Los cobardes de la lapicera
Los encumbrados dirigentes, en mesas chicas, escriben y borran, la suerte y el destino de ejércitos de seguidores, quiénes son supuestamente parte del pueblo, o los representados por estos popes, que durante años, han tenido las ciclópeas tareas de cebar mate, atender teléfonos, o en el mejor de los casos, organizar actos con los recursos del estado (esto es, invitar a gente necesitada, a un almuerzo, regado por bebidas varias, con el debido transporte, a cargo del organizador).
A diferencia de lo que ocurría en los ´70, cuando, sí bien, se discutía hasta el sexo de los ángeles, bajo una mirada muchas veces absurda y teñida de un adolescente optimismo, no sólo que había que escaparle a las balas, sino que además, se pensaban propuestas, más lejanas o más cercanas a la derecha o la izquierda, pero que en definitiva, tenían una sustentación en reflexiones, en lecturas, en proyectos y propuestas concretas.
Cuando en política se habla de semana de los lápices, se hace referencia al momentos en el cuál, aquellos poderosos, con una lapicera a varita mágica, ciñen los destinos de todas y todos en la representatividad.
Los popes de los partidos y por tanto de la democracia, no están ni estarán secuestrados, como sí lo estuvieron, en condiciones y bajo padecimientos humillantes, los estudiantes en la noche negra, llamada de los lápices, pero eligen y elegirán, auto-secuestrarse o aislarse, en bunkers, despachos u oficinas, para con la mejor cara de póker, optar por los seguidores más fieles o de mayor confianza (casi siempre amigos o parientes) que sigan prestando los servicios de fiabilidad a sus hacedores, una vez colocados en los cargos representativos.
En los años del terror, lo que se secuestraba era la libertad, por intermedio de militantes, estudiantes, y ciudadanos, que forman parte de los 30.000 desaparecidos. En la actualidad, el auto-secuestro o aislamiento de la dirigencia amuchada en locutorios, y exigida y tironeada, por cientos de talentosos, que han encontrado en la política, la fórmula de no trabajar, y pese a ello, tener dinero y jerarquía, apunta directamente, al secuestro de la representatividad, que es ni más ni menos que la base de la democracia.
Que los candidatos surjan, de la manera que lo hace, constituye no sólo una lesión a la república, sino también a su pasado. Parte de este, constituye los años de la dictadura, donde, hasta incluso, muchos de los actuales protagonistas, defendían a la atacada libertad.
Que no se hablen de propuestas, que no se debaten ideas y que no exista un mínimo parámetro, de mérito ciudadano, para erigirse en candidato, y que sólo baste con ser amigo, o lacayo, del oportuno tenedor del lápiz, significa y representa, la segunda muerte de los desaparecidos. La muerte en vano de estos. Ni siquiera es solamente esta ofensa, la que se cumple, con la semana de los lápices, es también vaciar de contenido y de sentido, a la democracia, que como todos saben, tanto ha costado conseguir.
La lectura sencilla, es que no se mata a nadie, que no se secuestra a nadie, y que la ley indica que los ciudadanos tienen posibilidad de elegir. Los índices de pobreza, marginalidad y barbarie, que azotan nuestra tierra, tienen como responsables, a quiénes si bien, nunca empuñarán, un arma, para aniquilar un ser humano, tampoco hará uso de sus capacidades mentales, o nunca, podrán presentar alternativas, que no tengan la aprobación del oportuno mandamás. Esto también es un crimen, no contra alguien en particular, sino contra los que dicen representar y por intermedio de ellos cobran, jugosos sueldos.
La única forma de combatir a los cobardes es señalarles, enrostrarles y evidenciarlos en su cobardía, no para que dejen de serlo, sino para que sus descendientes o el resto de la sociedad comprendan que no son conductas altruistas, referenciales o dignas de ser imitadas. Al contrario son actitudes que dibujan los aspectos más abyectos y deleznables del ser humano y todo ciudadano bien nacido, tiene la obligación de actuar en consecuencia, como podría ser sí uno es testigo de un robo, de una intento de homicidio o violación, de lo contrario hasta nos podría caber la figura de complicidad por omisión.
El cobarde, específicamente el cobarde político, es aquel, que argumenta, o mejor dicho soslaya, cuestiones de tiempos o de estrategias, para en verdad, usar, programar o digitar a otros, y sus respectivas necesidades, para alcanzar fines personalísimos o sectarios. Nunca el cobarde político compartirá abierta o democráticamente sus decisiones, jamás se planteará crítica constructivas, ni debates sobre eje centrales del accionar político (por ejemplo si ¿es beneficencia o acción social?, repartir cuadernos y gomas de borrar a 50 carenciados o dentro de las funciones de un legislador el hacer proyectos de ley a tales efectos, destinar las fortunas percibidas para el pago de secretarios que trabajen y no únicamente de familiares).
Los cobardes son puestos por las virtudes arriba mencionadas, por ello renuncian como si estornudaran, casi sin ton ni son, los cobardes políticos pueden tener circunstancial poder, por un “acontecimiento” casi fortuito, pero cuando la historia les brindo su oportunidad, la despilfarraron, el pueblo sabio, los olió, timoratos, tembleques, boquiabiertos, horrorizados, los cobardes no escriben la historia, por lo general, son obstáculos para los que no lo son, como en la dictadura, no pudieron en aquel entonces, matar las ideas con las armas, menos lo podrán hacer, o mejor dicho mucho menos tiempo durará la mentira que escriben, con la tinta que pierde de sus partes más pudendas, la lapicera de los cobardes.
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