¿Qué sobre meter en la urna?
Una de las formas que el ser humano ha encontrado para salir del arbitrio de un mundo de la técnica, donde la política juega el rol de comisario de las ideas y de la creatividad, ha sido y es la senda de lo artístico, donde la inflexibilidad de la ley no se cuenta por sumas dinerarias sino por inquietudes trascendentes que dejan huellas indelebles, lo otro, anécdotas que pasan con el tiempo, apóstrofes en la enciclopedia de la vida, que tiene como redactores a quiénes se la juegan por la causa de la libertad.
El hombre de letras busca el beneplácito, y con ello el aplauso, del público, porque es la única medida de su éxito. Tal congratulación no lo convierte en un buen o mal literato, simplemente lo transforma en un escritor con lo que ello significa. Los hay soberbios y humildes, adinerados y miserables, sufridos y felices, premiados e ignorados. La edad, el lugar de nacimiento, el color de la piel y lo agraciados o no que puedan ser, poco tiene que ver con la condición de un verdadero hombre de letras. Algunos las musas, algún santo pagano, cristo o satán, los nutren a otros un mal de edipo, un amor no correspondido o una tragedia insuperable los transportan al desahogo por intermedio de la escritura. Existen también los que toman la actividad como un oficio, se entregan con estricta rigidez a un horario pasando arduas jornadas como para llegar al logro de un texto acabado.
En fin, como todo oficio los medios son varios como para acceder al objetivo, que, sin embargo, es único, recabar en las profundidades del ser humano para llevarlo a la superficie de lo verdadero y de lo comprensible.
¿El Camino corto o el camino largo?
Jean Arthur Rimbaud, criado bajo la órbita de un padre ausente y una madre arbitraria y severa, hubo de dar sus primeras muestras de deseos libertarios, desde muy pequeño. No tendría más de ocho años, insuflado por las ganas de tener un instrumento de teclado y hacer música, le solicitaba a diario a su madre, que lo incentivara en esta veta y le regalara un piano. La mujer, aferrándose a una actitud dictatorial, negaba sistemáticamente al niño, cumplimentar su deseo. Una tarde, la señora que tenía pasión por sus muebles de estilo, hubo de llegar a su residencia, y encontrar al pequeño Rimbaud, con machete en mano, agujereando la mesa del comedor, antes de que pudiera ejercer su poder correctivo y otorgarle a su hijo, la paliza memorable de su vida, esté con sus infantiles rasgos, se le paró a su madre y le dijo que si no le compraba el piano, todos los muebles del hogar correrían la misma suerte. Siempre me había llamado la atención, quién era considerado el padre de la poesía moderna, no sólo por la calidad de los poemas, la innovación de la mirada o todo los rasgos loables a nivel poético o intelectual, también por la precocidad de su vida y obra, a los veinte años, hubo de dar por concluida su obra, y sin que nadie se imaginara, ni él mismo, ya estaba escribiendo parte de la historia grande de la historia de las letras. Más allá de haber alcanzado un sitio privilegiado en el panteón de los notables, el camino que hubo de optar Rimbaud, estaba más emparentado a un sendero influenciado por la experiencia que por el pensamiento. Si se permitiera realizar una división tajante entre los caminos tomados por los eximios, se podría decir que existían dos bien disímiles. El del escándalo estelar, acompañar las producciones literarias con acciones desafiantes y provocadoras, y sumar a la obra, una vida díscola e irreverente. La otra senda, atribulada de paciencia, símil a la existencia de una hormiga, se forjaba mediante la sacrificada y esforzada labor diaria, que sedimentada durante años, produciría un efecto de reconocimiento, en muchos casos póstumos, pero respetando siempre a rajatabla, el principio de no caer en acciones fugaces y rimbombantes. Para situar la diferencia en dos conceptos, la ruta de la bohemia y la ruta del científico de bibliotecas. Si bien siempre había percibido esta bifurcación, y mi propio carácter y principios me hubieron de indicar la opción más congruente con mi personalidad, el propio Rimbaud, por intermedio de un texto, resaltaba