10 de septiembre de 2015

¿Se termina todo en primera vuelta? O la guerra entre el Sushi y el Choripán.

Tal como lamentablemente ocurre de un tiempo a esta parte, en un año electoral, los números de diversas encuestas se constituyen en vedettes de la agenda política. Como si fuera el juego infantil de quien cuenta más lejos (el infaltable “infinito punto rojo” como límite en los años bisoños), comunicadores y consultores tiran al espacio público números con la liviandad y la irresponsabilidad de quiénes sólo persiguen realizar su agosto sin ningún tipo de miramiento y de compromiso social o con la búsqueda de al menos lo verosímil. La marquesina del presente año, nos invita, hasta el domingo de octubre de la elección, al triunfo en primera vuelta de uno y al éxito electoral en segunda del otro.

No costaría nada, esforzarse un poquito, estirar los dedos y darle más al teclado que al click del mouse para copiar y pegar o no sólo al teléfono para operar.

Nadie que transite en el ámbito de la político y lo comunicacional, desconoce que las encuestas son como una droga socialmente aceptada, sea como el cigarrillo o el alcohol, difícil aceptar que son parte de nuestra vida, pese a que intentemos dejarlas de lado y erradicarlas, casi como un mal de la modernidad, dado que apunta a una falsa idea de mitigar la ansiedad, en el caso de las encuestas, la ansiedad política.

 

No debemos dejar de informarle al público, como se hacen, de donde provienen y que venden las encuestas, de lo contrario nos transformamos en complíces de un ardid elucubrado para engañar a la sociedad o a nuestros lectores:

Tal como lo establece la Constitución los partidos políticos son instituciones fundamentales del sistema democrático. Pues surge desde los mismos, los representante del pueblo de la Nación Argentina. Si bien es un artículo constitucional, nuestra legislación posee un vació legal en cuanto a determinados aspecto del que hacer de la vida política de un país. Originados por el avance tecnológico de la modernidad, las encuestas o sondeos de opinión irrumpen en la conformación de nuestro realidad social y por lo tanto tenemos la imperiosa necesidad de regularlos de forma tal que no perjudiquen nuestros preceptos constitucionales más elementales. Pensemos con claridad acerca de lo que está en cuestión.

Diferentes medios generan este tipo de consulta de sondeo de opinión o encuestas, que luego de obtenidas las respuestas, hablan en voz de “la gente, lo que quiere la gente o lo que el pueblo pide” y diversos epítetos diferentes, en supuesta representación de los deseos de la ciudadanía. Este instrumento, es muchas veces utilizado para agredir, presionar o deteriorar a diversos representantes públicos o funcionarios, por sus decisiones o acciones.

Nuestra constitución no en vano es representativa, republicana y federal, y establece que a través de elecciones democráticas los ciudadanos eligen a sus autoridades. Lo que tabla a las claras que el pueblo, en su conjunto, se expresa únicamente en las elecciones convocadas por la ley electoral o bajo convocatoria de un plebiscito. Es más si estos mecanismos de consulta de opinión, orquestados por diferente medios privados, se organizaran con seriedad y altruismo, tal vez la validez de los mismos podría ser considerado con mayor detenimiento.

Analicemos los casos más notorios, una encuesta de opinión, por lo general es elaborada por un grupo de sociólogos o consultores (en el mejor de los casos, en lo últimos años vio la luz la figura del “consultor”) que mediante diferentes encuestadores interrogan a un determinado número de individuos o encuestados, que emite una respuesta ante una pregunta preestablecida. Lo que en lógica se define como proceso inductivo, se extrae una muestra mínima del universo de la población y luego con el resultado se hace una generalización. Claro que este sistema posee sus grandes efectos o vicios de origen. Primero al ser elaboradas por agencias privadas el nivel de objetividad o de trasparencia es casi nulo. Segundo, a nivel instrumental. Una cuestión es medir la opinión de la ciudadanía de Capital Federal y otra medir la opinión de la Ciudadanía de Yatay ti Calle, una localidad de la provincia de Corrientes. Tercero y más importante, no se debe confundir la libertad que todos poseemos de opinar y de pensar, que nadie restringe, de la obligación, que no todos los ciudadanos poseemos, de tomar partido o tener un pensamiento fundamentado acerca de cuestiones de estado o cuestiones públicas. Lo más grave es que esta medición equivoca, es utilizada a diestra y siniestra por comentadores, que en muchos de los casos ni siquiera poseen autoridad intelectual, que hablen en nombre de la gente.

