7 de octubre de 2015

La felicidad de los trásfugas.

El pauperismo es un corolario de la pauperización de Mi, de mi impotencia para hacerme valer. Así, Estado y pauperismo son dos fenómenos inseparables. El Estado no admite que
Yo me aproveche de Mí mismo, y no existe más que a condición de que Yo carezca de valor; siempre tiende a sacar provecho de mí, es decir, explotarme, despojarme, o hacerme servir para alguna cosa, aunque no fuese más que para cuidar de una prole quiere que Yo sea su criatura. El único y su propiedad, Max Stirner.

Los últimos tiempos fueron marcados por un sin número de espectáculos  los denominados de autoayuda que propenden a que cualquiera alcance la felicidad y el existo en su vida, que perviva en sonrisas y colmado de todo aquello que se imagina ¡que esperas para ser feliz!

Si se prestase atención a las tertulias para alcanzar la felicidad y éxito sus concurrentes no son pobres, ninguno de ellos nació y vive en el barro de las zonas marginales, ni uno solo es analfabeto o desnutrido, absolutamente no. Pues para ingresar al finísimo mundo de la felicidad hay que desprenderse de sumas de dinero abultadas en entradas a las “charlas”, en compra de material bibliográfico o sea la catarata de libros que se ofertan.

Indudablemente el oasis del éxito y mucho más de la felicidad es terreno vedado para ciertos niveles socioculturales o mejor dicho, solo ingresa quien tiene la biyuya para pagar ya sean las charlas o los libros.

La búsqueda de la felicidad lleva sobre la tierra tanto tiempo como hombre con razonamiento habita el planeta tierra, es algo prácticamente imposible de clasificar o determinar fehacientemente de que se trata, cada ser en cuanto es, tiene su propia medida de felicidad. Hace un tiempo lo que importaba en Argentina era ser exitoso, fue una característica particular de los denominados años 90, hoy día parece que el elixir de la vida es la felicidad y a cualquier precio, incluso las drogas sobre todo las sintética vinieron a ocupar un lugar preponderante a la hora de lograr un día feliz, pero siempre se termina en el mismo lugar, se necesita de recursos monetarios para entrar al mundo de la felicidad. ¿Acaso la felicidad tiene alguna relación con el libre albedrío? Kant sostuvo que el libre albedrío es uno de los problemas metafísicos que el intelecto humano no puede resolver.

Por ejemplo  en la teoría eudemonista que propone Aristóteles sostiene que la felicidad humana es el desarrollo de las facultades intelectuales y la vida virtuosa. En su Ética a Nicómaco  el filósofo griego hace una división  que la felicidad ha de consistir en algún tipo de actividad, excluye la identificación de la felicidad con el placer, pues el placer no es una actividad sino una sensación o estado que acompaña a ciertas actividades, consideradas como placenteras.

En política (o politiquería) también pasan cosas similares al boom de la autoayuda, pues venden una mercadería que no es tal, engañan, estafan el sentido común, los trásfugas como Mónica López y su paso del massismo al sciolismo luego de acusarlo de cuanta cosa se le ocurrió, en cuanto medio que se le aparecía no son novedad, pues en algún tiempo se lo llamaba “borocotazo”, los politiqueros son estafadores seriales, aniquilan todo el sistema de ideas, toda la esencia más pura que encierra la praxis y la palabra política. En Corrientes el trasfuguismo es moneda corriente, no paso  mucho tiempo en que los a otra Arturistas, fieles defensores y acusadores seriales al enemigo antes que cante el gallo se pasaron a las filas del otro, del supuesto antagonista, hoy se acomodaron todos bajo el ruedo del pantalón del Señor del feudo, la politiquería es comercio en su máxima expresión de esa manera se entiendo los acontecimientos y las respuestas están en quien paga mejor y no en un sistema de ideas.

Pero a no desesperar, siempre hay para el bolsillo de la dama y el caballero, si no cuenta con los recursos para acudir a las charlas sobre como ser feliz y tener éxito hay una opción gratuita y cargada de contenido, acuda a los actos políticos de campaña.

Por Carlos A. Coria García. 

 


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