Jueves 28 de Marzo de 2024

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ACTUALIDAD

20 de febrero de 2020

El régimen de la verdad de la correntinidad.


“Cada sociedad tiene su régimen de verdad, su política general, de la verdad: es decir, los tipos de discurso que acoge y hace funcionar como verdaderos o falsos, el modo cómo se sancionan unos y otros; las técnicas y los procedimientos que están valorizados para la obtención de la verdad; el estatuto de quiénes están a cargo de decir lo que funciona como verdadero… La verdad está ligada circularmente a sistemas de poder que la producen y la sostienen, y a efectos de poder que induce y la prorrogan. La verdad se constituye en un régimen de la verdad. (Foucault, M. Verdad y poder. Ediciones Altaya. Barcelona. Página 143.)

Cabría preguntarse, sí la verdad entonces es el elemento primordial que necesitamos los seres humanos. Desde una perspectiva filosófica, tal vez sí, pero convengamos que el común de los mortales, primigeniamente, se inclina por obtener felicidad, o mejor dicho esperar que se la entreguen o que se la concedan.

 

Esta felicidad, se convierte en lo deseable construido por parte de la sociedad, entendida como estructura o sistema, que hábilmente, o empoderada, sin que el cuerpo al que esta condicionándolo bajo su poder, se dé cuenta que actúa en libertad, pero no hace más que responder a los estímulos, las presiones o los condicionamientos, de buscar esa siempre, supuesta, libertad. 

 

“El poder promete libertad. El soberano es libre porque es capaz de recuperarse por completo a sí mismo en lo distinto. Según Hegel, Dios es libre porque es el poder de ser él mismo. Dios habita o erige un continuo absoluto de sí mismo. No hay ninguna ruptura, ningún desgarramiento en el que se pierda a sí mismo. No conoce nada radicalmente distinto en lo que él no fuera él mismo”. (Byung, Chul Han. Sobre el poder. Editorial Herder. Barcelona. Página 103).

 

El sujeto, entonces, en su condición de atado a, o fijado, detenido, no libre, sino sujetado, es hablado, pensado o sentido, es decir le hacen creer que necesita salirse de esa sujeción, para conformar la mortaja, o sistema que terminará con la posibilidad de cualquier fuga. Crédulamente, a riesgo de no perder lo más preciado, la posibilidad de libertad, en verdad lo pierde todo, dado que era libre, sino que deja de serlo, al ir en busca de ese supuesto de libertad, que nunca dejo de tenerlo, o que se lo recrearon, se lo resignificaron, reconstruyéndole una falta, que jamás fue constitutiva. 

 

Lacan en su seminario La ética del psicoanálisis escribió las profesiones imposibles freudianas: gobernar, educar y curar, en tanto que discursos y matemas. Entonces, además del Discurso del Amo, del Discurso Universitario, del Discurso del Analista, anotó la operación del “hacer-desear” como el Discurso de la Histeria.

 

Gobernar es imposible, porque de lo que se trata es de hacer desear. El deseo, creado o recreado por lo colectivo o lo social (que terminará en Leviatán), no es más que la falsa falta, de que el sujeto, debe dejar de ser tal e ir en busca de una libertad que lo terminará encarcelando, siempre. Sin embargo, esa energía que liberan cada uno de los seres humanos, cuestionados en su esencialidad, incluso sí ofrecen resistencia, genera el poder, mediante el cuál se determina la dinámica y la constitución misma de la y de lo político. 

 

El poder, como energía, precisa de formas, de conductos o ductos, de canales, de reglas y de instituciones, por donde circular, de qué manera o sentido y con que intencionalidad. 

 

En esta instancia es donde surge, el régimen de la verdad, del que nos hablaba Foucault, imprescindible para que el poder, opere responsable y culturalmente, sobre el sujeto, condicionado a desujetarse, impelido a ello, pero sin que nunca finalmente llegue a conseguirlo, dado que en verdad no lo quiere, ni lo deseó.