las distinciones de camino, exaltando, obviamente, el escogido por su vivencia e inteligencia. Hube de reproducir en la computadora las apreciaciones del poeta, el texto ameritaba ser asimilado con tranquilidad y respeto, independientemente de coincidir o no con él, después de todo se trataba de la otra gran opción del arte, y precisamente en esta actividad no existían verdades tajantes y contundentes, simplemente apreciaciones respaldadas por razones y emociones. “El primer paso del hombre que quiere ser poeta es su propio conocimiento, íntegro. Busca su alma, la vigila, la tantea, la estudia. En cuanto la conoce, debe cultivarla. Esto parece simple: en todo cerebro se cumple un desarrollo natural; ¡hay tantos egoístas que se proclaman autores y tantos otros que se atribuyen su progreso intelectual!. Hasta esta parte de la reproducción, podía coincidir en un ciento por ciento con el autor, lo que vendría inmediatamente, señalaría la gran diferencia, para que no me resultara tan chocante, opté por encender un cigarrilo y continuar. Pero hay que modelarse un alma monstruosa, según el ejemplo de los “comprachicos”. Imaginad un hombre que se implanta y cultiva verrugas sobre su rostro. Digo que hay que ser vidente para un largo, inmenso y razonado desorden de todos los sentidos. Todas las formas del amor, del sufrimiento, de la locura; se busca a sí mismo, agota en sí todos los venenos para guardar sólo la quintaesencia. Inefable tortura para la cual necesita toda la fe, toda la fuerza sobrehumana y por la cual se convierte en el gran enfermo, el gran criminal, el gran maldito, y el supremo sabio. ¡Si llega hasta lo desconocido ¡ Y ha cultivado su alma, ya rica más que ninguno! Alcanza lo desconocido; y, aunque enloquecido, terminará por perder la inteligencia de sus visiones, ¡igualmente las ha visto! Y que en su salto reviente por las cosas increíbles e inauditas: ya llegarán otros horribles trabajadores; ¡estos se iniciarán en los horizontes en que otros se desplomaron!.” Al procesar la totalidad de las palabras vertidas por Rimbaud, pude dejar de lado las diferencias de camino, muy dentro mío sentía una profunda admiración, por poetas como él, que sin inhibiciones ni problemas, gritaban a los cuatro vientos, la fuerza de sus pensamientos sin medir consecuencias ni detenerse ante algún prurito.
Como en cualquier actividad también hay que demostrar capacidad, sólo que esta no pende de un examen académico o a una prueba laboral, más bien guarda relación con un permanente sortear de obstáculos de índole existencial, pues el escribir esta estrictamente relacionado con la soledad no solo físico sino también espiritual, la cuál muchas veces insta al escritor su vida abandonar, de tal combate es harto difícil salir triunfante y por lo general se acaba solo, loco o junto a las estrellas por un apresurado deseo de lo eterno alcanzar.
Los pocos que tienen la posibilidad de disfrutar de producciones artísticas, tienen que trasladarse a galerías, museos o lugares determinados para tan altruista fin. Simplifiquemos tan engorroso traslado, llevemos a los pobres y sus miserables quehaceres allí donde la ampulosidad se devora el ideal de la justa distribución de la riqueza.
La disputa en el arte.
El arte como manifestación humana, alcanzo mediante estrambóticos hacedores, profundizar la línea libertaria del hombre, llegando a veces, al insondable límite de lo anárquico. Fenecían los cánones preestablecidos, acerca de que materiales y bajo que formas, por ejemplo, crear un cuadro. Regresando, tal como Sísifo (aquel mito que representa a alguien subiendo una colina con una piedra, para depositarla en la cima para que esta caiga y vuelva a ser elevada infinitamente) por obligada necesidad de catalogar, clasificar y anatematizar sus propias creaciones, el hombre, bautiza a sus formas de manifestarse bajo epítetos de corrientes artísticas. Todas las incluidas en las enciclopedias de arte (expresionismo, realismo, impresionismo, dadaísmo, cubismo, minimalismo y demás) hasta arribar incluso a Marcel Duchamp con su mingitorio en exposición, o a un Andy Warhol con la filmación de un hombre durmiendo expuesto como película.
