13 de mayo de 2015

No renovas la banca

Y te querés matar. Hasta hubieses preferido que aquellos estudios, que te hicieron, también, temblar la pera, te dieran mal. Porque no renovar la banca, es la muerte civil, la muerte económica, la muerte de las prerrogativas de ese estado al que te acostumbraste a enajenarlo, a vejarlo, tanto silenciosa como inercialmente. Ya nadie te llamara ni estará pendiente de tu humor, por eso esta misiva es para vos, que ya, hasta dejaste de tener nombre propio (quizá nunca lo tuviste, pero recién te estás dando cuenta). Ni siquiera el tiempo te pertenece; porque le podes ganar otra batalla circunstancial a la adicción que te perpetra en el poder, corrompiendo la esencia de lo democrático y de la institucionalidad, por más que tengas a la norma electoral, amparándote, cobijándote, escondiéndote, como el pantalón de tu patrón, ese que te puso y te dio entidad política, social y económica; como te decía, puede que le arrebates a la ciudadanía unos buenos sueldos más, de los jugosos, estrafalarios y suculentos honorarios que te pertenecen por representarlo, pero vos, cada cierre de lista, tenes el Jesús en la boca, la respiración entrecortada, tu vida y por ende tu muerte, pende de esa lapicera, al que le imploras hasta la indignidad que te vuelva a signar, que te brinde la felicidad, ficticia y fugaz de seguir siendo alguien por un puñado de años más.

¿Para eso se han sacrificado tus padres? ¿Para eso han sucumbido al martirologio, que los condena en la senectud  a estar llenos de dolores, angustias y gestos mustios? Para qué la piltrafa humana en la que te has convertido, ¿le pida, le implore, le ruegue, le clame, a un hombre, tan igual, pero a la vez tan diferente a vos, que te vuelva a conceder otros años de gracia? ¿Para que tu prole te vea tan vencido, tan ultrajado, tan indigno de vos, como de ellos mismos? Para que los otros, que antes te ponían obstáculos, ahora se te hagan alfombra, para que los que te trataban con indiferencia, ahora te adulen, ¿para ser un actor de reparto en ese teatro de la hipocresía? Para todo ese concierto de valores de uso, que no tienen valor de cambio a nivel espiritual ni acabado del fenómeno humano, ¿es que seguís hipotecando lo que te resta de persona? ¿Por una turbamulta de billetes, que no pueden hacerte adquirir la tranquilidad necesaria para que puedas dormir sin el psicotrópico, sin el alcohol, sin el temor crepitante de que te levantes y termines viéndote desnudo, despojado de esa mortaja de poder que te arropa infantilmente?

Está bien, demos vuelta la página, te llegará la felicitación, las notas varias, las discursividades, el ropaje de campaña, por unas semanas tu rostro, tu voz y tus capacidades, serán hiperbolizadas, agigantadas, engrandecidas, hasta inventadas, pero ya en esa dinámica de los hechos, todo se te entra a confundir, hasta te pensas que es verdad, que todo lo que se dice, hasta lo que vos decis, lo crees como cierto, como propio, como sí el poder en verdad te perteneciera, ves las estatuas en las plazas y te imaginas a tus nietos, inaugurando una con tu semblante, ves a esas familias sumidas en la pobreza que te vitorean y les robas también la sonrisa, la gracia, les sacas y vampirizas la energía y la buena onda, además del resto.

Sos el mejor, el más grande, el más sabio, el más hábil, el más carismático, Dios y la Virgen morena te lo tenían preparado, desde aquella vez que izaste la bandera, porque le ayudaste a cruzar la calle de ripio a la anciana, porque no violaste a nadie, ni tampoco golpeaste a tu pareja, zamarreo tal vez, gritos y descalificaciones por doquier, coscorrones y correctivo a los chicos también, pero eso aún esta aceptado y el padre santo, que todo lo ve y todo lo puede, te concedió la gracia de que representes a tu pueblo. Por eso tenes la estampita, que te acompaña, la imagen en el despacho, a lado, de la del jefe, del líder, del hombre proverbial, al lado del providencial, casi hermanándose, o mimetizándose, es que para vos, son las dos caras de la moneda, de esa que no se la darás a cualquiera, por más que te sobre. A vos te costó, te sacrificaste, vos sos el elegido, sí te quieren ver que te esperen, que se aguanten como vos lo hiciste, que junte orina en el pasillo, que te miren de frente y no puedan sostenerte el registro frontal de los ojos, que tengan que agachar la cabeza y pedirte, un favor, una mano, un suplicio.

Necesitas alimentarte de esa indignidad, de infligirle a los que te vienen a ver, todo lo que tuviste que bancarte, que fumarte, que padecer, para estar en esa silla transitoria, pletórica de oropeles de barro, tu alma esta frenéticamente necesitada de que se arrodillen, de que te traten con tanta deferencia y estima, para que puedas seguir tus pasos, para que sigas sosteniendo y sosteniéndote en esa mentira capital, de que sos algo y que ese algo que supuestamente sos, además representa a varios más.

Cuando te des cuenta que lo mejor que te pudo pasar, es haberte quedado afuera de la lista, y por ende de la banca, la vida te estará dando la oportunidad de que salgas de ese círculo vicioso, que se te ha transformado en laberinto, tanto para vos, como para los tuyos, a quiénes sin consultarle los has metido, en ese entonces los que te saluden serán porque algo les has dejado, y seguramente tendras tanta cosas, tan interesantes que decir y compartir que no necesitaras de medios, de luces, de diarios, de escribas, ni de redes, los niños se sentaran a escucharte, no tendras que pagar por esa asistencia y mucho menos rendirle cuentas, a nada ni a nadie, en esa instancia conocerás a Dios, y esa ya será tu historia propia y por ende la más auténtica y valedera.

 

 

 

  


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