2 de julio de 2015

¿Responderán el mandato del pueblo los legisladores por los que optemos este domingo?

No es una pregunta capciosa, ni que tenga un sentido fatalista o provocador, al contrario, es la única pregunta válida que nos deberíamos hacer los convocados a elegir nuestros representantes para con ello, consolidar el sistema impuesto. Hace 21 meses que además de gobernador, la elección pasada, le otorgamos con nuestra cesión soberana de nuestro derecho político, es decir el voto, mandato a 24 legisladores provinciales, para que nos representen dentro del espacio político, por el que se presentaron y mediante el cual, se supone que ejercerían su representatividad o trabajo político. En menos de dos años del total de electos, cinco (5) diputados y una (1) senadora, se cambiaron de “camiseta”, se cruzaron de vereda, se “borocotizaron” o cambiaron de parecer político una vez en la banca (a esta honorable lista, deberíamos agregar otra senadora que renunció antes de asumir), o como usted prefiera llamar a esa acción como mínimo opinable, que el mismo sistema ahora nos dice que no ocurrirá y que dado los antecedentes (podríamos hacer una historiografía de estos “saltos en garrocha”) al menos tendríamos más que el derecho de preguntarnos lo que sostenemos como título.

De que valdría dar los nombres de esos legisladores, sí los que están en la “metié” de la política, ya lo saben, de que valdría ganarnos su enojo, sí esto no se trata de ningún tipo de vindicación, señalamiento o acusación. Son las generales de la ley, de una ley política que nos ofrece una representatividad, que luego de ser concretada, pasa pura y exclusivamente por el arbitrio y la conciencia de los ungidos. Los consagramos como Duques y así actúan y no le deberíamos recriminar absolutamente nada, ellos tampoco son responsables. Es más hasta son víctimas, en condición de victimarios de esta perversidad, arropada como democrática.

A tal punto esta naturalizada esta falta de elección y este abuso de la opción, que no se discute más como en algún momento, la posibilidad de tener un sistema de “tachas” (es decir sí uno no quiere elegir a mansalva o en manada, tal como nos ofrecen por ejemplo las listas presumiblemente más taquilleras, de a siete diputados, por huestes, podríamos tener la chance de votar de esa misma lista, a alguno y tachar a otros) una interna abierta provincial, o elegir en su defecto, los vice intendentes o el vicegobernador. A tal punto se nos domesticó, se nos amansó, se nos calló en la discusión más pública que es el caracú de lo democrático, es decir cómo votar, que se nos ha convocado a esta legislativa para plebiscitar la gestión del gobernador (por ello, se puso al hombro la campaña como si fuese algo heroico) o para aprobar el proyecto de santa catalina trazado por el intendente municipal (por eso  también sale él en las publicidades, en el mencionado y futuro barrio, recorriéndolo con “sus” candidatos).

Tenemos que ser conscientes que la paz social, que lo democrático y saludable que se nos presenta como la fiesta cívica que viviremos el domingo de la elección, no por ser sagrada, tiene que ser sacra. Es decir, nuestros gobernantes o representantes, deben saber que asistiremos nuevamente a legitimarles su fiesta, sus viáticos, sus prerrogativas, que podrán hacer de las mismas los que rayo se les ocurra (¿algo peor acaso que en meses, cambiar de bando, de camiseta, o de frente político?) pero que más temprano que tarde, algo tendrán que hacer para mejorar esta triste realidad, que cada vez es más evidente, más palpable, más difícil de esconder, tapar o  enterrar.

No se trata, ese es el modus operandi, de que desde los ciudadanos “pensantes o racionales” les demos un mensaje, pegando un faltazo el domingo, votando en blanco o impugnando el sufragio. El deterioramiento de lo democrático se percibe en lo cotidiano, en el día a día. La misma clase política ya lo sintió en esta campaña. Sus actos, sus convocatorias, con repartija de todo tipo de dádivas, travestidas de gestión, no lograron mover el amperímetro de la “gente” en los barrios más populosos, como ocurría hasta no hace mucho tiempo atrás en tiempos electorales. La figura del dirigente político, se licuó, desapareció, se la llevo puesta el grupo de cumbia que convoca, la promotora que reparte la boleta, el candidato al que se le arma el discurso, se le pega y copia del procesador de texto, se le sube en su cuenta de red social especialmente creada para ello y es tomada por los amigos del periodismo, previamente pagos que la cuelgan en su portal, o lo leen en sus programitas de radio. Esto es el corazón de las campañas, a esto se viene reduciendo la “política” y lo político.

Por más que nuevamente se nos quiera caer en gracia, con esa vieja y mañosa práctica, de señalar y denostar al mensajero, simplemente diremos, que la respuesta, como la responsabilidad recae en nuestra clase dirigente. Son ellos, los que podrán seguir haciendo lo que quieran con este adueñamiento de lo representativo, pero les urge maquillarlo, modificarlo a lo “lampedusa” si se quiere, es decir que hagan creer que algo cambie para que nadie cambie, pero ni siquiera esto lo puede, o lo están haciendo bien. Los que saben, conocen desde lo teórico, como lo práctico, los que entienden de lo que estamos hablando, ni siquiera son llamados a que se los asesore, se les sugiera o recomiende.

Ni siquiera lo decimos por una cuestión económica o de conveniencia, que bien correspondería, sino por el bien de lo “democrático” por la defensa verdadera de la paz social o de continuar con este sistema.

Sí este deterioro, no es maquillado, mejorado o disfrazado con más astucia, llegará un día, más temprano que tarde, en que nos encontraremos, a las “masas” o al menos a mucha gente que ahora consideramos invisibilizada, cooptada por la dádiva, la prebenda o condicionada por la pobreza, con otra “idea” de lo democrático, y en esa instancia, serán sus normas, presumible o probablemente,  bajo el principio rector de la ley del más fuerte, la que pueda imperar como régimen de la representación política.

 

 


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