Construir tropa propia o contratar sicarios electorales, el desafío de los presidenciables.
La excepción que confirma la regla es el motonauta, quién empapado en su oficio, forjó su notable carrera política, en sobrevolar las olas, sin crear corriente propia alguna, ni tampoco perseguirla o permanecer leal a una sola, esta debilidad conceptual, la transformo en una fortaleza mediática y en una definición sumamente propicia en tiempos en donde las declaraciones cortas, concisas y pletóricas de slogans, son las acciones más cotizadas en el mercado de la política de nuestros tiempos. La gran argentina, tal como su lancha en tiempos de éxitos deportivos, trasladado como metáfora simbólica, a la arena electoral, no por casualidad su nave insignia publicitaria “la ola naranja”, apuntará a dejarse llevar por la corriente que lo transporte con mayor fiabilidad a la meta de noviembre, y en ese surcar el mar abierto, impone como principio inalterable, el llegar a ganar, de allí el segundo slogan “Para la victoria”. El deportista sabe que la mayoría de los votantes no adhiere a la politización, por tanto se declaran independiente de la concepción de lo político como modo de vida o ejercicio militante, pero, sin darse cuenta, son dependientes de una herramienta tan adictiva como perniciosa, llamado encuestas, en donde claramente, el motonauta las lidera, afirmando su capital político en esto como resultante y en aquello como entelequia política (es decir en la no política o la política edulcorada).
Su contrincante interno, sin embargo, se asienta en esa definición de construcción de tropa propia, o lo que le corresponde en su campo, ser el heredero de lo más granado de la actual comandante en jefe, con la agrupación La cámpora y carta abierta como banderas que le otorguen la sucesión al mando del relato, que ha construido en proporciones envidiables tanto seguidores leales, como detractores acérrimos.
El amarillo, por consejo del ecuatoriano (probablemente haya elegido ese color de su expresión política por las bananas del Ecuador) consolida esta misma táctica, construir “tropa propia” sean estos ex humoristas, ex futbolistas o ex árbitros, con lo riesgoso que esto mismo puede significar en el análisis completo. La diferenciación, de no ser lo otro, de no haber pertenecido nunca, y el escenario del relato que escinde, que surco la grieta, lo ayudan a estar cómodo en el rol del que polariza, de allí su tranquilidad electoral y política, y también de sus posibles desaciertos.
El de Tigre, tras la agachada radical de Gualeguaychú, se dio cuenta a tiempo que podía ser carneado, tanto por estos, como por los barones del conurbano, que ahora se le van, como han venido, porque puede que lo principal no sea el llegar a la meta, es decir a noviembre, sino construir poder, algo mucho más complejo y hasta redituable que ganar una elección por más que sea presidencial. La valentía de haberse parado ante la maquinaria del relato que acopiaba votos “sin ton ni son”, con la solvencia de proponer y plantear cambios de eje sustanciales, como erradicar la financiación de la política por los dueños del juego, lo llevan a una disputa más amplia y más larga. Probablemente en este agosto próximo, deba recelar, y ajustar la mira, a los legisladores que consagre, sabiendo que todos los votos que consiga serán por su presencia, cimentado en un esfuerzo personal o familiar (sobre todo de su familia política, históricamente peronista) y difícilmente “se los regale”, como podría haberlo hecho hace unos meses atrás (cuando el objetivo era la solamente la meta presidencial), por unas décimas porcentuales, a expresiones que no tengan algo que ver con sus raíces, entroncadas en el peronismo, o con lo que propone, es decir con políticos comprometidos históricamente con dueños de juegos de azar.
Lo bueno, e independientemente de que esto sea taxativamente así, somos de los que creemos que la “política es el arte de lo posible”, es que en esta elección presidencial, se brindará espacios no sólo a los políticos enquistados en anquilosados sistemas del poder, o a los oportunistas de turno y sempiternos saltimbanquis, sino que también podrá haber espacios para quiénes, con la convicción, sea esta cual fuere, sostienen la actividad política, más allá de maquinarias, de dinero y de circuitos regadas por elementos tan antidemocráticos como la dádiva, la prebenda o todo el burdel lascivo que oferta la prostitución electoral.
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