Las causas del colon irritable
Siempre los aspectos más profundos, que tienen que ver con lo estructural, con lo esencial, pasan en el ámbito institucional-político, a un plano inexistente, de archivo, terminan en el bulevar de los sueños rotos, en el último cajón de las causas justas. Siempre lo urgente le gana espacio, le quita tiempo y ni que hablar de hombres y nombres que se encarguen de trabajar esto, siempre estará antes la “deuda” política, el amigo, en el mejor de los casos, el que aconseja el asesor de marketing de Buenos Aires. En estos tiempos, donde se profundiza el corte latinoamericanista, nacionalista, de sustituir tantas cosas, se debería empezar a prestar atención al lugar desde que se analiza la política. Sí en verdad resulta apasionante, estando condicionada, que mejor sí se la puede develar tal cuál es, sin ataduras, desintoxicándola, de tanta encuesta de opinión, de imagen, de número, yendo a buscar en la profundidad, lo que somos, de donde venimos y lo que hablamos y por que hablamos. Y aquí empezaremos a zambullirnos, en nuestra profundidad tan apasionante, que los interesados de turno o los ignorantes del sistema, la tildan de innecesaria o aburrida, imprescindible, al menos. Sí Sabemos si nos determina el lenguaje, sí el sistema establecido de palabras que crean frases, en definitiva no es más que el corset donde deben entrar nuestras ilusiones, expectativas, pensamientos y acciones políticas, sí fuera tan así, claro, un Intendente que mide bien, si tomamos ese medir como un absoluto tiene que ser o el gobernador o seguir siendo jefe comunal, lo mismo pasará con un gobernante con relativa buena imagen, ahora bien , y sí nos cuestionamos aspectos que vayan un poco más allá, para ver sí en definitiva la democracia es el sistema más ecuánime hasta ahora explorado, o al menos, ver si estamos cerca de lo que dicen esos libros.
David Pears, un tipo estudioso del Filósofo Wittgenstein, en un texto sobre el pensador analizaba lo siguiente en lo concerniente a desde que lugar pensamos o nos piensa el lenguaje: “El lenguaje determina nuestra visión de la realidad, porque vemos las cosas a través de el. El lenguaje no tiene una esencia común o, caso de que la tenga, es minima y no explica las conexiones entre sus diversas formas. Tales conexiones son de naturaleza muy huidiza, algo así como los rostros pertenecientes a los miembros de una misma familia. Las teorías filosóficas son un producto de la imaginación y nos ofrecen visiones simples, aunque profundas en apariencia, que nos ciegan para la complejidad efectiva del lenguaje. El limite del lenguaje no constituye una frontera regular y continua susceptible de ser reconocida como infranqueable una vez detectada, se trata, por el contrario, de un laberinto de fronteras que solo puede ser entendido por quienes han sentido alguna vez la urgencia de cruzarlas y, además, lo han intentado, viéndose forzados a retroceder”
Es decir, sí nos cuestionamos esto, para explicar el todo encima, es decir sí algunos lo pudieron hacer, ¿Cómo no nos podemos cuestionar, desde candidaturas, hasta el porque de las mismas, o en definitiva que sería más provechoso para esa gente que dicen representar?
O acaso no está consolidado eso de ir y visitar, visitar a gene, a parajes, a ciudadanos, a pagos, escuelas, y es más sí se puede tocar la mano, la piel, tomar un mate con el millón de correntinos se hará, pero ¿sí no existe un discurso claro, una idea, un deseo fidedigno, un mensaje propio que no nos sea dictador por el de marketing, para que se lo hace, desde que lugar de frialdad de alma o corazón, sí se puede ganar más y mejor haciendo otro cosa, sí de dinero se tratare?
Divagaciones unitarias y federales, entre refinanciación de deudas y los aplausos obligados en primera fila.
¿Lo habrá pensado así, de esta manera, pero sin estas palabras? Las terribles desigualdades, que amparaba el estado, entre un puñado de ciudades privilegiadas y las no tan populosas, pero numerosas, urbes del interior, sometidas a la pobreza y la indignación, más la obscena y aberrante injusticia en la distribución de los ingresos, que favorecía a un minúsculo patriciado, atiborrado de lujo y suntuosidad, a expensas de las mayorías sufrientes y arropadas de necesidad e insuficiencia, se encontraban, justificadas y protegidas por una realidad de hecho, que se transformaba en tradición, pese a ser claramente violatorias de las leyes fundamentales y principios morales, que hubimos de jurar en nuestra fundación como nación. Esta contundente e inaceptable realidad, había que asimilarla, comprenderla, masticarla y procesarla, con profesional sesudez y con una gélida grandeza. Nada se podía realizar, ningún tipo de cambio, o de incipiente intento de modificación, sin el anterior, y costoso, paso obligado. Uno no podía darse el lujo de actuar bajo irrefrenables impulsos, o deseos imperiosos de inmediata transformación, porque no existía margen alguno, para caer en la mera sed vengativa o en la conducta del revanchismo. No sólo porque los cambios, de ninguna naturaleza, ocurren de la noche a la mañana, sino también, dado que agitar vanamente los ánimos, podía generar una respuesta contraproducente.
Cuanta razón tenía aquél filósofo alemán que planteaba que la vida es una continua pugna de voluntades que se combaten unas con otras, a los fines de hacerse con el poder. Pensaba, con un dejo de profundidad, en el tipo que había ingresado a la locura cuando abrazó un caballo. No era para menos, me intenté convencer, mientras un grupo de colegiales hacía cola en un negocio de música para adquirir el último disco del cantante de turno.
Mínimo irritarse y que los médicos lo resuelvan, Dios guarde y proteja a nuestros gobernantes.
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