2 de mayo de 2016

La felicidad juega en el chapitel.

Es un tema, mambo negro. De todos modos, hace más de un año que no consumo y estoy feliz con eso. Ahora, los pajaritos sonríen y se posan sobre mis hombros. Los días son un amanecer hermoso y las montañas dibujan figuras animadas. Mentira, nada de eso pasa. El mundo sigue siendo una mierda, pero yo no me escapo más. ¿Vas a seguir escapando? Testimonio de un adicto en recuperación. Por Carlos Coria García.

Dos cuestiones fueron y seguirán probablemente, -hasta el ocaso de los días- siendo abordadas con desesperación por los seres humanos, en todos los tiempos y épocas que llevan sobre el planeta, la búsqueda de la felicidad y sortear la muerte ocupa el podio. La felicidad es de esas metas que parece un trabajo de alquimista, de arqueólogos, exploradores excavando donde sea para conseguir la pócima que cambiaria para siempre la vida humana.

 

En “De vita beata”, Séneca se refiere a la cuestión como un deseo: “Todos los hombres,  hermano Galión, quieren vivir felizmente”. Así, la felicidad también tiene su propia historia, como por ejemplo una ciudad galesa. Eudaimonia fue el termino que utilizaron los griegos antiguos para referenciar e intentar cercar a la felicidad dentro de un concepto, los romanos hicieron lo suyo y la llamaron felicitas, en la edad media los monjes cristianos emprendieron el mismo viaje que sus antecesores y solían referirse a ella como beatitud. La felicidad -sostiene Platón-, solo puede ser concebible desde el mundo inteligible, cuando el hombre puede contemplar la esencia de las cosas, más allá de la ilusión que nos ofrecen nuestros sentidos.

 

Aristóteles, en cambio, nos advierte que no es lo mismo felicidad que placer y en la mayoría de los casos las confundimos, ello lo llevo en Ética a Nicómaco a delimitar sus esferas particulares: “Pues he aquí precisamente el placer; y por consiguiente, un cierto placer podría ser el bien supremo, si fuese el placer absoluto; aunque por otra parte muchos placeres sean malos. Por esto cree todo el mundo, que la vida dichosa es una vida de placer, y que el placer va siempre entremezclado con la felicidad… pero la felicidad es una cosa completa; y así el hombre, para ser verdaderamente dichoso, tiene necesidad de los bienes del cuerpo y de los bienes exteriores, y hasta de los bienes de fortuna, para no encontrar por estos lados ningún obstáculo… Una prosperidad excesiva se convierte en un obstáculo verdadero; y quizá entonces no hay razón para llamarla prosperidad, debiendo ser determinado el límite de esta por sus relaciones con la felicidad”.

El Dalai Lama, en su cosmovisión sobre la felicidad, nos dice que puede ser un estado permanente en los seres humanos y se puede lograr con el desapego y la compasión que nos permiten cambiar nuestra forma de ver el mundo y liberarnos del sufrimiento. El acto primero del desapego para emprender la senda de la felicidad es raparse la cabeza.

Y así, sucesivamente, hasta llegar a nuestros días que en lugar de enmarcarse en un círculo conceptual se dirige más aun estado real actual, el dinero ya no conforma al infeliz, el acopio de objetos de todo tipo tampoco, ahora nos animamos a ir más allá, tal vez una paso más al abismo, despegarnos del cuerpo físico, la felicidad puede estar en un “viaje”, artificial, alucinante. La felicidad -enseña José Ortega y Gasset-, se produce cuando coincide -lo que él llama-, “nuestra vida proyectada”, que es aquello que queremos ser, con “nuestra vida efectiva”, es aquello que, somos en realidad.   
 

En palabras del propio Ortega: Si nos preguntamos en qué consiste ese estado ideal de espíritu denominado felicidad, hallamos fácilmente una primera respuesta: la felicidad consiste en encontrar algo que nos satisfaga completamente. Mas, en rigor, esta respuesta no hace sino plantearnos en qué consiste ese estado subjetivo de plena satisfacción. Por otra, qué condiciones objetivas habrá de tener algo para conseguir satisfacernos.

Puede que algunos encuentren la felicidad en un químico de superhéroe donde la dimensión de lo trágico hace lugar a una existencia plenamente subjetivada en lo ideal, aunque fuera efímero, fugaz e imposible de juzgar por pertenecer al ámbito del libre albedrío, ese encuentro con el cáliz, también puede que coincida con la misma muerte. ¿A la felicidad hay que buscarla o siempre estuvo en nosotros y de tanto buscar nunca la encontramos?

 

 


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