6 de abril de 2015

“Las águilas no cazan moscas”

“Pues si uno por querer recibir dinero de alguien, desempeñar un cargo público u obtener alguna otra influencia, tuviera la intención de hacer las mismas cosas que hacen los amantes con sus amados cuando emplean súplicas y ruegos en sus peticiones, pronuncian juramentos, duermen en su puerta y están dispuestos a soportar una esclavitud como ni siquiera soportaría ningún esclavo, sería obstaculizado para hacer semejante acción tanto por sus amigos como enemigos, ya que uno le echarían en cara las adulaciones y comportamientos impropios de un hombre libre y los otros le amonestarían y se avergonzarían de sus actos” (Platón “El banquete” 183ª)

“Por otro lado, los ignorantes ni aman la sabiduría ni desean hacerse sabios, pues en esto precisamente es la ignorancia una cosa molesta: en que quien no es bello, ni bueno, ni inteligente, se crea a sí mismo que lo es suficientemente. Así, pues, el que no cree estar necesitado no desea tampoco lo que no cree necesitar” (ibid 204ª)

“En este período de la vida, querido Sócrates-dijo la extranjera de Mantinea-, más que en ningún otro, le merece la pena al hombre vivir: cuando contempla la belleza en sí. Si alguna vez llegas a verla, te parecerá que no es comparable ni con el oro ni con los vestidos ni con los jóvenes y adoslecentes bellos, ante cuya presencia ahora te quedas extasiado y estás dispuesto, tanto tu como otros muchos, con tal de poder ver al amado y estar siempre con él, a no comer ni beber, si fuera posible, sino únicamente contemplarlo y estar en su compañía” (ibid 210d).

Quiénes tuvimos la maldición o la bendición del poder de la palabra, mucho más allá de títulos y honores, cosechamos, rabias, odios, enconos y animadversiones, de lectores que bien podrían ser desde personas muy cercanas, pobres, poderosas o la razón o característica que fuere o que tuvieren, esto no debe ser óbice, para que más allá de agresiones o forradas, uno siga en un indetenible vuelo hacia lo que considera que puede ser el aporte que se pueda dar hacia su comunidad, hacia el tiempo en que nos toca otear esta tierra, sus costumbres y habitantes, desde el título, hasta los párrafos anteriores corresponden a Platón, quién surco el cielo con su vuelo eterno, no deteniéndose en las cientos de miles de moscas que habrán estorbado su derrotero, la cuáles, con o sin poder, habrán necesitado comprender, estas palabras y conceptos, para elevarse en vuelo.

 

 


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