En un mundo en el cuál, más de la mitad de los habitantes tienen problemas serios para cubrir sus necesidades básicas (sin por ello introducir estadísticas, no sólo por lo innecesario sino también por lo ajustada visión de U. Eco sobre la misma “Es la práctica por la cuál si una persona come dos pollos y otra ninguna, la conclusión es que cada uno de ellos ha comido un pollo) lo justo y adecuado, es precisar que la producción, el goce y el intercambio de manifestaciones artísticas se encuentran meramente reservadas a los sectores, no necesariamente más pudientes, pero sí al menos a los que no padecen la criminalidad de no tener que comer.
Existe una conexión indisimulable entre los estómagos vacíos y los espíritus llenos. Nadie alcanzaría esto último si padeciera de lo primero. Tampoco se trata aquí de apuntalar lo que inculcan, cultural y ritualmente, las grandes religiones con la noción de culpa. Mucho menos se pretende instalar la concepción de mártir que no puede conciliar el sueño, tras una cena regada con una bebida espirituosa, elaborada por una cosecha de antaño, por el hambre de los niños pobres.
Ingresamos al mundo del arte, donde nada esta prohibido todo simplemente es.
Una muestra artística, donde una familia de menesterosos se traslade con su hedor, sus miserias y dolores a lo más granado y glamoroso del sector más pudiente de la ciudad, para permanecer unos días y desarrollar sus vidas, constituiría un hito indispensable, cultural y socialmente.
Sí los diferentes gobiernos y por ello la solidaridad del mundo, no puede, no ya acabar, sino al menos sosegar, la disparidad entre los que no tienen nada y los que poseen demasiado, la pobreza tiene que ser objeto de la mirada artística.
Sin tomar banderas del compromiso social ni embeberse en ambiciones grandilocuentes de cambiar al mundo, sino simplemente por el impacto que generaría el contraste de realidades opuestas proporcionalmente, la muestra de acceso libre y gratuito, tendría que llevarse a cabo en la mayor cantidad de ciudades posibles, en las intersecciones o esquinas, más paquetas, onerosas, ricas o acomodadas.
No se pretende aunar un grito simbólico contra la pobreza del mundo, sencillamente se busca que los adinerados no se tengan que trasladar demasiado para apreciar una manifestación artística.
¿Qué hacer?
¿Por qué escuchar la supuesta erudición de algún dinosaurio del pensar?. ¿A que se debe que los miles de galardonados catedráticos sólo repitan hasta el hartazgo bellas construcciones teóricas, sin siquiera pensar en lo que dicen o dejan de decir?. ¿Cuál es el motivo que los alumnos detentan como para interesarse exclusivamente en sus nimias existencias, decoradas por ciertas pavadas de momento?. ¿Dónde ha quedado la grandeza del hombre, esa que hace pensar abstracciones generales, que indaga en las eternas preguntas sin respuesta, esa que transforma en inmortal a un simple ser dominado por la carne?. ¿En que nos hemos convertido, acaso en fantasmas influenciables por rancios libros y por petulantes y vacuas ideas que los medios de comunicación nos propinan, acaso en meros títeres payasescos que deambulan en el espectáculo circense llamado vida?
¿Y los escritores donde están?, y ¿los artistas?, lo que debería darse en llamar ¿progresismo?, ¿la supuesta oposición conceptual al conservadorismo?, juntos o separados, parece que a nada de esto se le animan, los que deberían estar dando la pelea grande.
La falta de ideología o en el mejor de los casos de convicciones, arremeten con crudeza en nuestra paupérrima clase dirigente (no solamente la política como se acostumbra a asociar), cuando determinados tópicos se cuelan en nuestra agenda, se entrometen, cuál virus nocivo en un cuerpo, inesperadamente, sin permiso y señalando la debilidad esencial.
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