 

En cada una de las aldeas, en las que discurre nuestra existencia, se pueden observar las vigas, de las estructuras que determinan la composición de lugar, la escenografía que nos llevará a que digamos tal o cuál cosa, a que en definitiva, y por sobre todo, no nos opongamos a lo establecido, a lo que nos fue dado, o lo conformado. 

 

Las acciones que se designan como sociales o culturales, van en el sentido expreso de consolidar tal régimen de verdad. Para demostrar esto mismo, daremos el ejemplo de lo que sucede, en el muladar desde donde esto se escribe. 

 

El significante “correntinidad” aglomera y acapara un sentido de identidad y por ende de pertenencia, desde donde se emiten estos condicionantes, o desde donde el poder opera en su condición de régimen, el lugar geográfico Corrientes, inserto en la Argentina, podría ser el de cualquier otra aldea occidental, que sólo variara sus componentes, desde un pliegue estético, de detalle o de vinculación secundaria u operativa. 

 

Determinada por los dispositivos impuestos desde la conquista, como cualquier otro sitio de hispanoamérica (latinoamérica tras la segunda conquista, la operada luego de la revolución francesa, con sus principios contratistas y de derechos humanos democráticos) donde la pobreza es costumbre y ley, el dispositivo de poder, tiene como raigambre, los aspectos más sensibles para el quehacer cotidiano de sus sometidos. 

 

La música del sincretismo, se hace industria y show, paradojalmente, pero no llamativamente, las letras de tal cuestión identitaria, hablan de pobreza y resignación. Los juglares, sólo son llevados al olimpo del anfiteatro, en la fiesta oficial, en unos pocos días de luna chamamecera, como la llaman. La pobreza es exorcizada, el poder promete la ansiada, como estimulada, libertad que nunca llegará. Semana después, el calendario señala el carnaval, el pobrerío ve a sus ciudadanos disfrazados con lentejuelas, purpurinas y plumas, bailando por el corsódromo, alimentando la expectativa, de que ellos en su condición de marginales, también podrán pertenecer al mundo de las caretas, y cobrar a fin de mes, lo que perciben por ser los que están por arriba de la pirámide social. 

 

Tal homenaje al rey Momo, es reivindicatorio de su figura. Cuenta el mito que fue expulsado del monte del Olimpo, sólo estuvo un breve tiempo, como las semanas escasas, en donde todo es alegría y festejos en las tierras que se dicen sin mal. 

El régimen de verdad, se oxigena, permitiendo, mediante sus postulados patriarcales, que los no heterosexuales, sobre todo el hombre, pueda brillar, en tal período se lo muestra, se lo vitorea, se lo aplaude, se lo descosifica para volverlo a cosificar. Pero el 

Momo homosexual, la verdadera estrella del carnaval, se burla durante esos pocos días, de todo el año en el que es burlado, por su condición de tal, donde es recluido, a los asuntos de peluquería, o las cuestiones accesorias, que el dispositivo de poder le tiene reservado, a todos aquellos que no cumplen con las requisitorias, de las reglas impuestas, de los mandatos sociales, que te dicen, con quién tenes que acostarte y bajo que condiciones amar. 

 

Pero el régimen de verdad, determina cuáles son los medios, donde saldrán los temas que revestirán interés, que serán de dominio público y de charla social. Este manojo de palabras, no está dentro de tal circuito, por tanto, no llegará a ese público masivo donde se retroalimenta la pobreza a ritmo de chamamé y carnaval.

 

El régimen ocluye, por su condición de tal, el pensamiento crítico y el pensar. Hasta no hace mucho tiempo, mandaba a matar, a desaparecer o exterminar a los que se resistieran a tal imposición.  

 

Encontró una forma aún más sofisticada y efectiva de actuar. 

 

Silencia, mediante y gracias, a tu complicidad.

Pero cómo el régimen impone y dispone de la verdad, luego de cantar, desfilar, hincarás tus pies en las pascuas de resurrección, donde todo seguirá siendo lo mismo, por obra y gracia, del cohecho contínuo, en donde cómo mínimo, sos co-responsable de tanta pobreza, miseria y marginalidad, por más que no creas, no sientas ni quieras, que sea verdad. 

 

Por Francisco Tomás González Cabañas. 

 

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