23 de octubre de 2016

Pobreza y Peronismo.

"No existen las casualidades. Lo que nos parecen meros accidentes emerge siempre de la fuente más profunda del destino". F. Schiller.

Conmemorado un nuevo día Internacional para la Erradicación de la Pobreza (17 de Octubre, sí el mismo día que se conmemora la Lealtad Peronista), la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social (EAPN), hizo un llamamiento para que desde todas las instancias públicas y privadas, se pongan todos los medios y recursos, en la lucha contra la pobreza y la desigualdad, declarando que es una responsabilidad ética y política de toda la sociedad.

 

En la declaración sobre el Día Internacional, el Secretario General de la ONU, destacó que «La pobreza no se mide solamente por la insuficiencia de ingresos; se manifiesta en el acceso restringido a la salud, la educación y otros servicios esenciales y, con demasiada frecuencia, en la denegación o el abuso de otros derechos humanos fundamentales». Todos los males proceden por la desigualdad económica, en la brecha entre ricos y pobres, sea entre individuos, grupos sociales, poblaciones o entre países, en la distribución de sus activos, riqueza o renta. Por ello, una sociedad justa, ha de luchar contra esta desigualdad que afecta al bienestar y a calidad de vida.

 

El objetivo de las Naciones Unidas para el Desarrollo Sostenible de «poner fin a la pobreza en todas sus formas en todo el mundo». Para entender completamente la pobreza en sus múltiples dimensiones, se debe ir más allá de observarla como la falta de ingresos o lo que se necesita para el bienestar material, como la alimentación, la vivienda, la tierra y otros activos. El tema de este año «De la humillación y la exclusión a la participación: Poner fin a la pobreza en todas sus formas», destaca lo importante que es reconocer y hacer frente a la humillación y la exclusión que sufren las personas que viven en la pobreza.

 

Dado que la casualidad, que no es tal, según nos ilustra el Alemán citado en primer párrafo, nos condujo a Europa, debemos, precisamente, reparar en la Nación Teutona, dado que sin duda se han constituido en la capital Europea, desde todas las perspectivas que queramos o nos paremos a ver, o analizar.

La historia narra que Alemania, en pleno Siglo XVIII no poseía unidad política, pese a que sembraba cultural y socialmente, conceptos de identidad que luego vincularían a lo que en ese momento era nada más que el corazón del imperio Prusiano.

La columna vertebral de lo que sería Alemania, se constituye bajo un movimiento humanista, definido como romántico, denominado “Sturm und Drang”, lo que significa en nuestro idioma “Tormenta e impulso”.

En los anales de la humanidad, grandes forjadores fueron figuras como Goethe, Herder, Schiller, Beethoven, Brahms y Mendelssohn, entre otros, que contribuyeron, a darle espíritu, a lo que hasta ese momento era una quimera, la unidad política que en breve tiempo obtendría Alemania.

Este introito internacional e histórico, no es antojadizo ni capricho, es una de las tantas muestras, de cómo las grandes conformaciones políticas y sociales, surgen a partir de la irrupción de un amalgamiento que provenga desde lo cultural, desde las expresiones más pensantes y artísticas, que se aúnan y vinculan, para luego generar organizaciones estaduales.

Para más ejemplos, podríamos decir que no hubiera existido una Grecia clásica sin Homero y los presocráticos, no hubiese sido lo mismo el catolicismo sin Agustín ni los Tomistas, ni Francia sin Rousseau y los contratistas o Norteamérica sin Walt Whiltman e impensable la Rusia Comunista sin los textos de Marx.

El pueblo identificado con el peronismo, con su mística y liturgia, estética, musical y conceptual, que supo amar a Eva y a Perón, por enfrentarse no con las clases privilegiadas (esta sería la lectura eurocentrista que tanto progresistas que pretendieron el “entrismo” como los que más honestamente se pararon frente al peronismo por estar colonizados intelectualmente y creer en lógicas proletarias y de plusvalía, en nuestra Latinoamérica, inexistentes) sino con los privilegios que hasta otorgó en su  momento el ser un “mal” peronista, sabe lamentablemente, que no encontrarán en los popes encaramados en el poder, o fuera de él, pero en las cimas mediáticas, o en la sultanía de algún territorio, que huela a Peronismo podrá dar la batalla que necesitamos, quiénes, por acción u omisión nos aferramos a creer que la casualidad, que vincula a Peronismo con pobreza, no necesariamente debe ser vista desde una perspectiva de causa-consecuencia, o de razón necesaria como suficiente.

Son tiempos, en donde este tipo de lecturas, abundan y por otra parte, está bien que así sea. De todas maneras es menester, que se pueda dar a conocer esta otra perspectiva. La que cree que el peronismo, está vinculado, para dar una respuesta a la pobreza y no que sea una argucia política para justificar su existencia o incluso, agigantarla.

El peronismo ha servido de plataforma, para que los dos grandes, gigantes, omnicomprensivas, tendencias eurocéntricas, de derechas e izquierdas, se hayan adueñado de un movimiento que conceptualmente, tiene aún mucho más para referenciar.

