25 de marzo de 2015

Menos mal que a nadie se le ocurre un impuesto revolucionario

Ese concepto guerrillesco es ni más ni menos, que la tolerancia de quiénes se dieron cuenta en algún momento de la historia, en ciertas sociedades que un grupúsculo, prácticamente de facto, con veleidades democráticas o maquillajes pueriles referenciando supuesta institucionalidad, tomaron para sí el dominio y el ejercicio del control y mando de la comunidad, para prioritariamente saciar sus apetencias más bajas, y cobrando, percibiendo o suscribiendo a los tenedores del poder, una cuota o impuesto determinado, se mantenían a raya para no desmadrar la iracundia y la violencia que generaba el manejo discrecional de quiénes manipulaban y ostentaban poder, a costa del sufrimiento y la desigualdad como banderas inocultables. Que a nadie se le encienda la lámpara de reditar en este arrabal sudamericano tan nefasta tasa impositiva.

Es muy difícil no tener alguna relación, laboral, sentimental o social, con la clase política o los políticos, en una provincia que se sostiene básicamente del empleo público (se estima en un 70% del total de ocupados) y que lo poco que queda afuera de ello, iniciativas privadas de un precapitalismo, aún sigue dependiendo de influencias o cuñas que se puedan lograr con los arriba mencionados.

 

Por tanto, y desde este enfoque estructural, y más allá de las reiteradas argumentaciones de porque uno continúa, hasta obstinadamente sí se quiere, confirmando nuestro detenimiento cultural de base, en la oscuridad del feudalismo, se suma este ingrediente “estructuralista”, para reafirmar, como si fuera necesario, nuestra entidad identitaria, anquilosada, en principios que nos subyugan al perimido sistema que primaba en el medioevo. 

Sin entrar en la historia pormenorizada, es de común dominio que los señores feudales eran unos pocos, por lo general grupos de familias, que ante el dominio de extensiones de tierra, desde donde edificaban castillos atemorizantes, brindaban protección al resto de los mortales, a cambio de la entrega laboral, física y hasta espiritual de los mismos.

Los vasallos, espantados por un afuera, donde el pleno dominio aún se encontraba en la madre naturaleza (desde fieras, pasando por tormentas y desamparo generalizado) no tenían ni opción, ni posibilidad de pensar la misma, se entregaban a la seguridad inhóspita del microcosmos de un castillo, a cambio de no padecer la incertidumbre de un mundo que aún no se encontraba domado por la técnica.

El concepto de “división del trabajo” que sería eje central de modelos económicos centurias luego, se evidenciaba por la naturaleza misma de la ocupación; por tanto, existían, dentro del vasallaje, diferentes trabajos, que caracterizaban a quiénes lo ejercían.

 

Nos ocuparemos de uno de ellos, trátese de los “pajes”, Huelga aclarar, que fijaremos el análisis en este tipo de trabajadores, no sólo por el rol que tenían, sino también por la onomatopeya, que nos referencia, inmediatamente, como apócope de aquel que posee contracción hacia el onanismo.

Los paje, era una denominación, para todo joven que estaba al servicio de un noble o de un rey. Este servidor se ocupaba del servicio interno de la casa. Todos estos muchachos recibían una instrucción especializada en el mismo palacio, y eran adiestrados en las distintas disciplinas que se les exigían.

Tipos de paje

Paje de bolsa. Antiguamente, se daba este nombre al paje del secretario del despacho universal y de los tribunales reales que llevaba la bolsa con los papeles.

Paje de cámara. El que servía dentro de ella a su señor.

Paje de guión. El más antiguo de los pajes del rey a cuyo cargo estaba el llevar las armas del rey en ausencia del armero mayor.

Paje de hacha. El que va delante de su amo o de otras personas alumbrando con el hacha.

Paje de jineta. El que acompañaba al capitán llevando este distintivo de su empleo.

Paje de lanza o de armas. El que lleva las armas como la espada, la lanza, etc. para servírselas a su amo cuando las necesite.

Paje de escoba. Se daba este nombre a cualquiera de los muchachos destinados en las embarcaciones para su limpieza y aseo y para aprender el oficio de marineros y cuando tenían más edad, optaban a plazas de grumete (definición brindada por la enciclopedia electrónica: wikipedia)

A pocos días, de que una elección legislativa, se encargue de ponerle en blanco sobre negro, a los políticos correntinos y a la provincia toda, son varios los que deberán optar por ser pajes, o súbditos o sometidos entregando su dignidad, antes que personas libres y pertenecientes a un colectivo que defienda ideas, proyectos, principios y convicciones.

 

El precio de la libertad, no tiene que ver con ser autónomo o independiente. Ganarse el pan, por intermedio de un sueldo, es sumamente digno, deja de serlo, cuando el que paga, requiere sexo a cambio, que le ceben un mate (sí es que uno no fue contratado para eso) o que se entreguen a algo, de lo que uno no esta convencido. Uno también puede ser autónomo, pero agachar la cabeza ante el primordial inversor, tampoco es señal de haber adquirido libertad.

En definitiva, es una cuestión de elección, allí radica la verdadera libertad. Muchos optan por lustrar zapatos, y son designados ministros, subsecretarios o legisladores. Las vacilaciones que detentan, ante cada paso que deben dar, los develan, pero bueno sí son felices así, bienvenido sea.

Los candidatos se eligen, de acuerdo a la cantidad de votos que dicen tener los postulantes, y que quiera creer que tienen el que hace la lista u hombre poderoso. Los generadores de este circuito saben a ciencia cierta, que todo los datos y demás se encuentran inflados, pero la clave se encuentra en sumar la mayor cantidad de dirigentes posibles, al menor costo.

De allí que, finalmente la mayoría de hombres en cargos públicos, no tengan o cuenten con una miserable idea, para trabajar en serio para su ciudad, provincia o país.

Si se hiciera un sondeo de la clase política, veríamos que un gran porcentaje, nunca consiguió ingresos de otras fuentes que no sean las arcas del estado, o que a nivel personal, ni siquiera pueden conducir sus hogares. El razonamiento cae de maduro, el médico que observa su radiografía de pulmón, ¿ lo recibe en el consultorio con un cigarrillo en la mano y le dice, sentate papi que vamos a ver como estas? O el empleado del banco, ¿ le recibe el dinero de su depósito y se lo pone en el bolsillo, para después decirle, tranquilo maestro, ahora lo pongo en la caja?   

Esto mismo ocurre con la política, pasa que son tantos que los ciudadanos comunes no tienen ni la chance, ni el tiempo para percatarse del atropello.

Cuentan que Alejandro Magno, en una de sus campañas, se encontró con temperaturas bajo cero y para llegar a destino, tenían que cruzar con su ejército, un río fangoso, profundo, poco amigable. Ninguno de sus hombres se animaba a dar el primer paso, para enfrentar el obstáculo. Alejandro, comienza a ingresar al río, en el medio del mismo, al ver que nadie lo sigue, se da vuelta y mirando a sus oficiales les dice ¿Os dais cuenta de las cosas que tengo que hacer, para que me tengáis respeto?. La autoridad no se funda en nombres, jerarquías, ni trayectoria, estos son simplemente condimentos, la autoridad se funda en la razón y a veces se puede encontrar de nuestro lado, como en otro lado, se precisa de grandeza e inteligencia para reconocer esto.


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