25 de marzo de 2016

Sueños despertados.

De joven se consideraba a sí mismo como un muchacho muy raro, pero llegado un punto ya no podía discernir si acaso él se veía de esa manera o era producto del discurso de los demás. Para cada una de sus extrañezas tenia siempre una buena explicación, un buen fundamento ante sus ojos y completamente incorruptible por los demás. “Creo que umbral debería llevar H”, le decía a su maestra de secundaria mientras discutía por un punto que le había quitando en un examen por falta de ortografía. Por mucho que se le explicara acerca de las convenciones lingüísticas de la sociedad, Mariano no dejaba de decir que todas las palabras que empezaran con una vocal deberían llevar H, sin embargo, ya no se trataba de luchar por conseguir la mejor puntuación, él creía firmemente que palabras tales como “umbral” realmente deberían ser escritas con H, “humbral”, no dejaba de escribirlo en sus cuadernos como único lugar de queja que le era permitido visitar.

Para cuando se convirtió en un adulto pagaba una fortuna a un psicólogo que lo ayudaba a existir por las mañanas, alimentarse bien y hacer todo eso a horarios adecuados, cosa que no siempre lograba.

Un día, acomodado en su viejo auto, el semáforo en rojo le otorgó el tiempo suficiente como para que se sorprendiera a sí mismo aceptando que en esta vida, hay cosas que simplemente no tienen salida y es mejor dejarlas estar, tal como son, tal como nos duelen.

Ya no podía escribir como antes. Pasaba horas sentado frente a su computadora sin saber qué hacer además de ir y venir sin sentido desde una a otra página insignificante. Esperaba que ella le dejara un mensaje preguntando si podrían acaso verse otra vez, sin embargo esa espera se transformaba en franca ansiedad cuya utilidad era lograr la imposibilidad de actividad alterna.

Caminaba por la calle pensando en ella, en la posibilidad de que se encontraran sin haberlo planeado, caminaba mirando hacía cada rincón de las calles. Sorprendido cada día ante la evidencia de que es posible desaparecer dentro de una ciudad tan pequeña.

La última vez que había escrito para ella había sido una verdadera plegaría impregnada de la esperanza loca de esperar que todas aquellas palabras tuvieran el poder de acariciarla aún a la distancia. Todo eso ahora formaba parte de un cuaderno abandonado, repleto de cartas sin terminar, vacío de mensajes acerca de la felicidad.

“Como si tuviera que aguantar la respiración bajo el agua. Como sentir caminar por las paredes y llegar al techo. Como para rabiar bastante. Como para sentirme amordazado. Atado de manos y pies. Como para no poder llorar por miedo a que no se detenga más. Como para no querer levantarme mañana ni el día siguiente. Como para querer dormir hasta nuestra próxima cita. Como para intoxicarme esta noche escuchando Amy Winehouse. Como para querer volverme teletransporable. Aprender a cerrar los ojos y aparecer ahí a donde quiero llegar, justo donde vos estás, por ahora... lejos de mí. Como para sentir que no tengo hogar si en él no estás. Así y de mil maneras más es como te extraño”

Su casa era un verdadero desastre, los fines de semana la repletaba de conocidos para pasar el rato, y durante el resto de la semana intentaba devolver cada cosa a su lugar. Una persona normal no tardaría tantos días en limpiar, reconoció un tanto abrumado cuando notó que todo intento de olvidar resultaba en un fracaso recurrente que interfería en sus tareas diarias.

Después del trabajo era costumbre establecer una lista mental de tareas a realizar antes de que terminara el día; acomodar en el closet la ropa que yacía en el piso de su habitación, sacar la basura a tiempo, limpiar los muebles y los pisos, y lo más importante, sacar a pasear a Peter y Kiara. En esto estaba cuando se dijo a si mismo que lo ideal sería ser el tipo de persona que hace ejercicio físico, pero ese no era él, y estaba convencido de que solo viviría hasta los cuarenta.

Entonces, todas las imágenes volvían a aparecer. En el cine, camino a reuniones familiares, cenas románticas, y después; él en su solitaria morada no haciendo más que pensar. Las imágenes mostraban siempre un antes y un después, pero nunca un por qué. No lograba recordar el camino que había tomado tiempo atrás como para que su destino lo abandonara a la soledad de su sofá cada vez que el día terminaba.

Y al final de tantas imágenes que atravesaban su dormida mente; ella se fue otra vez, como era de esperarse, como todas esas cosas que podemos ver venir pero nos aferramos a las santas vendas, arañando cada partícula de su ser para no dejar que se desaten, sosteniéndonos de lo que sea con tal de creer en una nueva oportunidad.  

Como cada día, se preguntaba cómo sería posible eliminar el botón de pausa que determinaba su vida, y volver a ser quien solía ser antes del amor.

Entonces, un aire fresco entró por su ventana, junto con los últimos rayos de sol, invitándolo a levantarse y comenzar con su vida nuevamente. A veces las simples cosas de cada día son las más difíciles, y no se trata de decisión, sino de motivación. Y en este caso, no había razón alguna que encontrara Mariano como para poder siquiera comer como lo hace la gente normal. No obstante, había algo especial en esa brisa que jugaba con su cabello, algo muy cercano a la esperanza, pero sin tocar aun la esponjosa alegría de quien se encuentra enamorado.

