18 de mayo de 2015

De los Barrabravas o de los legítimos representantes de la pasión futbolística

A días de volver a elegir representantes políticos, no es necesario ser filósofo o filosofar para dar cuenta que el mundo es una representación, la esencia misma de la humanidad, entendida desde nuestra razón, conciencia, yo, perspectiva (y todos los conceptos que de allí alumbran escuelas del pensamiento) es otra cosa y, en otro momento, de lo que somos en el aquí y ahora; eso o esto, es representación. Entonces el estado somos todos y nadie a la vez, de allí que esa abstracción requiera también de seres o de tipos, semi-abstractos, es decir los políticos, que dicen representarnos (nominal, legal, electoral o a veces legítimamente) por más que no lo hagan y por más que el modo que imponen para que los elijamos no sea (abierto, plural, libre, etc) lo que dice ser. La pasión futbolística, tiene sus representantes de hecho, que son ni más ni menos que los tipos que le ponen “calor y color” a la tribuna, que le ponen música y olores, por más que esta deba nutrirse, cada tanto, de actos violentos y sanguinarios e irracionales. Acaso un estado ausente que deja morir de inanición (desnutrición) en el desamparo de la inseguridad o en la desolación de su opulencia e hiperpresencia en sus administradores, al costo de su retiro en la prestación de sus obligaciones, ¿no es tan o más criminal que las barras bravas?. Se debería crear un padrón de hinchas y elegir a nuestros representantes de la pasión, es lo único en que difieren de los políticos.

Uno de tanto escuchar pelotudos, se vuelve un tanto pelotudo, pero también es aconsejable ceder un poco, de lo contrario, por tanto ambicionar el bronce de la historia, se termina nada más que dialogando con los célebres del pensar que derrotaron la ruindad del tiempo y le otorga la apreciación al envidioso de turno a que te señale como un extraterrestre.

Una de las tantas pelotudeces que instalan los pelotudos, es que uno declare desde el lugar del que se habla. Una suerte de carta de presentación o de contextualización antes de proferir pensamientos, como si eso sumara o restara lo que uno puede exponer, no estoy de acuerdo, pero igualmente lo hare en esta oportunidad, más que nada para no aburrirme.

No sólo que jugué profesionalmente al futbol, es decir en la liga de mi provincia siendo un adolescente, sino que en el mismo momento existencial, cada vez que podía, viajaba a la gran ciudad, a la cancha de Boca, en la segunda bandeja de la popular, bien pegadito a la “doce”.  Hasta que estos tipos fueron procesados y condenados por matar a dos hinchas de River, eran mis superhéroes, yo sabía todo de ellos, por más que no compartiera todas las cosas que hicieran (la primera vez que ví tomar merca a alguien fue en ese lugar), el partido no era el mismo sin que estos tipos nos representaran con sus cánticos, con sus colores, con sus despliegues, con su sola presencia, valga la redundancia conceptual (recuerdo muchos partidos en donde no los dejaban entrar y dejábamos el círculo vacío en la segunda bandeja gritando contra la Afa). Tras esas muertes violentas y también cobardes (iban en un camión mosquito por la avenida Huergo y les dispararon a mansalva) los medios de comunicación nos empezaron a hacer notar que estos tipos cobraban y bien por ese ejercicio de representación (de hecho el jefe de la doce en tal momento, fue procesado luego por asociación ilícita) y que no lo hacían solamente por los colores, tal como lo exclamaban en los cánticos, ni por el romanticismo épico que algún desprevenido podía prever.  

Por supuesto que no avale, ni me puse contento que hayan muerto esos hinchas de river, me entristecí tanto como ante miles casos de violencia cotidiana al escuchar a los familiares de estos recordándolos, pero tampoco voy a ser hipócrita, tampoco sentí que yo había contribuido a sus muertes, tampoco juzgue que todos fuéramos asesinos o apologistas cuando cantábamos “Quiero jugar contra river y matarles el tercero”.

Es como si usted se tenga que sentir cómplice de un delito por seguir votando a un político que la justicia le comprobó que haya cometido algún delito (por lo general todos los ex, presidentes, gobernadores, intendentes, interventores)  quedará en la moral, en caso de que exista algo así, más allá de lo usualmente acostumbrado, que siempre es circunstancial, pero de ninguna manera puede ser algo tajante, definitivo o taxativo.

Lo que quiero expresar, es sencilla y básicamente, que todos esos encantadores de serpientes que inundan los medios concentrados, sean los del estado o los empresariales, concentrados ambos y por lo general con un bajo nivel de personas pensantes, y que dicen e interpelan “como terminar con el problema de la barrabrava” y demás discusiones que sólo enriquecen los bolsillos de los dueños de las emisoras o de los administradores del estado, además de las migajas que le corresponden a los perritos falderos que ladran cuando les dan la orden, la única forma de ordenar o encausar esto, es “democratizando” la representación de la pasión.

Es decir, se debería crear registros de hinchas, de esta manera, además se termina esa vieja discusión acerca de quiénes son mayoría y quiénes minoría (a los fines del folklore futbolístico), y cada quién debería elegir a sus barrabravas (se le podría cambiar el nombre, también, para no estigmatizarlos) de tal manera nos haríamos cargo de tal representación y esta estaría legitimada, como la política y los políticos.

Así como la política no está, no se presenta, no existe en las cientos de miles de casas de chapa y cartón, en los pisos de tierra y en el estómago vacío de hijos de tipos que no trabajan o lo deben hacer en negro, sino que más bien esta la política, hiper presente, en los despachos oficiales, en los mármoles de carrara, en los trajes, en las camionetas y en la arrogancia suculenta de los tipos que nos representan, tampoco la pasión futbolística, está en un padre son su niño en una plaza pública, con un gorrito de lana agitando una bandera al son de “Vamos Boca, vamos, prevalezcamos sobre el adversario” , la pasión está representada en esa tribuna, atiborrada de excesos, de violencias, de cánticos desafiantes y exteriorización de emociones.

Esto es lo que somos, no ganamos nada, escondiéndonos o pretendiéndonos otra cosa, somos tan inauténticos con nosotros mismos, que les sacamos la libertad a perros y gatos, para transformarlos en nuestras mascotas, nos apoderamos de su animalidad, pretendiéndolos humanizarlos y les damos derechos, y eso nos jerarquiza ante nosotros mismos, ante quienes no tienen para comer o les cuesta demasiado y para ello precisan hacerse llevar por un caballo, es como sí existiesen humanos buenos y humanos malos, es trasladar o al menos la pretensión, de los que tienen o lo que valen, e imponerles esta moralidad, esta humanidad, desconociendo que todos, independientemente de lo que tengamos o no, somos seres humanos (ni siquiera el género genital nos divide) contradictorios, autodestructivos, excluyentes y sí algo debemos hacer es tratar de no serlo tanto, es decir, tratar de que las exclusiones o sean tan arbitrarias.

Que no podamos elegir a nuestros barrabravas es un déficit de nuestra democracia, que la neguemos o que pretendamos “erradicarla” es una pelotudez tan grande como intentar tapar el sol con las manos, pero como me dijo un amigo, los pelotudos son tantos que sí volaran taparían el cielo al instante, en verdad todos tenemos un pelotudo adentro, por ende todos viviríamos en ese elevamiento. La idea sería vivir más abajo que arriba.

“La guerra es la continuación de la política por otros medios”. Carl von Clausewitz

 

 

 


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