Combatiendo al Capital, en la capital
Discurso del Papa Francisco, el 9 de julio en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, en donde dijo que el sistema capitalista “ha impuesto la lógica de las ganancias a cualquier costo”, y que “este sistema no se aguanta, no lo aguantan los campesinos, no lo aguantan los trabajadores... no lo aguantan los pueblos”.
Desde las caídas, abruptas, de sistemas financieros, establecidas en plazas “primer mundistas” que develan, la desmesura de un capitalismo salvaje al punto de ni siquiera que las generaciones de los abuelos de los hombres activos del hoy, puedan vivir mejor o igual, sino que mucho peor que aquellos, con el agravante que ese mismo sistema, se perfecciono desde lo técnico y desde lo sistémico, vendiendo la expectativa, a los actuales indignados de que tenían la cura contra la incertidumbre, y hoy en día, están en las plazas, no las financieras, sino las públicas, las de la naturaleza, con sus títulos universitarios, sus posgrados, sus teléfonos inteligentes, con un occidente tan vencedor como vencido, desde la salud al divertimento (una medicina que venció a tantas enfermedades pero que genera otras tantas, y la expectativa de vida, apenas sí aumento en los últimos dos mil años) para mirar, esta vez a Latinoamérica.
Una región donde, ahora se respeta, a nuestros líderes populares, cuando antes se los vilipendiaba, al límite de llamarlos autócratas, cuando desde Latinoamérica, nunca prevalecieron regímenes perversos, per se, sí inspirados en sus nazis y fascistas, pero no se trata de una cuestión de geográfica, o quizá sí, pero en otro nivel, dado que el mundo está en problemas, en serios problemas, que economistas lo piensan desde la óptica de la producción, desigualdad y demás aritméticas, que los políticos la vinculan desde las fronteras de aquel mundo de izquierdas y derechas, pero el mundo tiene otra clase de problemas, que en Latinoamérica lo resolvemos desde otro lugar, dado que hace tiempo y pese la conquista mediante, podemos sortear la adecuación con la técnica, es decir, más al natural, menos expuestos al frenesí, del consumo, de lo sistémico, de los modelos perfectos que destruyen con su perfección, pero que destruyen lo sustancioso, lo imperfecto, el alma, que no puede encorsetarse con la norma, con la ley, con el derecho.
Un Papa de una tierra conquistada, que pidió perdón de su grey por sus excesos conquistadores a los conquistados, un Papa que piensa y siente desde un lugar en el mundo, y decide hacer uso de la opción por los pobres, como los franciscanos, como los de la liberación, pero no por ideología, sino porque probablemente no queden más alternativas.
Derecho, del latín directo. Propiedad natural, dentro de una artificiosa convención. Sí etimológicamente implica una direccionalidad, la naturalidad del mismo se debe a una preconcepción, que como tal, puede ser como no puede ser natural. La calidad de contingente adquiere singular importancia ya qué se busca justificar él sentido de inherencia. Precisamente el derecho al partir de una ambigua interpretación de la naturaleza del hombre o como para que quede más claro al partir de un supuesto dado, encuentra su naturalidad, no la del hombre, en la articulación teórica y práctica de un establecimiento amparado en la naturaleza esencial de la vinculación del hombre. El ente elucubrado sostiene su legalidad, entendida como esencialidad, en una voluptuosa organización que sé retroalimenta en base de leyes, fallos judiciales y poder político.
Entonces si somos capaces de criticar la raíz de un programa, creado por y para su creador, él hombre, seremos capaces, moral y racionalmente hablando, de dilucidar a ciencia cierta que nos favorece más, entendiéndonos a nosotros mismos como seres que tienen por naturaleza la posibilidad de adquirir y crear artificiosos elementos como para nuestro bien.
De que hablamos pues cuando aceptamos que los derechos del hombre naturales e imprescriptibles son; la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión. O peor aún cuando se apaña el adagio que todos los hombres nacen y viven libres e iguales en derecho.
Sí esto expresara coherencia, no ya dentro del hombre, yo como un ciudadano haciendo uso de mis derechos naturales e imprescriptibles podría resistir a la opresión de considerarme, o que me consideren, un igual, un liberto.
Clamo al común sentido, si uno es, piense lo que piense, ya sé supedita al engaño que representa nuestro existir. Ya que todos, uno por uno, al hacerse una idea de la existencia, como para luego ofrecérseles a los que oportunamente representarían los demás, se encuentran con una terrible confrontación o ante una grave falta de sentido común.
Para un observador ajeno o un ser de otro planeta, la existencia en términos generales representaría un engaño.
Si bogamos por un bien común, dentro de un marco de respeto como de saber, estaremos capacitados para entendernos, desde el punto de vista general o de la humanidad, como individuos engañados por naturaleza.
