12 de abril de 2015

El Periodismo, las elecciones y la Agenda

A días de las nuevas votaciones, que como si fuese poco para los correntinos de la capital aún no saben cuándo votaran a concejal, nos topamos nuevamente con una realidad tabicada desde hace tiempo, que construye una agenda política-pública-de interés mediático que le escapa al día a día del ciudadano común. Tenemos políticos que repiten, que no construyen desde los conceptos, sino que articulan desde la lógica del amigo-enemigo, del que obedece y desobedece, hombres de medios que tampoco piensan lo que transmiten y amplifican las repeticiones huecas, haciendo aún más hueca y agravando el sin-sentido, pensadores presos en sus pupitres y una sociedad presa del sueldo estatal, o del gran presidio, donde la mayor condena es no pensar.

 

Desde los comienzos mismos, de lo que atinadamente se dio en llamar la cosa pública, la institucionalidad, ha encontrado, mediante el uso de diferentes medios (armas, religión, finalmente actividad política) una manifestación asociada, consustanciada, y acabadamente simbiótica, como la actividad periodística.

Sí bien, la semántica del término, indicaba que los asuntos de la república, no debían trasuntar los selectos cenáculos, o los clasistas mítines de una privilegiada clase dirigente, la expresión terminológica no tenía correlato con la realidad, dado que hasta las mismas elecciones se definían en aristocráticas mansiones de los portentosos hombres fuertes.

Una vez acaecido Caseros, que más allá de cualquier lectura revisionista o ideológica, acabó simbólicamente con la guerra civil entre unitarios y federales, surgió, al menos formalmente, la república.

Años después, en 1860, tanto a nivel nacional como a nivel provincial, el periodismo tuvo su florecimiento. En Corrientes, salían de imprenta las publicaciones siguientes; “La Nueva Época”, “El Boletín Oficial”, “La Esperanza”, “La Razón”, “El Progreso”, “La Patria”, “El Eco de Corrientes”, “El Nacionalista” y “El Imparcial”.

No nacían precisamente, estas expresiones periodísticas, para tratar o transmitir las noticias, con la mayor objetividad posible. Ya Mariano Moreno, en plena época de dominación española, hubo de sentar las bases, de construir un medio, para transformarlo en una herramienta de poder, antes que mediante el mismo, la mayor cantidad de ciudadanos, se enteraran inocentemente de las cosas que sucedieran.

Los incipientes medios Correntinos, eran propiedad, o tribuna de hombres, netamente políticos, danzan en la historia periodística de la provincia, los mismos apellidos, que conforman los anales de la historia política. Justo, Baibiene, Valentín Virasoro, Plácido Martínez, Madariaga, Díaz, Mantilla, Fernández, Díaz de Vivar, etc.

Obviemos el destacar, que no se trataban de medios de comunicación, sino de meros órganos de expresión partidocráticos, sin embargo la aclaración resultará valiosa.

Lo que sí hemos obviado, es el continuar con la larga lista de apellidos, que llevaron la simbiosis de política y periodismo, hasta la condición más ladina y confusa de ambas actividades. No tanto por una cuestión de espacios o de estética literaria, sino por una razón que es la cabal muestra, de que nos debemos, en este sentido, un debate y un análisis pormenorizado, para que, al menos se perciba, tibiamente, una voluntad de progreso, de avance, que permita una convivencia republicana entre periodismo y política, y no una connivencia antediluviana, como la que venimos arrastrando desde 1860.

En nuestros días, los medios gráficos, radiales, televisivos e informáticos, continúan, tutelados por la misma clase, que se disputa los hilos del poder en la provincia. Las honrosas, excepciones, lamentablemente, deberían ser la norma, sin embargo, los pocos y verdaderos hombres de medio, deben llevar sobre sus hombros, la responsabilidad de que sus construcciones, no pierdan la línea periodística, y a su vez no generen pérdidas insostenibles, por no transigir o claudicar, ante la hostil y retrógrada costumbre, que se mantiene desde del siglo XIX, de mezclar y amalgamar a la política y los medios, bajo el yugo de un mismo patriarca, caudillo o político.

