin criticarnos, ni recriminarnos nada, sin esperar recompensa, ni premio, ni aplauso, tan solo hacer esa síntesis, esa recopilación de únicamente buenos momentos, no por los momentos, sino por nuestra satisfacción espiritual o al menos para que no duela el alma.

Después de escribir esto y de tantas vueltas, entiendo porque en el parque de diversiones, cuando era chico, me divertía tanto dando vueltas en la calesita, recién después de tanto tiempo, de tantas vueltas lo he entendido, y para ello tuve que ver a mi hijo divirtiéndose igual en la calesita, dando vueltas, tan sólo eso y quizá para la humanidad seamos lo mismo, incontables dando vueltas, como la tierra en su eje, como el sol, como una vuelta, como tantas vueltas, de vuelta.

Esa necesidad no es más que una vuelta que busca arremolinar otras palabras para definir lo mismo con otro grupo de conexiones un tanto más inconexas, otra vez, la necesidad de vuelta, y de vueltas.

 


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