3 de agosto de 2016

Nullius in verba, volver a las raíces.

El verdadero valor de un ser humano puede hallarse en el grado hasta el cual ha conseguido liberarse de sí mismo. Albert Einstein.

 

A mediados del siglo XVII, para facilitar la ubicación temporal, existió un sitio muy particular en Londres, el café, se convirtió por esa época en una adicción para los ingleses, momento histórico en que por ejemplo Londres se plaga de Cafeterías que hoy siguen en pie. Estos sitios tenían una particularidad especial, cuando se ingresaba al local, ni bien se daba el paso cruzando el límite entre la calle y el interior del café los ingleses se convertían en iguales. Ni bien uno se aposentaba en una silla en cualquiera de sus mesas, los pobres o de clase baja por ejemplo, no estaban obligados a dar su lugar a los de clase alta o acaudalada y tampoco estaban obligados a la aceptación de la opinión del acaudalado por su sola condición, en las cafeterías de esa época se incubo la democracia inglesa, allí se sitúa la génesis democrática.

Puede que la vieja asamblea de los antiguos reencarnara en los sitios donde el aroma apasionante del café hiciera lo suyo, en ese nuevo mundo democrático se dieron los debates más importantes para ciencia moderna, como olvidar las disputas de opinión entre Edmond Halley y Robert Hooke.

El ejemplo de los cafés ingleses del siglo XVII, sirve para entender que la democracia y lo democrático de la humanidad está lejos, años luz de la estatalidad moderna que en un intento de supervivencia se convirtió en carnicero de su propio pueblo.

Colocar en el tapete como tema del día a día una reforma constitucional es secundario (todo aquello que se hace en nombre de la representación política nace de un principio falso), lo que interesa aquí es discutir si los que la emprenden y votaran la ley que declare la necesidad de reforma en la legislatura están legitimados para semejante empresa. La verdad es que están flojos de papeles, no fueron elegidos para ocupar las listas en cada boleta siquiera por sus afiliados, fueron bendecidos por un dedo índice, mucho menos podaran blandir su calidad legitima de representantes del pueblo cuando la democracia partidaria nunca funciono, mejor dicho nunca existió, pertenecen la mayoría a la tiranía de la unilateralidad de la casta gerenciadora de cada partido político, ellos jocosamente usan el termino consenso, palabra que siempre saca del mal paso a cualquiera que viva de la ubre estatal.

La reforma constitucional pasa de la dimensión trágica a la parodia, a una humorada, tal vez de mal gusto, los quince puntos que se publicaron en diarios locales muestra la cara oculta y demuestra la ilegitimidad con que avanzan los representantes del pueblo democrático, aunque parezca contradictorio así sucede, así funciona.

El Estado se convierte en un fetiche sexual, satisface los más bajos instintos del reino animal humano, la creencia de mandar al otro es un viagra natural y un energizante alucinógeno que hace creer entre sus adictos que pueden hacer y deshacer a piacere, cosa que en parte es falso, basta ver como el tiempo carcomió las estructuras de los súper poderosos de otras épocas, todos en algún momento caen en desgracia y cuando ello ocurre ni los propios los reconocen.

El populus en definitiva no puede –si pretende ser libre-, soportar leyes que reformen las reglas de juego sin antes avalarlas, consentirlas, aprehenderlas cada uno en su espacio de reflexión, el pueblo, la gente o los ciudadanos solo delego en la ficción de la representación política el voto, más nunca la iniciativa legislativa que le pertenece por soberanía primordial, por encima del “político”, sobre todo cuando trate de las pautas básicas y fundamentales.

Por Carlos A. Coria Garcia.


Comentarios »
Aun no hay comentarios, sé el primero en escribir uno!
Escribir un comentario »