Hasta qué punto lo real o lo básicamente perceptible, es patrimonio de uno en cuanto sujeto y en qué momento este estado de cosas empieza a ser terreno de lo percibido. Sin ir más lejos, los elementos percibidos pueden llegar a dirigir el centro de nuestra atención. Decimos el centro de nuestra atención puesto que nuestro organismo, compuesto por varios órganos funcionales, que a su vez dependen de múltiples constituyentes coordinados, funciona de una manera tal que reúne toda la serie de informaciones escogidas con el fin de, o la obligación, de tomar algún tipo de determinación. La cuestión empieza a consumarse cuando uno toma disparadores secundarios. Estos que no forman parte de escala axiológica alguna, son elementos presentes que actúan inmediatamente sobre lo percibido, ya que por más que tengan una morada anterior a algún tipo de objeto, él actuar ante el fenómeno, se sitúan en una instancia posterior de tiempo, dentro del sujeto claro está.
Es preciso reconocer que el desarrollo analítico de la temática llegó a un punto tal en el que se deben escoger tópicos universales. Si partimos de lugares individuales, se deben explicar todos y cada uno de ellos y esta tarea resultaría imposible si las conexiones de los mismos se dejan de lado, al introducirse uno en el campo de las conexiones inocentemente se adentró en los dominios de lo universal. Por ello avanzar tras el obligado sitio se convierte en una necesidad y no en una opción.
Razón, sensaciones, conciencia, espíritu, esencia, voluntad, instinto, intención, ser. Términos que cobijan grandes construcciones teóricas pacientemente redactadas como impacientemente leídas y analizadas. De todas maneras a un ser humano tipo no le alcanzaría el tiempo material como para vincularse estrechamente (esto implicaría el leer los tratados escritos en la lengua original, como así también los trabajos de los más renombrados comentadores, escribir pensamientos originales al respecto, dar a conocer la novedad, ser escuchado, entendido e interrogado) con siquiera dos de una acotada lista de conceptos. Sin considerar por supuesto el hecho de que de la teoría a la práctica hay un gran trecho, que difícilmente, más en las condiciones anteriormente descriptas, pueda transitar en el lapso de la existencia física de un ser humano común.
Todos los hombres desean por naturaleza conocer, reza el comienzo del primer texto, no solo estrictamente filosófico, sino rigurosamente científico hablando desde las formas. Esta afirmación desnuda la intención humana de aproximarse a una situación de conocimiento, desde una perspectiva tanto interior como exterior. Los límites del sujeto no son tanto interiores, sino más bien constituyen esa imposibilidad que se proyecta en la inconmensurabilidad del medio externo. Es decir la incapacidad de aprehender, en su vasta amplitud los misterios que forman parte de un Ser que se relaciona obligadamente con un medio. El fin último de esta temática apunta básicamente a conseguir una suerte de seguridad, en tanto puede vencer las cuestiones que se muestran inexpugnables para el individuo. Algunos pensadores hablaron de tópicos de poder, otros de meros modos de manifestarse ante una situación. Desde nuestro modo de ver las cosas, lo radicalmente importante se centra en la intención y como esta se fue desarrollando a lo largo de la historia, no solo creándola también brindándole un tipo de sentido.
No podemos dudar, al afirmar, que tanto conocimiento específico nos condujo a un grandilocuente mundo de lo técnico, en el que tenemos la posibilidad, día a día, de maravillarnos y de ir continuamente avanzando dentro de lo eficaz y de lo eficiente, es decir en la velocidad de la comunicación, en la seguridad de los elementos técnicos, y en el mejoramiento de la ¨ calidad de vida ¨. Como así también la imposición de un pensamiento laxo, contingente, asistémico, que permite la libre expresión ideológica de los individuos y asegura el establecimiento del libre albedrío. Todo configura un panorama positivo o voluminoso en la exterioridad del ser humano, pero con respecto a lo interior tanto la ciencia como el pensamiento, dejan un gran vacío el cuál se llena por una sombra muy flamígera y poco consistente. Hablamos de un Dios de la imagen, de una divinidad carente de valores y rica en glamour, que imparte justicia según el valor exterior del individuo, que protege y juzga en la tierra según determinadas acciones que tengan que ver con un snob modo de ser. Este Dios es consecuencia directa, del ser omnipotente y fundador, que los científicos y pensadores crean para sostener sus respectivas teorías, las cuales se desvencijan no tanto por incongruencia, sino más bien por cantidad, y aquí es donde el problema toma fondo, cuando todas las elaboraciones poseen una misma valoración y ninguna se destaca por sobre otra; las decisiones las toma la mayoría, una mayoría que obligadamente prefiere quedarse con lo más concreto y representativo pero que muchas veces o casi siempre, no resulta lo más conveniente.
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