29 de diciembre de 2015

Ciertas prácticas periodísticas que no ayudan a una mejor calidad democrática.

“Ninguna buena madre habiendo dado permiso a sus hijas a ir a un baile, dejaría de revocar dicho permiso si tuviera la seguridad de que ellas sucumbieran a la tentación y perderían allí su virginidad. Y todo madre que, estando seguro de que esto habría de ocurrir, les permitiría a sus hijas ir al baile y se contentara con exhortarlas a que sean virtuosas y amenazarlas con repudiarlas si ya no fueran vírgenes cuando volvieran a casa, se hará merecedora del justo cargo de no amar a sus hijas y la castidad” (Bayle, I, 177-178). Por intermedio de este razonamiento podemos inferir que el compromiso social y democrático de ciertos medios periodísticos (sobre todo de aquellos que se precian de trayectorias y de haberse constituido en emporios de lo comunicacional, casi como en instituciones en sí mismas) que en los últimos días, llevaron a cabo acciones, de dádivas o prebendas públicas (como el aprovechar la natividad para erigirse en Punteros del reparto, naturalizando esta práctica tan ruin, condenable y lamentablemente tan usual en tiempos electorales) como el verter informes, sea focalizadamente tendenciosos, porque ocultan una intencionalidad política (un norte naranja, del que no estaría mal que tengan, sino que simplemente no lo hagan expresamente manifiesto) o incompletos en lo conceptual (definir que la actividad legislativa ha sido peor o mejor por la variable de la cantidad) es de alguna manera tan bien, contribuir, con lo que luego, en otras páginas o emisiones se declama como lo pretendido, tener una sociedad mejor y con ella una clase política más en consonancia con los principios democráticos.

El haber elegido la presente posición de pretender hacer pensar la política, no es excluyente de que la exhortación sólo les competa a la clase política. Sí bien, deben ser por lógica los principales destinatarios de una lid que los conmine a salirse del cliché o del lugar común de que lo político sólo es acción, el mero proceso maquinal de repartimiento o en el mejor de los casos de administración, todos aquellos que conformamos el espectro social, tenemos también nuestra parte en relación a las formas democráticas en las que nos comportamos en la orbe social. Los medios de comunicación, considerados incluso por algunos, como un cuarto poder, sin la institucionalidad ni la legalidad normativa de una institución, posee, una gran cuota de responsabilidad no sólo en lo que transmite y en cómo, sino también en nombre de que lleva a cabo ciertas acciones hacia la comunidad.

Volviendo a ser respetuosos recordando el lugar desde el que se habla, no podemos dejar de omitir que desde hace años, venimos planteando la seriedad, la legalidad, entre el vínculo natural entre medios y política. Esto mismo que fue expresado por el pináculo de otro poder, el judicial, en los fundamentos de un reciente fallo, cuando se dejo expresado que la libertad de expresión no podría estar garantizada si no existiese una ley de pauta publicitaria que blanquee la informalidad y la discrecionalidad de todos los tiempos, es una de nuestras batallas, que con algunos colegas del terruño venimos sosteniendo casi estoicamente.

Siempre ha sido vergonzante, para los que trabajamos, que por ciertos caprichos del destino, aparezcamos o no en una lista de consideramos por el poder de turno, cuando no, alguno de sus representantes, expresen a micrófono cerrado que no lo harán porque tienen un prurito personal con alguien vinculado al medio, o incluso a micrófono abierto, expresando que otros colegas son “muertos de hambre”.

Pero en este artículo, la perspectiva se invierte. La institucionalidad política, cada cierto tiempo es imitada en sus procedimientos más criticables y recriminables, el caso más simbólico es el de un medio que toma de la siempre criticada y recriminada dádiva electoral, haciéndola propia, dejando en el éter, inconscientemente, tal vez, que está naturalizando tal práctica barbárica e indignante que luego es defenestrada en sus propios micrófonos. Entonces el problema no pasa a ser la dádiva, el uso que se hace del pobre, sea para que vote a fulano o para que escuche a mengano, sino quién entrega la bolsa y en qué momento.

Tampoco caeremos en la trampa de que los medios de comunicación deben ser impolutos y sépticos de interés, sean estos ideológicos o económicos, probablemente hasta se acepte el periodismo militante como una suerte de medio de propagación de un convencimiento o de un relato político. Lo que sí, y sobre todo en nuestro periodismo vernáculo, es que tanto desde la oficialidad, como desde un matutito partidario o de una oposición casi en solitario, los house organ que publican, es decir los boletines que expresan sus intereses, al menos deberían ser confesos, blanqueados, explicitados, tanto al público como al espacio en que se difuminan, de lo contrario, pierden en la seriedad y en el rigor en que el en algunos casos pueden llegar a atesorar.

Finalmente, y sí bien es más que aplaudible el ejercicio de la investigación periodística, la comparación y la conclusión en base a variables numéricas, tampoco se entiende que medios, que se caracterizan por sostener lo simbólico de lo social, de sus instituciones, que habitan en todos y cada uno de los eventos en que la correntinidad se expresa, salgan con inusitada desprolijidad, publicando un informe incompleto e inexacto (cruzando sólo las variables cuantitativas, sin dar una definición del trabajo completo, incluyendo el político que posee un representante), que para lo único que contribuye es para afirmar ese rumor siempre creciente, que nuestros legisladores no trabajan, o lo hacen poco, no sirven o no los conocen. O lo que es peor, sólo vincular la supuesta escases de la labor legislativa (no se contemplaron tampoco, las reuniones de comisión que son lo nodal de la actividad en los parlamentos) con el acto, democrático, por antonomasia, que son las elecciones o cuando el pueblo es convocado a votar.

Sí bien la política debe, una relación, seria y respetuosa con los medios, por intermedio de una normativa que lo ordene y blanquee, los medios, y sobre todo aquellos con mayor hándicap y seguramente mayor percibimiento de pauta discrecional, también debe replantearse algunos enfoques que no encajan, con lo que dicen pregonar en el resto de sus páginas o emisiones.

 

 

 


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