22 de enero de 2016

La Cultura cómo papel higiénico de la sociedad.

Tal como los consejos médicos, los eclesiásticos o los paternos, que se brindan para no ser cumplidos la clase dirigente de la sociedad, en sus reuniones onomásticas o en declaraciones a la prensa se jacta de trabajar en lo respectivo al área cultural, a darle promoción y soporte a sus hacedores, de dedicarle tiempo y compromiso, pero en el momento de estar individualmente frente a un fenómeno cultural, se desentienden, le dan la espalda, lo tratan como un aspecto menor, sí bien esto es harto sabido, desandamos por qué o la importancia de tomar en serio la cuestión cultural.

Ninguna sociedad puede desarrollarse o presentar desafíos que le permitan un progreso en el conjunto de los valores que esa misma sociedad sostiene o cultiva, sí sólo existe un estado al amparo, o presente para producir, sea trabajo, divisas o confort económico.

Ninguna administración, abarque distrital, geográfica o poblacionalmente lo que abarque, puede embarcarse en la gran aventura de forjarles un mejor porvenir a sus ciudadanos, si cuenta los sucesos culturales, en relación a la cantidad de entradas vendidas, de luces que se ponen en el escenario o de cámaras que transmitan un show comprometido con el envase, con la marca, con la etiqueta, llevándose puesto con ello, o esquilmando su propia sustancia o razón de ser.

Que sociedad podría ofrecer representaciones culturales dignas, si quiénes se dicen sus históricos hacedores, se denominan como animales extintos y plantean desde la mesa de una pulpería, quiénes pueden o no tener la palabra para osar dedicarse a la cultura.

Que paradigma de lo cultural puede discutirse, sí el único gravitante es el que está en manos de profesionales de la alcurnia o de los habitantes enmohecidos de la clase alta, que ya de viejos, cansados de obedecer el mandato social que les toco, garabatean algún poema, estéticamente deleznable, pero que, mediante la red, filial y amistosa, que lograron conseguir en sus tristes vidas, logran la notoriedad, insípida e insulsa de los pasquines locales que ofician de periódicos, en detrimento del concepto de trabajador cultural que día a día, tal como lo hace un albañil o un bancario, debe ganarse el pan, enfrentando precisamente esta noción costumbrista de que sólo lo cultural le pertenece a los que heredaron una biblioteca de roble o madera noble y que obedecieron como polluelos los dictados emanados de los mandatos sociales a los que jamás osaron revelarse.

Qué importancia puede tener lo cultural, para una sociedad que se arrodilla, penosa y estúpidamente ante los uniformes, escolares, de control, religiosos y los zurcidos por logos o marcas que señalan poder económico, y que reprimen una y otra vez, ese grito libertario, socavado por esa opresión de la que es víctima; de esa enajenación sodomita a la que la someten en cuerpo y espíritu, diciéndole que habitan en una democracia, en el resguardo de la institucionalidad normativa pero que en verdad si les toco nacer en un hogar pobre, morirán en el mismo o en uno peor del que les toco. Que ínfimo peso puede tener un texto como el presente, sí mediante la cooptación cultural que el sistema hizo de sus hijos dilectos y de sus entenados, la mitad de los mismos se debate por la salud del caballo apaleado por el linyera en una red social y la otra discute, bizantinamente, sí en Venezuela la rebaja de precios dictada a una cadena comercial ha sido o no una forma de habilitar la confiscación de bienes muebles.

Que otra cosa podríamos hacer que no sea esta, más que nada, por sí en algún momento, algún ser indeterminado se nos cruza en el camino, y sin decirnos más nada, reconoce que ir al corazón de los problemas, al nudo gordiano del mismo, pasaba, con tanta exactitud por acá mismo, que por ello asustaba tanto y preferían no ver o no enterarse del foco de los conflictos que atravesamos desde hace tiempo como corpus social.

“La inteligencia no es un despliegue en el individuo aislado, comprensible desde él, sino que es un proceso en la evolución del género humano , y éste mismo es el sujeto en que existe la voluntad de conocimiento…La cultura intelectual de una época cualquiera se forma mediante una cooperación de las diversas manifestaciones de la vida espiritual.  Estas manifestaciones concuerdan, en cierto grado, en una totalidad. No importa lo diversa que sean las actitudes que toma la inteligencia ante su objeto en una época dada…El arte, especialmente la poesía, crea lo típico, que ocupa un puesto importante en nuestras representaciones. Lo típico aparece junto a lo regular. Regular es lo que es expresión de un comportamiento general en la naturaleza. Es típico lo que expone en un caso singular algo universal. Lo típico, sí se le quiere dar una expresión conceptual abstracta, presupone una conexión teológica. (Wilhelm Dilthey)


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