La desigualdad, que denunciara, combatiera y en cierta forma, transformara, el creador del peronismo, y que nunca pudo arraigarse en estas partes de la geografía, permitieron que la miseria y la marginalidad, se amalgamaran en sus índices astronómicos, generando, que con una simple bolsita de alimentos, o una migaja tirada por los oportunos administradores del estado, los votos se introdujeran a mansalva en las urnas, con la sola mención de proclamarse peronistas (más allá de que los estudios acerca del clientelismo político, señalen que podría tratarse de una vinculación casi subyacente entre el representante y representado, tanto el Peronismo en Argentina, como el PRI en México, tienen el deber histórico de reparar un poco más en esto que otras expresiones políticas).

 

Sí algo debe rediscutirse del peronismo es aquella definición del propio Perón, acerca de que en los tiempos en los que vivió, existía, o era su pretensión política, una sola clase de hombres; los trabajadores.

De aquel tiempo a esta parte, nadie ha planteado aún, que el sujeto histórico de la democracia debe dejar de ser el individuo.  Nos urge el hacerlo, dado la problemática manifiesta y sistemática, en los diversos lugares en donde se lleva a cabo el ejercicio democrático moderno en los distintos puntos del globo. Ofreceremos una extensividad necesaria de argumentación para sostener lo afirmado, sin que por ello nos acerquemos un ápice, a demostrar el obvio y manifiesto, fracaso, rotundo y contundente, en que la democracia naufraga, producto de no modificar tal sujeto histórico; es decir la individualidad, en la que sostiene, la legitimidad del pacto suscripto entre los ciudadanos y sus representantes. Como bien sabemos esa legitimidad, es la que cíclicamente cae en crisis cotidianas, y que diferentes autores, tanto intelectuales como comunicadores, le ponen nombres varios, y le dedican extensas páginas de actualidad como de ensayos académicos, sin que puedan arribar a la sustancialidad de lo que diagnostican y abordan con taxativa precisión.

 El sujeto histórico debe dejar de ser el individuo, para conveniencia de tal y para regenerar el concepto de lo colectivo. El sujeto histórico de nuestras democracias actuales debe ser la condición en la que este sumido el individuo. Independientemente de que estemos o no de acuerdo, desde hace un tiempo que el consumo (al punto de que ciertos intelectuales, definan al hombre actual como “El Homo Consumus”) y su marca, o registro, es la medida del hombre actual, como de su posicionamiento o razón de ser ante la sociedad en la que se desarrolla o habita. Somos lo que tenemos, lo que hemos logrado acumular, y no somos, mediante lo que nos falta, en esa voracidad teleológica o matemática de contar, todo, desde nuestro tiempo, a nuestra infelicidad. Arriesgaremos el concepto de una existencia estadística, en donde desde lo que percibimos, de acuerdo al tiempo que trabajamos, pasando por lo que dormimos, o invertimos para distraernos, hasta los números en una nota académica, en un acto deportivo, en una navegación por una red social para contar la cantidad de personas que expresan su satisfacción por lo exteriorizado, todo es número. Nos hemos transformado, en lo que desde el séptimo arte se nos venía advirtiendo desde hace tiempo en sus producciones de ficción. Somos un número, gozoso y pletórico de serlo. El resultado final de lo más simbólico de la democracia actual, también es un número (el que obtiene la mayoría de votos) sin que esto tenga que ser lo medular o lo radicalmente importante de lo democrático.

Aquí es donde planteamos la urgencia de modificar el sujeto histórico. Sabemos que el todo es más que la suma de las partes, desde lo metafísico, desde lo óntico, incluso desde lo psicológico. Pero hasta ahora no hemos aplicado tal principio en la arena de la filosofía política

Que el todo sea más que la suma de las partes, implica necesariamente que la democracia representativa actual deje de reposar, de estar acendrada en la expectativa que genera a todo y cada uno de los individuos, horadando la legitimidad de su razón de ser y amalgamando la cosmovisión y la cultura individualista.

La representatividad estadística que fuerza al juego ficticio de partidos políticos, que definen ideas o razonamientos políticos que establezcan respuestas a los problemas colectivos, ha pasado a ser ficción literaria, rémoras de  épocas que nunca más viviremos, salvo en la melancolía de corazones románticos.

La democracia debe fundamentarse, o estar fundada, en la condición estadística en la que se circunscriba el individuo. Esto es, asumir la realidad para a partir de ella construir la expectativa que es su razón de ser. De lo contrario, en caso de continuar, generando expectativas ante la mera convocatoria de elecciones, para renovar representantes, la legitimidad del sistema siempre estará riesgosamente en cuestión, pudiendo alguna vez, un grupo de hombres considerar el retorno a algún tipo de absolutismo.