Esta situación, se da manera habitual pese la nueva ley de comunicación y pese por sobre todo a ese gran invento de la “grieta”, que sigue enriqueciendo a inútiles de un lado y de otro, que conviven en el mismo espacio de la superficialidad intelectual y material, capitalizando, cooptando y aquilatando ignorancia como bienes contantes y sonantes. Cabe destacar que los medios que propician y que transmiten estas opiniones, no poseen autoridad ni mucho menos representatividad. No hablemos a nivel constitucional, pues lo que dictaminan las cartas magnas es obvio, comentemos el grado de percepción que los diferentes medios poseen. A nivel televisivo, solo un puñado de canales son de aire o gratuitos (ni la digital pública puede competir con un privado en oferta de canales), los ciudadanos poseen. Entonces, supongamos que un programa de televisión, es necesario un televisor, que no todos los ciudadanos poseen. Entonces, supongamos que un programa de televisión, transmitido por canal de aire, obtiene determinado punto de rating es equivalente a treinta tres mil espectadores), luego pensemos de esa cantidad cuanto están de acuerdo con lo que se dice o se dictamina es ese programa. Por tanto caben las siguientes preguntas ¿cuántos programas de televisión se pueden adjudicar la tenencia de la opinión de la gente o del pueblo? . Si en el mejor de los casos presentamos la hipótesis de un programa de esta naturaleza, o sea que transmita o forme opiniones pública o política, que tenga puntos de rating ( es decir casi un millón de espectadores), cuando es realidad los programas de mayor audiencia son los que emiten series de ficción o de humor ¿cuántos de esos supuestos espectadores, pueden emitir una opinión vía telefónica, mail, carta o red social?. La pregunta queda abierta pero la respuesta, es obvia.

En el caso de los programas de radio el caso es más paradigmático, pues el alcance de la onda de transmisión es menor y además las opciones que el radioescucha posee son más amplias (radios de amplitud modulada y de frecuencia modulada ). En el caso del periodismo grafico la situación es semejante, dado que un periódico tiene un valor diario de más de un peso y existen más de cinco diarios nacionales y por lo general ninguno de estos periódicos alcanza una tirada abarcativa para todos los ciudadanos del país. Analizar los portales de Internet seria un despropósito y un desconocimiento de la realidad, en un país con aún altos niveles de pobreza ¿Cuantos ciudadanos tienen una computadora, y de ellos, cuantos tienen la posibilidad de tener acceso a Internet ? De todas manera es valioso destacar que los niveles de credibilidad de este mecanismo de consulta cibernético, son prácticamente nulos, dado que los autores intelectuales  de los portales o páginas de Internet son los administradores técnicos de las mismas y por ende poseen el control absoluto de los resultados que se puedan obtener. Resultado de esto es ni más ni menos que sumado a la falta de credibilidad técnica que brindan las encuestas por Internet (muchas veces se pueden emitir “votos” de una misma máquina, o cuestiones semejantes), queda el margen amplísimo de duda acerca de la posibilidad que desde los mismos lugares en donde se reciben los “ votos”, se pueda fraguar la realidad, cambiando los numerosos  o con artimañas semejantes, respondiendo así a intenciones o fines de índole monetaria o ideológica.

De este somero análisis podemos inferir que los medios de comunicación si bien tienen una superlativa penetración en la sociedad y en muchos casos se transforman en verdaderos formadores de opinión, siempre es parcializado. Por lo tanto las generalizaciones pueden transformarse en verdaderas herramientas de poder para las empresas de comunicación, en determinado de las instituciones del estado y del pueblo en general.

Renombrados intelectuales como E. Durkheim, con su trabajo sociológico intitulado “El suicidio”, elaboro por intermedio de encuestas este magnífico estudio analítico acerca de una problemática de índole filosófica, existencial como el suicidio.

Utilizo como instrumento “la encuesta” para llevar a cabo un trabajo puramente intelectual, esta mella iniciada a finales del siglo XIX, tuvo sus continuadores tanto en la rama sicológica, antropológica, psicológica y matemática, que adoptaron como mecanismo de investigación el método de la encuesta. Podemos afirmar que desde su origen de encuesta es un fenómeno puramente intelectual y con objetivos claros, preciso, determinados para plantear la verosimilitud o inverosimilitud de una hipótesis puntual.

