Los que ayer no querían la reelección de Tato, son los que hoy quieren la de Colombi y los que no quieren hoy la reelección de Ricardo, son los que querrán mañana la de Camau.
Estas disputas de clanes, de facciones, son tan desvergonzadas e impúdicas, como los bolsos , atestados de valores, revoleados en un convento, y no dejan margen alguno para bajar a disputar nada, con quiénes, casi animalescamente se disputan el poder, para conservarlo o aumentarlo.
Nadie que este afuera del poder, así lo hacen saber cuándo convocan a analizar los proyectos de reforma (sólo lo realizan con los partidos con representación parlamentaria, ninguno de ellos habiendo elegido a sus candidatos por voto del afiliado o independiente, demostrando y legalizando la violación de los principios más básicos de lo democrático) puede emitir opinión, y en caso de que lo haga, es considerado no serio, por un veterinario, como para banalizar el significado de seriedad.
Evitar la consulta directa al pueblo, así quiera (¿no sería acaso, el presuponer un resultado o creer que la gente votará condicionada por la prebenda, un acto de tutelaje y de apoderamiento indebido e insultante?) tener la posibilidad de reelegir sempiternamente a sus gobernantes, sólo reditúa a los representantes que no fueron elegidos en internas, para hacer sus negociados, para que reparten entre los suyos y para que se turnen para sostener una posición y cambiarla, de acuerdo a donde caliente el sol o quién sea el “capanga” que lo proponga.
Se han cansado de exclamar que no es tiempo de campañas o de elecciones, es la excusa que ahora usan para reformar, unificar el calendario electoral. Sin embargo, como paroxismo de lo paradójico, son los llamados opositores o los que tienen algo de poder y van por más, los que ya están de campaña, cómo sí las elecciones fuesen mañana.
Hablan, probablemente algo tenga que ver esta columna, recién de que atravesarán internas, sin embargo, usaron y siguieron usando el antídoto de lo democrático: las encuestas; para instalarse, generar sensación y cuando no, asumir una representación de hecho (todos o casi todos los presidentes de partidos que no hicieron internas aducían que harían encuestas para elegir candidatos) bajo esta argucia que ha perpetrado uno de los crímenes más tremendos de nuestra institucionalidad reciente.
Decía Kant en relación a la naturaleza humana (para ciertos petimetres que consideran a la filosofía un ejercicio onanista de barbudos que toman café); “La persona que nota que se le trata de observar y estudiar, se azora (o se molesta) y entonces no puede mostrarse como es; o finge y entonces no quiere que se le conozca como es”.
En caso de actuarán de buena fe´, quiénes dispusieron y usan la metodología de la encuesta, no dejan de desconocer la naturaleza humana y eso ya es demasiado como para que osen, dedicarse a la política.
Sin embargo, son quiénes nos representan, en su mayoría, quienes manejan la agenda y la seriedad de los temas públicos, quiénes tienen el sagrado y selecto, derecho de hacer, pensar y hablar de política.
Nadie que se considere humano, podrá aducir ninguna otra razón más importante y prioritaria, que el sagrado derecho del pueblo a ser consultado acerca de quién puede o no seguir gobernándolo, más allá de nombres.
Este será el acto más revolucionario de los tiempos actuales, que el pueblo pueda elegir a quién le plazca, soportando las consecuencias, claro, pero dejando la tutela, el sobreimpreso, el ser hablado por esa representatividad, que munida de los dineros estatales, además va por seguir pisoteándoles la dignidad y el sentido común.
Las libertades políticas y en concreto, la libertad de expresión política pueden resultar contraproducentes sí, realmente, incluyen el derecho a la expresión subversiva, es decir, el derecho a la resistencia y a la revolución, el derecho a la desobediencia civil. Este es un tema que siempre ha puesto en difícil aprieto a todos los teóricos de los gobiernos representativos y legítimos.
"El derecho de sedición debe ser respetado, salvo en el caso de peligro claro y presente, el cuál obligaría a restringir las libertades políticas" Rawls.
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