Proponen instaurar el día obligatorio de atención del político al ciudadano
En esta oportunidad, a diferencia de los 10 proyectos anteriores, no redactaremos la iniciativa completa, dado que sí bien no creemos en el derecho de autor, es decir no tenemos problemas en que los “políticos” la copien, como lo hicieron con los nueve precedentes, al menos esperábamos que tengan la gentileza de haber citado la fuente, pero, al parecer ya ni las formas guardan quiénes le cedimos nuestra representatividad. Tampoco convocaremos a una presentación pública de la iniciativa como lo hicimos en anteriores oportunidades, estaremos, en grupos diversos, exigiendo en los propios despachos de los “políticos” que se adhieran a trabajar los días sábados para atender al ciudadano.
Tal como lo expresa el filósofo Correntino Francisco Tomás González Cabañas, la inmensa e inmediata necesidad de que los políticos, estén para la gente-.¿Cuantas veces si no usted, o algún conocido acudió a una oficina de un político, para en términos llanos y vulgares “juntar orina” y perder toda una mañana o tarde, para que salga la secretaria, que seguramente no llegó allí por concurso público (para no caer en la tentación de decir concurso púbico)y decirle que el político que usted necesita ver, es decir su empleado, no puede atenderlo, tiene la agenda ocupada, u otra cosa más importante que hacer?. Con este proyecto o iniciativa, le sacamos la excusa, los instamos mediante ley, que los días sábados y entregando número y por orden de llegada, atiendan a sus mandantes, a la fuente de su legitimidad y legalidad, a los ciudadanos.
A decir de Marcel Gauchet (que en verdad, sino fuese porque aún pensamos bajo el condicionamiento de las ínfulas imperiales del eurocentrismo cultural, no sería lo que es de no haber sido Parisino) “como sociedad hemos segregado al poder, lo hemos sacado afuera, para que no tenga como fin único el representarnos, validando la legitimidad de lo representativo”. Quizá en estas latitudes, le dimos un giro peculiar, entronizamos esa delegación que hacemos de nuestro poder, pero, agregándole nombres y apellidos, una especie de mandatos más divinos que políticos, una divinidad enraizada en las nuevas herramientas que nos proporcionan estos tiempos modernos, las fotos y el habitar permanente en los medios de comunicación; Definen no sólo el hacer político, sino también las personalidades autorizadas, o legitimadas por la representatividad (más allá de los votos) para hacerlo.
Lo hemos planteado en más de una oportunidad, en el caso de que quisiésemos refrendar bajo investigación académica el presupuesto que partimos, deberíamos hacer una encuesta o sondeo de opinión, para determinar qué porcentaje de conocimiento tienen los 30 diputados provinciales, los 15 senadores provinciales y los 10 legisladores nacionales (7 diputados y 3 senadores), es decir sobre 55 protagonistas, o representantes directos del pueblo, legitimados por lo normativo, por la definición conceptual e histórica del sistema representativo en el que vivimos, como mínimo la ciudadanía, en un porcentaje mayor al 50% debería reconocer al menos a 10 de los 55 de sus representantes. De lo contrario, podríamos concluir que esa representatividad carece de legitimidad, por esto mismo es que no hacemos el relevamiento, dado que es más saludable, creer, dejar reposar lo legítimo en la expectativa de que pueda ser cierto (la típica zanahoria del candidato para ganarse el electorado, o la vista gorda de uno de los componentes de una pareja para no encontrar nada que no quisiese, como ejemplos) y en este dejar reposar, en esta inercia de lo democrático representativo, es donde para profundizar el concepto e impelidos tal vez, por nuestras construcciones arquetípicas conceptuales, cedemos esa representación del poder, en seres semidivinos que habitan en el olimpo de los medios de comunicación.
La política se determina entonces en un juego-disputa o “articulación” entre estos seres angelados, tocados por esa varita mágica (expresión muy utilizada en el mundillo “bajo” o de los que anhelan ser tocados por esa varita de la política) que andan y desandan, sus actuaciones bajo códigos o codificaciones que no requieren cuestionamientos, precisan más que nada de un público laudatorio, de una tropa disciplinada que les diga todo que sí, que a lo sumo debata, el color de la corbata o el de la camisa utilizada en una determinada acción por el elegido. Esta tribuna no es la única de la que se hacen estos semidioses, pues el partido, se transmite en vivo por televisión, por las redes sociales, por la radio y se comenta por los diarios, es la forma que tienen de sostener esa legitimidad, de decirnos que tiene tanto que ver con nosotros que por ello, debe desandar su capacidad omnipresente y formar parte de nuestra cotidianeidad.
Probablemente sí desandáramos aquello de la encuesta o del sondeo de opinión, no sería muy alto el porcentaje de los ciudadanos que se interesen por lo político, si bien esto puede sonar como un mensaje desde lo que algunos dan en llamar “la anti política” en verdad es una muestra, que desde el poder se disputan intereses, que están en esas nubes de Úbeda, que no pueden bajarse mediante la interfaz de los medios, o definirse en la supuesta participación que tendríamos enviándole una carta de lectores, para ver si la pública o no el matutino al que elegimos someternos para que decida si no nos comunicamos o generamos “feed-back” .
La política, y sus políticos endiosados, nos imponen, mediante la canonización que les otorgamos en elecciones, esa diferencia entre lo divino y lo humano, y el momento en que nos cruzamos, que podemos intercambiarnos, participar (es la respuesta que dio Platón a su aporía creada entre el mundo terrenal y el del eidos) o ser parte y que esa diferencia actué como lo positivo y lo indispensable, es mediante la interfaz de los medios de comunicación, mediante el reportaje (más que reportaje, las declaraciones que hacen ante micrófonos, pues en nuestro medio, casi nadie entrevista) o la foto.
Hacer política de otra manera o pretenderlo, es prácticamente un delirio, o en el mejor de los casos filosofía política (Francisco Tomás González Cabañas).
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