Mal de muchos, consuelo de tontos, indica la frase popular. Sin embargo, en la avanzada Ciudad de Buenos Aires, y Capital de nuestro país, la simbiosis negativa, sí bien no se da en la forma tan clara, prístina y obscena como en nuestra provincia, prepondera también un lazo condicionante, y nocivo entre los medios y la política.

Deberemos concluir, lamentablemente, que la diversidad de medios periodísticos, en todos los formatos, con que cuenta nuestra provincia, obedece más a una necesidad política, de diferentes hombres de poder, para contar con órganos de expresión, que a la diversidad informativa y expresiva que se merecería una comunidad ávida de pluralidad y calidad.

No se puede argumentar lo evidente, los dueños, o directivos de los medios vernáculos, a cargo de expresiones políticas, no hablan por intermedio de sus construcciones periodísticas de los medios colegas o competidores, o del periodismo en general, por una sencilla razón.

Porque se enfrentan, en las arenas políticas, por intermedio de aparatos de comunicación. Lástima que por esa inveterada costumbre, que arrastran desde 1860, no hagan ni política ni periodismo, sino simplemente, se dedican a sostener, una cultura feudal, que es más responsable, de lo que muchos piensan, de los males que nos aquejan. Claro, no hay medios que lo señalen, ni políticos que trabajen para atacar lo verdaderamente nocivo. Sucede que ni siquiera son socios, ni cómplices, sino que por lo general son los mismos. El resultado, es que la comunidad, se queda sin política y sin periodismo que escape a lo ya nefastamente conocido y padecido.  
Uno de los principales objetivos de los filósofos es tratar de encontrar sentido a lo magnánimo de la vida, develar las razones de una caprichosa existencia, hacerla coherente para sí y para los otros, identificar un orden dentro del caos, o profundizar el caos para que tal infierno apacigüe las llagas de lo que muchas veces se presenta como la nada misma. 

Guillermo de Ockham (un filósofo medieval), como tantos otros, pero a diferencia de muchos, nació a finales del siglo XIII, en tal momento, no existía mucho margen, como para pensar otra cosa que no fuera que de la inmensa potestad de Dios, provenían las razones más trascendentales como las acciones más nimias de quiénes tuvieran la posibilidad de nombrarlo.  

En la búsqueda intensa de expresar los sentidos que brinden un sistema de razonamiento que nos permita manejarnos con cierta lógica, uno comunica, o al menos lo intenta, esos canales son arterias indispensables, vasos comunicantes, entre la sociedad y sus actores.  

El pensador medieval a quién hacemos referencia, pocas veces ha sido sacado del ostracismo académico, al que lo someten, quienes consideran, que tanto él, como cientos de sus colegas, sólo pueden dialogar entre sí y los actuales interesados en obtener una licenciatura en filosofía.  

Algo muy similar ocurre fronteras afuera de la ciencia madre, en los ominosos terrenos de la política, no la teórica, sino la práctica, la del día a día, la del poder concreto y efectivo. Sólo quiénes conforman el universo de funcionarios, y de ciudadanos electos por el voto popular (más los amigos de estos), hacen y deshacen, construyen y destruyen la realidad de cada uno de los soberanos. A diferencia de los filósofos, los políticos son comunicados, por tanto, los vasos comunicantes o medios de comunicación, piden, solicitan y reclaman información cotidiana, para cumplir su rol, para dotarse de sentido para sí y para los otros, en esta interrelación, más allá de la obligada comunión de intereses, se forja una costumbre, inamovible, perenne.

La Navaja de Guillermo de Ockham (tal como es sintetizado y metaforizado su pensamiento), tuvo el filo necesario, para en pleno medioevo cortar la unicidad entre razón y fe (huelga aclarar que esto le costó al mencionado ser declarado hereje) mediante un razonamiento que planteaba la inexistencia de los universales (es decir no existían “los hombres”, sino Juan, Pedro, y demás, y las causas vinculantes sólo se podían comprobar mediante la experiencia y no la fe o la razón forzada o barnizada por la fe) pero ha perdido su filo, al quedar preso en ámbitos académicos, en tristes pupitres universitarios destinados a producir en serie, profesores que transmitan apuntes fotocopiados a futuros profesores que eternamente reproduzcan lo mismo. 

