La urna que devora las pretensiones políticas.
Es muy sencillo criticar o recriminar, a quién no se acostumbra o se adapta a un determinado sistema, es demasiado fácil señalarlo como el irreverente por exceso que se ha quedado en la adolescencia, en la queja permanente, en la protesta lastimera, en la posición poco colaboracionista. Ocurre que el hiato, el espacio entre lo que le han dicho a ese sujeto, la forma en que lo han educado, no se condice con lo que esa misma sociedad le ha mostrado, a través de producciones cinematográficas, por intermedio del relato vivo de cómo se desarrollaba aquello.
Vivimos en una sociedad que nos eyacula precozmente, que nos incita al éxito inmediato que nos posiciona de forma tal en el mercado que con el mejor auto, paseemos a la chica más bonita (y por ende hueca, no porque el suscribiente lo diga, sino porque de tal manera las forma el sistema) y para ello el encuentro con los mandantes, estar al servicio de tales, porque el verdadero placer es ser sus personeros, sus perros falderos, de esos tipos oscuros, que manejan millones y que no se les para, que están más allá del sexo, de la familia, del amor, arrumbados en lo más parecido a un no humano y por ello en el pedestal máximo de la fantochada del poder.
Guarecidos en lo que se empecina en ocultar la política, porque son muy pocos los que se animan a plantear que se necesita un volver a arrancar para poner blanco sobre negro los millones del poder, sin ir más lejos, próximos a una elección en nuestra provincia, se da por descontado que se precisan, entre 15 y 20 millones para una campaña, está como naturalizada la cifra, al punto que analistas y políticos, lo dicen con una soltura de cuerpo como quién compra marihuana en Holanda.
Y en esa complicidad es en donde no deberíamos caer los que estamos en esto, de última, por más que sea un secreto a voces, tendríamos que sentir la obligación de señalar que esos millones se necesitan para ir (bajar se le dice porque inconscientemente el dirigente cree estar en un lugar superior al del votante) a los barrios, para organizar una choripaneada, cuando no un acto, pagarle al grupo de música, la movilización, los punteros, a los medios, los carteles, el consultor, la nafta y todo lo vinculado al circuito negro y renegrido de la política.
Porque quizá el empresario aporte a la campaña para luego prestar servicios y realizar obras con quién ocupe el poder, pero el puntero no, la necesita ya, por eso es negocio para el empresario adelantarle en la campaña al político, lo que lógicamente exigirá que le sea devuelta, por tanto, aquí radica la imposibilidad del político de desvincularse del empresario, porque se la puso cuando se le pedía el puntero que el político cree que hubo de ser determinante para su consagración.
El empresario compra esas prerrogativas y esos favoritismos sin que le importen banderas ni ideologías a lo sumo, estando en el tiempo y en el lugar indicado para financiarle la campaña a un amigo de jardín, compañero de la secundaria o contertulio de copas.
El dirigente o puntero es el que no cambia ni de auto ni de barrio. A lo sumo engorda en las campañas, toma mejores vinos; tanto políticos como empresarios usan a estos que son los mismos para en turnos rotativos, intercambiar nombres, lazos de amistad o grupos de amigos, facciones.
Queremos decir con esto que los tres actores (empresarios, políticos y dirigentes) son títeres de lo preestablecido, simples ocupantes de un rol, que un lumpen narrador ha dejado vacante para desandar la tragedia de una obra funesta.
Y muchas veces estas historias tienen que llegar al gran público, a la peluquería, a los programas de la tarde, pero como una sociedad educada en la contradicción arriba referida, que nos pide que leamos a Platón pero en verdad está pendiente del culo de la vedette, precisa que el condimento de la historia se nutra de la modelo, de los mafiosos, de los autos, del impacto del polvo, del lechazo concreto, de los millones en los bolsos, que obviamente sale de la política, como bien dijimos no solamente por responsabilidad de los políticos sino del sistema que crea cada cierto tiempos estas películas, estas novelas.
Un día más, podría ser la política correntina, la formoseña o la chaqueña, lo cierto es que en el norte Argentino la dependencia de lo económico con el erario público, dispone que en lo social, quién más quién menos o tenga una relación directa con el estado o la pretenda. No se trata de inversiones de la empresa privada o la apertura de los mercados o ciertos efectos internacionales, mucho menos de la institucionalidad de ciertos educadores privados, que para garantizarse la cuota del educando de jardín al master, desarrollan el concepto del súper hombre moderno dirigiendo la empresa multinacional cuando en el mejor de los escenarios, terminan sí bien acomodados (en realidad el mismo sistema les devuelve lo que invirtieron sus padres en su educación) pero a lo sumo jugando una tómbola financiera, un paño de ruleta, disfrazado de pizarras de bolsa.
