Entre la mentira y la verdad, reina el protocolo
A semanas de las nuevo cierres de listas de consensos o internas simuladas, en vistas a la elección provincial de julio, quedan aun flotando en el aire, esas presunciones nunca comprobables en la política, de que se cruzaran los liderazgos, porque a ciertos capitostes que parecían enfrentados por una ideología o partido, o modo de ver las cosas, finalmente por diferentes estrategias (en verdad no tan alocadas) les convendría que el panorama político quedara tal como podría quedar bajo estas “distorsiones”. No podemos desconocer que este tipo de mitos, son constantes y permanentes en el mundillo política, esta suerte de intrigas palaciegas son muy frecuentes y se dan de seguido en democracias manejadas por muy pocas manos y mirada desde el afuera por varios que desean, quieren y militan y el propio sistema les prohíbe tal cosa, por tanto nos les queda más que dar a conocer sus posiciones por intermedio de la voz de pasillo, el relato de la chusma, o la versión de peluquería.
No pretendemos hacer ningún tipo de análisis o investigación, quedará sí para los que estudian las ciencias políticas o hablan desde lo teórico, sí quizá la democracia, o mejor dicho la política del mañana tenga más que ver con candidaturas individuales, vinculadas a lo que realmente hoy son, pero necesitan escudarse en las supercherías de los partidos que supuestamente representan cosas distintas, en los candidatos, todos y cada uno de los mismos coincidentes porque van pegados en una boleta, por más que solo sean una conjunción momentánea o electoral, a lo que apuntamos en definitiva es que de un tiempo a esta parte indisimulable la política vernácula se construyó por intermedio del ejercicio del poder de autoridades o personalidades.
Tampoco haremos historia pero desde la democracia a esta parte, no son más de tres (3) los nombres en los que ha girado la cosa pública en la taragui: Jose Antonio Romero Feris, Tato Romero Feris y Ricardo Colombi, el resto en verdad bien podrían estar como actores secundarios o de reparto, de disputadores de, pero como no somos lo que criticamos, la lista no está cerrada ni nos creemos con ningún báculo ni verdad revelada para determinar nada, es más no creemos en mentiras ni en verdades, si en la pragmática político del protocolo.
Y en esa práctica cotidiana del estar respirándole a lado al que se considera rival, surge también como posibilidad, como expectación, un posible acuerdo político, o el armisticio, o pactos mínimos de convivencia.
Son tres situaciones muy distintas y que se tocan entre sí permanentemente y de allí que encerradas en su complejidad, exudan un atractivo por desanudarlas, desmadejarlas, dar cuenta de ellas antes que nadie. Vendría a ser también, algo así como adivinar el número de la lotería, la compañía que tendrá una inimaginable suma de acciones en horas. Ocurre que no son pocos, los que gravitando o tratando de vivir en el mundillo político, apuestan bajo que ala o padrinazgo, hesitar o guarecerse, hasta que el sistema les autorice a algo mejor o hasta que el cuerpo les diga basta.
De allí que el protocolo sea lo único real, lo único existente como terminalidad en la política, llevándose puesto conceptos como la verdad o la mentira que quizá puedan existir en los campos de la ética, de la filosofía o de todo los que usted prefiera, pero no en este. En el protocolo, todos tienen un lugar asignado, de acuerdo a lo que representan, en el caso de que exista el uso de la palabra, tanto el tiempo como el orden de los parlantes se encuentra predefinido de acuerdo al estándar de la institucionalidad imperante, las vestimentas, los gestos y hasta las miradas, en los actos protocolares, están premoldeados, también los aplausos, los silencios, la respuesta del público, o mejor dicho de los que están afuera, a los que se los necesita para legitimar tal acto simbólico, pero al que se les dice como tienen que actuar ante la situación y el lugar del afuera al que parecería que están condenados (muchas veces mediante vallas u objetos que marcan a las claras esto mismo).
En este estado político-protocolar en el que habitamos, bien podrían extenderse en el campo civil las jerarquías que en el mundillo militar se utilizan para definir las actividades y responsabilidades que a cada uno les compete, en vez de llamarnos cabos o tenientes, bien podríamos ser secretario, asesor, mano derecha; denominaciones que en vedad se usan en la informalidad, pero que bien podrían balnquearse a los efectos antes mencionados.
En caso de que existan o no acuerdos políticos, que los mismos nos resulten estrambóticos o revulsivos, protocolarmente nos será informado, en el grado de veracidad, que nos corresponda y si no nos gusta, las fronteras son muy amplias como para sentirnos encerrados o desprovistos de libertad como para irnos.
Finalmente como para no mostrar nuestro desapego a lo protocolar, y ubicarnos en lo que nos corresponde, solo citaremos la verdad y la mentira en su sentido estrictamente ético o filosófico, pero nunca en el campo político, en donde los señores que tienen en sus manos la verdad, legitimadas en las urnas, nos no han autorizado a hacerlo.
“El acto objetivamente justo es el acto que un hombre mantendrá que debe realizar cuando no se equivoca. Así, decidimos, se trata, entre todos los actos posibles, del que probablemente producirá los mejores resultados. Por tanto, al juzgar que acciones son justas necesitamos saber qué resultados son buenos. Cuando alguien se equivoca acerca de lo que es objetivamente justo, puede actuar, pese a todo, de un modo subjetivamente justo; necesitamos, por consiguiente, otras dos nociones, a las que denominamos moral e inmoral. Un acto moral es virtuoso y merece elogio; un acto inmoral es pecaminoso y merece ser condenado. Hemos decidido que un acto moral es el que el agente habría juzgado justo tras un grado apropiado de reflexión sincera contando con que el grado apropiado de reflexión depende de la dificultad y la importancia de la decisión” (Bertrand Russell)
Aun no hay comentarios, sé el primero en escribir uno!