Nada muy diferente, del secuestro perpetuado en la arena política, hombres y mujeres, que se dicen pertenecer a sendos partidos que defienden determinadas ideologías, son hablados, y no hablan, por los medios de comunicación, tanto porque en su afán de tener poder no se preparan para pensar y construir, sino para reproducir no fotocopias, sino slogan de campañas o gritos del capanga de turno, o porque los medios y muchos de sus hombres, en la prisión del no pensamiento, de la inmediatez del cierre o del subir una nota, en vez de buscar la política en otros lugares, o investigar lo que realmente ocurre (pensar lo que se va a comunicar y no comunicar por inercia o solamente por intereses corporativos), reinciden en la cárcel del político funcionario o representante, que no tiene nada para decir, y mucho por repetir, replicando el vacío, reiterando hasta el hartazgo conceptos vacíos, que necesariamente caen en descalificaciones personales, que a tal altura son producto tanto del político ceba-mate y hueco sin concepto, como del periodista haragán o interesado que sólo pregunta y reproduce por un interés corporativo o de la patronal.  

Entonces, en este sin-sentido, tienen que aparecer los Guillermo de Ockham, los filósofos, no los secuestrados en los pupitres de las universidades, sino quiénes se juegan por pensar, por dotar de una razón a lo que ocurre y en caso de pensarla, sentirla o vivenciarla como algo negativo, tratar de transformarla. 

Pero la humanidad en sus conductas, es tan reiterativa, que sí en el Siglo XIII se condenaba a quiénes buscarán otras lógicas a las existentes, en el presente siglo, el pensar la política, desde fuera de un cargo, es patrimonio de loquitos de librepensadores.  

La mayoría de los medios y sus hombres, no publican lo que no entienden, lo que no factura, o lo que es lo mismo, lo que no proviene desde las usinas del poder. 

Tenemos políticos que repiten, que no construyen desde los conceptos, sino que articulan desde la lógica del amigo-enemigo, del que obedece y desobedece, hombres de medios que tampoco piensan lo que transmiten y amplifican las repeticiones huecas, haciendo aún más hueca y agravando el sin-sentido, pensadores presos en sus pupitres y una sociedad presa del sueldo estatal, o del gran presidio, donde la mayor condena es no pensar.  

Los loquitos o librepensadores, antes herejes o desaparecidos, no son hablados por los medios y sus hombres, por más que reclamen que se cumpla efectivamente una ley para que las declaraciones juradas sean públicas y no estén presas de un sobre lacrado, o de la sospecha permanente que los políticos son todos delincuentes (la razón práctica por la que no lo hacen los funcionarios, es porque temen ser secuestrados al mostrar cuanto tienen) tampoco tendrán el acompañamiento de los que sólo repiten y se asustan de las iniciativas que no provengan del poder escuálido de conceptos y de sentido y prefieren generar cizaña para que los políticos se acusen de ser oscuros personajes de historietas.  

La Navaja de Guillermo logró cortar un período de pensamiento, inaugurando otro, más allá de sus contratiempos, más allá de que aún hoy uno tenga que escuchar en una misa que un cura párroco, pida por la salud de la hija de un ex gobernante, negándole su identidad (recordar que la navaja de Guillermo consistía en no pensar las generalidades, sino en la individualidad) y mencionándola como la hija de.          

 

El punto en cuestión es el valor, no de lo que se transmite en un medio de comunicación, sino lo que el comunicador, pone en juego al comunicar, su valor, no de verdad, sino de interés y como ello termina como resultante de la comunicación. En Sartre, esto es mucho más complejo de lo que acabamos de plantear, igualmente asumimos el desafío de tratar de decirlo más clara o gráficamente sin “lavar” la idea central o desnaturalizarla.

