4 de julio de 2016

A propósito de Virus, imágenes paganas.

El silencio es una palabra que no es una palabra, y el aliento un objeto que no es una objeto. Georges Bataille.

 

Habituados a vivir en un país que pasa sus días y años atosigado por la emergencia, ya sea económica, energética, de seguridad, de educación, hídrica, vial y otras muchas más. Cualquiera viene bien, parece ser que la normalidad no es un don argentino. Somos especialistas en empresas fantasmas, lanzamiento y pesaje de bolsos cargados de dólares, de los sobreprecios, de la compraventa de jueces y fiscales y segundones en el fútbol.

La emergencia que faltaba a todo este mejunje era la constitucional, mientras Pedro Cassani, en la publicidad de su encuentro independentista del 5 de julio, sostiene que en el Congreso es donde se discute el rumbo de la libertad, que todavía no sabemos de qué libertad habla, si de aquella que se consigue en las calles a fuerza de lucha o de la que quitan ellos a fuerza de ley.

En esa libertad abstracta en la que pululan, habitante del mundo de la poesía, la ley, supuesta emancipadora de pueblos, igualadora de oportunidades, choca de frente a toda marcha con la dimesión pragmática de todo ese discurso de atril, primo hermano de la parodia. El ámbito de la norma manda sin concesiones, los Estados Partes reconocen el derecho de todo niño a un nivel de vida adecuado para su desarrollo físico, mental, espiritual, moral y social (Convención sobre los Derechos del Niño, Artículo 27.1 incluido en la Constitución Nacional de la República Argentina, Artículo 75, inciso 22.)

Las primeras planas de los diarios de la Capital Federal se plagan de la foto del chico abanderado, que va al colegio descalzo, miembro de la comunidad Ñamandú, conocidos como mbyá guaraní, que habitan el valle del Cuñá Pirú, en la Provincia de Misiones, conmovedora imagen que al centralismo porteño usa para hacer llorisquear, en el norte argentino es más común de lo que parece, no son casos aislados o excepcionales, es habitual y permanente, forma parte del paisaje que el turista contempla.

En Corrientes tenemos también, nuestro caso patente entre miles y miles, como olvidarse de Ai­lín Ai­ma­ra la niña de apenas 10 años que padece labio leporino en estado crítico, vive en la más extrema pobreza material al que una persona puede llegar,seguramente lo que la mantiene con vida es una inmenso espiritu que no la deja caer, con una década caminado en este mundo no tiene DNI, no tiene identidad para el sistema, es un sin nombre, un muerto civil, una víctima más del “contrato social”, sin identidad, la escuela para ella es un sueño, su madre es analfabeta, duermen hacinados los 6 hermanos en un pozo de mugre a 20 cuadras de la casa de gobierno provincial, pero claro, los funcionarios tienen autos de alta gama, se les paga un chofer, residencia y viáticos. ¿Hasta dónde se piensa llegar? ¿Cuál es el punto final para esto? Corrientes es un gueto de marginados, olvidados, sumidos en la más extrema miseria. Estamos tapados de abanderados que acuden a las escuelas descalzos, ignorados por el sistema político que los prefiera así para seguir usufructuando del Estado para ellos y los suyos.

El virtuosismo con el que ejecutan la distracción es fenomenal, lo que importa en Corrientes es unificar mandatos o fechas electorales, eso mismo dicen los encumbrados, nos salvara de la plaga de miseria que azota nuestra correntinidad, dos años mas o seis, eso bien no interesa, ellos, los popes estatales son los que nos van a llevar a buen puerto pero para ello hay que hacer silencio y acatar. Salvarnos requiere que ellos sigan eternamente con impunidad pasándola bien.

Por Carlos A. Coria Garcia.

                          

 

 

 


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