Se levantó entonces automáticamente, tomó lo que debía usar para comenzar con su tarea de limpieza, y se dispuso a cumplir con cada punto de su lista mental.

Cuando por fin concluyó con sus quehaceres, el brillo de sus pisos, el aroma a vainilla en toda la casa, y el hecho de poder usar su escritorio, ahora vacio de papeles inútiles, contribuyó a que se sintiera bien consigo mismo.

Esta vez no había alguien a su lado, lo que sentía ahora no llevaba el nombre de otra persona a quien dar gracias, por lo cual notó que algo podría estar cambiando, ¡tanto tiempo había pasado lentamente hasta el punto de vivir bloqueado dentro de sus propios pensamientos!, pero nada de eso importaba, ya no sería dramática su vida, ya no lamentaría el hecho de tener que vivir solo, y sobre todo, ya no extrañaría tanto a Patricia.

Aquella mujer no sólo se había marchado, sino que además llevó en su maleta todas aquellas palabras que no se atrevió a pronunciar. No hay peor final, que aquel que no posee explicación alguna.

La relación había durado seis largos años, que en realidad, como los buenos tiempos, pasaron volando.

En medio de tantas revelaciones, despertó; no había hecho nada de lo que tenía planeado, se había dormido en el amplio sofá, con sus perros calentándole los pies. Se odió a sí mismo al mirar el reloj, había perdido tres horas completas soñando que hacia todo aquello que debía y poco deseaba.

Ahora se encontraba a sí mismo en medio de pensamientos negativos. Enojado y abrumado, decidió rendirse y entregarse a sus sábanas para descansar como se debía, y así dejarlo todo para después, de todas formas nada era tan importante como simplemente respirar.

Justo en el preciso instante en que volvía a caer en sueños, Kiara lo despertó con un gran salto sobre la cama, entre sus dientes llevaba su correa, sin necesitar hablar, expresó su necesidad de salir a pasear. Mariano no se hubiese levantado, de no ser por lo gracioso que le pareció el gesto de su inteligente mascota que al parecer no quería verlo acostado otra vez.

El sol aun iluminaba el césped del espacioso parque por donde Kiara y Peter corrían alegremente. Entonces una figura femenina se asomó a acariciarlos, ellos parecían conocerla, pues la saludaban alegremente con saltitos energéticos. Su nombre era Hana, una joven que siempre detestó tener que avisar que agregaran una H cada vez que lo escribían mal, quien había tenido que regalar a sus mascotas al mudarse a un diminuto departamento, por lo que se vio conmovida ante estos perritos que sin haberla visto antes, parecían adorarla. Cuando dobló la esquina, los pequeños la siguieron como si acaso fuera la dueña; un tanto celoso y enojado, Mariano corrió tras ellos, no iba a permitir ser abandonado nuevamente, mucho menos por sus únicos compañeros.

Saludó cordialmente a la muchacha sin intención alguna de conversar, pero ella era lo suficientemente charlatana como para hacerlo por los dos, así que en menos de cinco minutos él sentía saberlo todo de ella, y notó que no era nada molesto escucharla.

Era muy bonita en realidad, tal vez por semejante evidencia, o por lo simpático que era el tono de su voz, Mariano le dijo que al otro día tenía planeado sacarlos a pasear nuevamente a la misma hora, y que no tenia problema alguno si quería volver a saludarlos, lo dijo en realidad pensando que no le venía nada mal alguien como ella con quien compartir la partida del sol.

Al regresar a su casa sintió algo extraño en el pecho, al parecer su corazón volvía a latir, no dejaba de pensar en aquella sonrisa pícara, y en la posibilidad de volverla a ver.

Veinticuatro horas habían pasado lentamente, y el parque se convirtió en un fiel testigo de aquella escena en la que un hombre jugaba alegremente con dos perros esperando que no se notara el esfuerzo que había invertido para lucir bien y conquistar a aquella bella dama que había prometido regresar.

Llegada la noche, Hana y su sonrisa no habían aparecido, y todo estaba tan oscuro como para perder las esperanzas y dar a la cita como perdida. Un tanto desilusionado, Mariano cerró la puerta de su casa jurando que ya nunca más esperaría ni media hora por una mujer.

Entonces llegó ella, con sus típicos tacos altos, anteojos delicados y perfume importado. Él observó por la ventana creyendo estar viviendo una alucinación, una verdadera percepción sin objeto real, y al salir… era ella, Patricia. En lugar de dar un portazo como siempre había imaginado, miró hacia aquellos enormes ojos que tanto le habían quitado las ganas de vivir.

“No voy a decirte que no deseo escucharte, no existe si quiera forma para que me canse de mirarte, pero si dejo que entres otra vez, ya nunca podré salir”.

Dicho esto, se despidió con una mueca y regresó a su vida habitual repasando mentalmente su lista de actividades, a medida que las ejecutaba.

Mientras tanto, en el oscuro parque, Hana se juró a sí misma regresar todos los días a la misma hora y ya nunca dejar las llaves de su departamento donde no las pudiera encontrar.

Por Cynthia Calgaro (Ambar Shall).


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Ambar Shall Escritora
Gracias por publicarme
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