En relación a un supuesto valor que habitan o comunican, lo mismo es la situación de quiénes a sabiendas que van a transmitir algo que no es cierto, pero lo hacen por privilegiar un incentivo económico o material. Hablamos que es lo mismo, no desde la perspectiva ética (que obviamente es diferente al caso anterior) sino al valor de verdad, pues están comunicando algo que no es cierto, con la diferencia, al caso anterior, que lo saben, por tanto hasta se podría decir que actúan con la honestidad de tener en claro que mienten, porque priorizan una cuestión monetaria, sectorial o lo que fuere. Algunos hablan que se trata de la soberbia del que sabe, a diferencia de la tontería del que ignora y que puede ser arriado, este se hace capitán de su barco pirata y comercializa esa sapiencia, bajo una escalada de valores totalmente cuestionable pero propia. No son difíciles encontrar los ejemplos de quiénes arribaron por ejemplo a posiciones de poder diciendo que mentían al prometer o en la campaña, dado que sí hablaban con esa verdad que sabían, nadie los iba a apoyar o acompañar-

Lo más llamativo, o sea el proceso comunicacional en sí, sí se lo logra ver desnudo, es que todos (nosotros también lo hacemos) hablamos a partir de la propuesta comunicativa que nace como una nota de color la que surge desde lo arriba mencionado de un grupo de medios concentrados que son causa consecuencia de un círculo hegemónico y vicioso de noticias sin información.

«Si nadie puede renunciar a la libertad de pensar y de juzgar según su propio criterio, y si cada uno, por un derecho de naturaleza imposible de suprimir, es amo de sus propios pensamientos, de ello se deduce que en una comunidad política siempre tendrá un resultado desastroso el intento de obligar a los hombres que tienen opiniones diversas y contradictorias, a formular juicios y a expresarse en conformidad con lo que ha sido prescrito por la autoridad soberana... el fin de la organización política es la libertad» (Spinoza, B. 1997:217)

 

 A decir de Tzvetan Todorov, politólogo contemporáneo:

 

«Que la libertad de expresión sea una necesidad parece claro cuando pensamos en el ciudadano aislado, maltratado por la administración, al que se le cierran todas las puertas y sólo le queda un recurso: hacer pública la injusticia de la que  es víctima y darla a conocer, por ejemplo, a los lectores de un periódico. Pero estamos simplificando demasiado. Imaginemos que el discurso que aspira  a la libertad de expresión es el del antisemita Drumont, o que tiene que ver con una propaganda odiosa, o que consista en difundir informaciones falsas. Pensemos también no en el individuo aislado, sino en un grupo mediático que posee cadenas de televisión, emisoras de radio y periódicos, y que puede decir por ello lo que quiera. Que escampen al control gubernamental es sin duda bueno, pero parece más dudoso que todo lo que hagan sea beneficioso. La libertad de expresión tiene sin duda su lugar entre los valores democráticos, pero cuesta ver cómo podría convertirse en un fundamento común. Exige la tolerancia total (nada de lo que decimos puede ser declarado intolerable), y por lo tanto el relativismo generalizado de todos los valores: “Reclamo el derecho a defender públicamente cualquier opinión y a despreciar cualquier ideal”. Ahora bien, toda sociedad necesita una base de valores compartidos. Sustituirlo por “tengo derecho a decir lo que me da la gana” no basta para fundamentar una vida en común. Es del todo evidente que el derecho a eludir determinadas reglas que no puede ser la única regla que organiza la vida de una colectividad. “Está prohibido prohibir” es una bonita frase, pero ninguna sociedad puede ajustarse a ella.» (Todorov, T. 2012:7)

 

 

Los medios y sus hombres, tienen la gran posibilidad de pensar cómo y que comunican, extrayendo lo mejor de nuestros políticos (para que a su vez estos nos ofrezcan sus mejores exponentes y no los más conspicuos lugartenientes levantamanos), sacando a los pensadores de las cárceles dogmáticas para comunicar lo que han pensado, integrando a los loquitos y librepensadores a un sistema que los necesita no para perseguirlos, sino para que aporten sus visiones, a los fines de tener una sociedad más justa y ecuánime.  

 


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