No existe, en nuestra modernidad, más que dos clases de hombres, los que tienen y los que no. Los que no son pobres y los que lo son. Ante esta existencia estadística, es muy fácil determinar los parámetros en los que se asienta el límite para  catalogar quiénes son pobres y quiénes no. Organismos internacionales, solventes jurídica y monetariamente, pueden unificar criterios para establecer la suma o la cantidad que precise un ser humano, diaria o mensualmente, para ser o no ser considerado pobre. Esta cuestión metodológica es la más fácil de zanjar, por más que puedan existir varios tecnicismos para ello. Lo radicalmente importante, es considerar que la nueva definición de democracia que proponemos, es que debe tener por finalidad, que menor cantidad de personas, en un determinado tiempo y lugar, deben ser pobres. Esta debe ser la razón de ser, básica, principal y prioritaria de la democracia actual. El eje de su sustentabilidad legítima, debe estar sustanciada en esto mismo. Sí la democracia, bajo esta nueva finalidad y por ende definición, no logra su cometido, pasará a ser otra cosa, por más que se convoquen a elecciones o se mantengan circuitos o instituciones representativas.

 La sujeción de lo democrático a la condición en la que este sumido una determinada cantidad de hombres, garantizará que la expectativa que por regla natural es su razón de ser, no sea siempre una abstracción, sino que este supeditada a un resultado, a un determinado logro, concreto y específico.

Como si faltasen razones como para esta resignificación de lo democrático, que la salvara de la inanición a la se encuentra condenada, nada sería más lógico, razonable, y válidamente verosímil que la legitimidad de la democracia, se encuentre acendrada en que representa, prioritariamente no ya partidos u hombres (por otra parte, insustanciales e insulsos) sino que radicara su logos existencial, en modificar la condición en la que habitan sus hombres, no ya como números o discursos, sino como sujetos de carne y hueso, al que no se le siguen conculcando sus derechos universales y elementales. No es nuestra intención avanzar sobre las ciencias jurídicas, pero bien podríamos decir que sí esto no se constituye en la finalidad de lo democrático, no tenemos por qué aceptar que se nos impongan reglas normativas de ningún tipo. Es decir, sí nuestro propio sistema de gobierno, no fija como prioridad, que un determinado número de personas que no se alimenta o se alimenta mal, deje de estar en tal condición, ¿qué sentido tendría respetar una señal de tránsito o la misma disposición de la propiedad privada? (a partir de esta inferencia, se puede analizar el incremento de los delitos contra las personas en nuestras sociedades modernas, es decir cómo se da de hecho lo que expresamos semánticamente).

La nueva representatividad de lo democrático, además estaría sometida, a un resultante concreto, determinado y observable. Ya no sería como lo es, una cuestión hermenéutica. Es decir, el juego dialectico, al que someten al ciudadano, sus representantes, daría por terminado y concluido por su propia y falaz inconsistencia. Ya no estaríamos presos de discursos, de palabras en zigzag y campañas de todo tipo y color, para que les demos la razón a unos y a otros, para que finalmente, todos y ninguno a la vez tenga parte o nada de la misma.

 

Sí seguimos, tanto por parte de peronistas, como de no peronistas, sosteniendo con la acción, aquella tristemente frase de un lacayo del General, que afirmó “El exceso de pensamiento puede motivar desviaciones”, es decir no promoviendo los debates conceptuales, quedándonos con las etiquetas y con las diferencias, para estigmatizar a los que piensan o pretenden hacerlo, desde la política, ninguneándolos, forreándolos, la pobreza no sólo que no menguará, y en el caso de así suceda, volverá, a sus horrorosos estándares, cíclicamente, como viene ocurriendo en esta parte del globo en las últimas décadas, sino que seguiremos sometidos y subyugados a los conceptos eurocéntricos, del que nuestros patriotas, dijeron haberse liberado, políticamente, hace doscientos años.

El peronismo, como concepción de la política, es patrimonio de nuestra argentinidad, así, incluso y por sobre todo, estemos en sus antípodas. Cuestionar al peronismo, es cuestionar la pobreza e inferir, tanto, que la avaló, promocionó y acrecentó, como todo lo contrario. El peronismo es una categoría que nos permitiría abordar la cuestión de la pobreza, desde sus diferentes perspectivas y soslayarla desde sus rincones más insospechados.

Pobreza y peronismo, están insondablemente vinculados, en sus fechas, como lo referenciamos, de acuerdo a lo que señalan desde Europa y desde la ONU, y sí algún Alemán, como el citado, base sustancial de la Alemania hoy capital Europea que en aquel entonces si quiera existía como estado, afirmaba que las casualidades no existen, sino que son causalidades que no logramos identificarlas, significa que el Peronismo, puede incluso tener su tamiz internacional. No por casualidad, el Jesuita (los que casualmente, impregnaron a nuestra tierra virgen y sin mal de los hermanos originarios, los conceptos de la educación y el trabajo) que gobierna desde Roma, es visto, como el primer y seguramente único, Papa Peronista. Para que confirme tal caracterización tendría que precisamente, considerar al pobre como sujeto histórico de lo democrático. Al parecer va en tal sentido.

Cómo si faltase alguna casualidad más, estamos, cumplimentando un exhorto histórico que nos realizara Ortega y Gasset, con aquel contundente “Argentinos a las Cosas”, quién físicamente ingresara a la inmortalidad, tan solo horas después de otro 17 de octubre, en el mismo año que el Peronismo, fue barrido del poder, producto de un golpe de estado, que a para tal fin, bombardeó la céntrica plaza de Mayo.

 

 


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