Cortando clavos
Uno puede entender que los personajes de la política, estén desesperados por llegar a algo (sea el poder, una banca, a un amigo con poder, etc) e incluso, se puede aceptar que se trate en definitiva de una disputa por el poder mismo, sin que se discutan proyectos, planes, etc.
¿Por qué no ponerse en la piel de los familiares y amigos de los que están en el poder, que viven con la angustia irresuelta de no saber si continuaran por cuatro años más en las empalagosas mieles?. ¿Por qué no ponerse en la piel de los hombres y mujeres del círculo íntimo de los diferentes precandidatos, corroídos por la ansiedad de saber si finalmente tendrán chances verdaderas de llegar a la representatividad, con todas las prerrogativas que conlleva tal destino?
La cuestión del tiempo, uno de los puntales neurálgicos de la ciencia madre, como todo concepto abstracto, no encuentra una definición unívoca, o que marche por un único camino. Recorriendo los anales de la filosofía, nos podremos topar con una definición sumamente cuidadosa, pero no por ello timorata. El tiempo está ahí, nunca transcurre, es un eterno presente. Simplemente los humanos nos deslizamos por él, generando ciclos que dan a entender un movimiento. La analogía podría ser la imagen de cuando uno va arriba de un auto, colectivo, tren o caballo. Pareciera que nuestro entorno se mueve, el camino, las casas, los árboles y todo lo que podamos observar en un medio en movimiento. Sin embargo, es una mera cuestión de velocidad. El tiempo es el mismo para aquel que permanece quieto, impasible en un mismo lugar, que para el que se conduce con mayor rapidez hacia un destino determinado.
La siesta, se puede definir como la costumbre que poseemos en ciertas partes del mundo, inmortalizada años atrás, a los efectos de descansar tras almorzar, para recuperar las energías y afrontar la segunda parte del día. Reino temporal del pomberito (personaje mitológico y emblemático de la cultura guaraní), aliado natural de padres con niños traviesos y vacuidad ciudadana, que permite la soñolencia de las calles a medio transitar. No quedarse dormido en ella o que nuestros políticos, sólo deseen esa siesta en sus vidas, es decir dos, tres o cuatro mandatos cuanto más en el poder, y dejarlo todo por ello, podría ser la gran pregunta que trasunta estas líneas.
La clase política, o los actores de esta novela de domingo, o del domingo venidero electoral que podría intitularse “la siesta eterna”, eligieron y eligen luchar contra un imposible, que es dar batalla al tiempo. Todos los días, a toda hora, de uno y otro bando, intentan disparar contra algo inexistente. No pueden reflexionar y pensar que lo ideal sería conducirse por el eterno presente. Están viajando en un colectivo y piensan que las casas se mueven.
Las fechas, más allá de que obedezcan a estrategias, a coordenadas que salen del power point de algún consultor que hace fortunas auscultando como votará el croto del pirayuí desde puerto madero, no dejan de ser determinantes, para una elección, donde el pueblo, sea la cantidad de veces que se lo convoque o en la estación meteorológica que se lo convoque, se expresara contundentemente, condicionado por lo que les falta, que es ni más ni menos que la libertad de poder elegir, en un sistema que además le propone optar, ni siquiera elegir, en definitiva, lo engañan perversamente, por tres. Le dicen que elige, cuando opta (no son más de dos los frentes electorales con posibilidades de prevalecer, en una fauna de más de 30 partidos, que se terminan amuchando bajo un póker de nombres como exageración), lo condicionan en esa opción (alto empleo estatal, dádiva, prebenda, ilusión con la expectativa), y finalmente le manejan el resultado o lo “leen” de otro lugar (es decir que un legislador elegido por un frente, luego por una decisión de conciencia o de….se pase a otro espacio político), en conclusión, es demasiada exigente la tarea para quiénes deben montar este ardid, para estar “una siesta” en sus vidas, en las mieses del poder.
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