Estamos hablando de lo sustancial del poder, de lo inaprensible para tantos hombres únicos que quedaron en los anales de humanidad. Desde Marx, planteando la lucha de clases, y disponiendo su sapiencia para que el proletariado prevalezca en lo que consideraba lo propio del poder, con la violencia como factor, determinante, casi natural (aunque este no sea un término marxista). Pasando por Weber, Foucault y tantos otros que se le animaron a definir la latencia y las tensiones del poder, para develar el sustrato de las relaciones sociales, de aquella vieja distinción entre Rousseau (el hombre bueno por naturaleza) y Hobbes (El hombre lobo del hombre) que aún hoy sigue como apotegma de la ciencia política y del ejercicio de la política.
Vayamos a casos concretos, de lo contrario pecaríamos del mal del claustro o de la soberbia academicista, sí alguien tuviera en la actualidad, en la provincia de Corrientes, el deseo de hacer política, se encontraría con un deber ser inexpugnable, debe necesariamente tener una vinculación sea con el oficialismo (y sus diferentes líneas) o con la oposición nacional, por tanto el proyecto de este hipotético entusiasta ya nacería pecando por falta de federalismo, el poder abrasivo del unitarismo histórico, podría frustrar la propuesta de federalizar la política en caso de que estuviera como propuesta o como posibilidad.
Mucho menos hablar de recursos, de dinero para sostener una estructura, nunca se hizo (por más que como leyendas urbanas, más de 10 partidos o dirigentes digan inflando el pecho que lo hicieron) política con una silla plástica, juntando firmas o convenciendo a la gente en calle junín. Ese delirio, sonsacado de los tiempos del ágora griego, no es más que un discurso del poder, tan efectivo como letal. Efectivo, porque en caso de que alguien se anime a tal ridículo, se desgastaría rápidamente y en caso de no hacerlo, el mismo poder lo caracteriza como loco, por tanto letal.
En tiempos de la híper-comunicación ocurre casi lo mismo, sí la mentada organización política, posee ideas (lo cual también atenta contra el propio sistema que te impone desde la educación formal obedecer y no pensar) y las difunde, por la gratuidad de las redes sociales, entrará en el vicio mayo de hacer trascender y llegar a más lugares, acudirá al sistema de los medios de comunicación establecidos, que necesariamente responden a pautas publicitarias oficiales y obligadamente solicitaran a quiénes le soliciten que publiquen sus ideas ingentes recursos.
Finalmente la ley, que supuestamente garantiza accesibilidad e igualdad de oportunidades, en lo respectivo a lo electoral, termina de finiquitar las esperanzas de quién se proponga, pretenda, o ejerza la política desde la inocencia del intercambio de ideas y exposición de las mismas, para que otros elijan en libertad lo que mejor consideren. Ni en el aula universitaria ocurre esto, de hecho los profesores tienen el lápiz que pone la nota, en la política real mucho menos.
Política real lo hacen muy pocos, los entusiastas son atacados, además de lo descripto por el sistema en sí, por los perros, o esbirros de los poderosos, que te dirán que sí no estás con ellos, sos un loquito, librepensador y sí por algún aborto de la naturaleza les demostrás que no, o mejor dicho los jefes de los que te acusan de tal se convencen que mandandote a decir eso no te dañan, irán porque militas en un armario, en una computadora, sólo detrás de ideas, sí incidencia real en los barrios, sin predicamento en las barriadas y demás construcciones identitarias del acervo cultural de un neo-populismo. Habría que analizar sí estando en el barrio, en el barro o en lugares donde el estado no llega, se hace política, sólo desde el abrazo, desde el mate o desde la charla, porque sí después en verdad subimos las fotos de esa visita a una red social o enviamos una gacetilla estamos usando la pobreza de esa gente a quiénes decimos ayudar. Mucho más sí conseguimos repartir 30 palas o 30 aspirinas, eso sí es el derroche de la demagogia, pero muchos políticos hacen de esto de tal manera, porque existe este sistema descripto que los legitima, no necesariamente porque la política tenga que ser así, o porque ellos mismos duerman tranquilos con sus conciencias o espíritus.
La violencia es parte, latente de los conflictos de poder, es condición suficiente de la libertad, es un estadio primitivo a la misma, ocurre que cuando los sistemas dejan de funcionar para las mayorías (no necesariamente numéricas, ni tan sólo dominantes) o un conjunto de circunstancias se ordenan de tal forma como, se validan en golpes, empujones, quemas de neumáticos, cortes de calles, insultos, sea orales, en una marcha o escritos o por carta abierta, cuando no represión, actuar de las fuerzas del orden, recortes presupuestarios, leyes restrictivas lo que el sistema generó o de la forma que reacciona.
Un sistema complejo, por algo es más sencillo, validar, cada dos años a los políticos que navegan en el sistema, antes que tratar de construir algo diferente todos los días, momento a momento, palabra por palabra. Por tanto quizá, la próxima elección resuelvan, que las urnas no van más, pensando que modificando la cosa, se cambia lo conceptual o lo fundante, usted ya viene escuchando esto mismo, no le diga que no le avisamos, tampoco se sorprenda ante los obvios resultados.
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