Con el transcurso del tiempo, con avance de la tecnología y la rapidez de los medios de comunicación, la encuesta como método científico cayó en desuso, para transformarse en un sugestivo mecanismo de presión ideológica. Pues los mentores de la encuesta, de intelectuales, pasaron a consultores, con intereses claramente distintos, intelectuales los primeros, monetarios los segundos. A esto debemos sumar la aparición del fenómeno empresa, la organización de elementos materiales, inmateriales y personales por parte de un sujeto llamado empresario, que asume el riesgo y aporta el capital, con un objetivo económico especifico. Estas empresas, poseedoras de casi totalidad de los medios de comunicación de nuestro país, utilizan la incidencia e influencia que sus programas, radiales, televisivos, o gráficos, tienen en la gente para lograr sus fines y transformarse en factores de poder.

Al menos para tenerlo en cuenta y sí uno es comunicador, decirlo y después tirar el número que nos pasaron de la encuesta.

Y usted con toda justicia podrá decir, ¿qué me llevo de esta crítica?, ¿tan sólo destrucción, tan solo barro, hacia lo establecido, una suerte de anarquía mediática o política tal vez?.

De los dos espacios políticos nacionales que más entronizados están en las encuestas (habrá que analizar porque los restantes competidores, sobre todo el que marcha tercero y más próximo, no han logrado, romper la polarización mediática o del a priori de la agenda) podríamos inferir que le dejan al espacio ciudadano, dos grandes deudas, dos grandes ausencias en la venidera contienda electoral.

Por el lado opositor, no ha quedado claro (ya no hablamos del “choripán de oro”, siquiera) en que consiste ese plan de gobierno, no han logrado decirnos desde que lugar salen de esa distinción que maliciosamente le otorgan como los adoradores de los `90 y por ende del neoliberalismo. Les sobran consultores, equipos técnicos, sin embargo, no hay más que juegos de palabra, números y una campaña, esto sí se debe reconocer, inaudita, muy original, que se verá sí logra obtener el resultado que esperan (el ingreso a la segunda vuelta) pero lo que les falta, se constituye, en la primera gran deuda que tendrán, en caso de que ganen, con sus votantes y con el resto del pueblo, que harán y cómo; con el país, por ende, en caso de que ganen, será para que no gane el otro, o la continuidad, y ganar desde ese lugar de la comodidad, habla muy mal de los ganadores, por más que ganen.

La ausencia que nos deja la continuidad, es su caudal teórico, la redefinición dogmática de lo que ellos están convencidos que han logrado y que nos pretenden convencer por sus medios de comunicación. Pero esta “militancia” ha quedado en aquella superficie descripta, en manos de esos adalides también mediáticos (que tienen su razón de ser criticando los medios), en esos encantadores de serpientes de baja estofa, en esos románticos de tiempos pasados, que en vez de reescribir lo que dicen que están llevando a cabo, se ponen a leer lo que otros escribieron y que parece que ahora se está implementando. Se quedaron en la solapa, en la reescritura de la tapa del diario que tanto les preocupa, en tantos años de gobierno, siquiera construyeron un congreso como el Mendoza en el `49, siquiera redactaron algo parecido a la Comunidad organizada, autoría de quién dicen haber superado, o ser sus herederos naturales en este siglo.

Esta disputa presidencial no tiene contenido, está muy edulcorada, es fiel representante de las dos figuras insignes, que más allá de que tengan un millón de virtudes por cada persona, a ambas les falta, o adolecen de formación política, no son cuadros (así lo reconocen en cada “bando propio”) apenas panfletos, fotocopias plagadas de slogans.

Alguno tendrá el poder fáctico, sentará su poltrona en el sillón de Rivadavia, pero el vacío conceptual deberá ser llenado, ocupado, consumado y esa ausencia no sólo que se hará visible a partir del 10 de diciembre, sino que también será una batalla, una disputa que en algún momento se tendrá que dar, de lo contrario, siempre estaremos esperando que nos den letra para en el patio de las palmeras cantar una canción bullangera y laudatoria, o inflando globitos en algún salón de fiestas de la mágica ciudad de Buenos Aires, comiendo choripanes o sushi, que para el caso es lo mismo. 


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