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ANÁLISIS

1 de agosto de 2018

La indiferencia el arma concedida a los estultos.

Tal como narra magistralmente el danés Andersen (junto a Kierkegaard las celebridades del país desde donde la empresa Lego señorea al menos en occidente, a nivel de juguetes creativos) en uno de sus tantos, celebrados cuentos, en este caso en el “nuevo traje del emperador”, la trama se consolida mediante el temor que profieren los incapaces, que afectados por la inseguridad de sus límites que no reconocen, negando tales limitaciones, se enredan en las ilusiones y mentiras de otros, que a sabiendas de la impostura de estos, fabrican un mundo ficticio, en donde los estultos se creen sabios y termina todo como en el cuento, saliendo un rey desnudo a un acto público, creyendo que va con las mejores ropas, aplaudido por una cohorte de lisonjeros y lamebotas que a final del día, siquiera perciben que lo más virtuoso que poseen es tal capacidad de genuflexión y de concesiones laudatorias, para con sus reyes o amos absolutos. Esto no sería novedad, es decir no estamos, hasta ahora, agregando nada que no haya expresado, con mayor calidad, dinámica y poder de encantamiento, siglos atrás, Andersen.

La pena, irredenta, que les cabe a estos señores grises, estos don nadie, que teniendo la posibilidad de conseguirse un nombre y apellido, o dejar sus propias huellas en el sendero de la humanidad, la obturan por la supuesta seguridad o confort que les pueda llegar a dar (sensación ilusoria, además) un par de mendrugos que les sobran al amo-patrón del  que dependen en grado sumo y por el cual se aniquilan la posibilidad de ser, es precisamente esta, la de no llegar nunca a terminar de constituirse como entidades en el plano humano.

Ser indiferente es negar al otro. En la trama, compleja de la otredad, el camino más cruento es el de precisamente, censurarle la existencia, a ese que no es uno y que no se le reconoce. Para que un ser humano llegue a este extremo de agresividad, precisamente, es porque no alcanzo nunca en verdad la condición de sujeto, no tuvo la posibilidad de sentirse en plenitud consigo mismo y por ende, irradiar su humanidad o emprender la aventura de ser en sentido pleno. Ante la carencia, reacciona, con iracundia, con violencia, destilando lo peor que le han dado, que es ni más ni menos un ser mutilado, que preso de la incompletud, regurgita, el veneno que le hubieron de inocular, imposibilitándole como ser humano y vomitando, agresión mediante, la falta, lo ausente que enmarca la dimensión sideral de tal carencia.

No pasa porque el amo sometedor, juegue al esclavo cómo en la canción de la mítica banda de rock “Patricio rey y los redonditos de ricota”, dado que obrando de esta manera, existe conciencia y perversidad al esconderse en el antagonista, en reconocerlo a ese otro, desde la rivalidad de supuestamente representar, o tutelar también sus intereses.

En la indiferencia, el patronímico primigenio que coarta la libertad humana en nombre de garantizarla, despliega a millares de centuriones que van por el cometido de negar la existencia de quiénes osen pensar, cuestionar las cosas dadas o simplemente preguntar sin pedir permisos o concesiones.

El orden establecido que se sostiene en la pobreza conceptual de cada uno de sus integrantes que no se plantean el vivenciar la experiencia plena de la humanidad, riega cual vergel destinado al ocio distractivo a la jauría de cancerberos, que privados de la posibilidad de advertir la presencia de los otros, en lo único que ratifican su existencia es en su presencia tenebrosa, rendidos a los pies de quiénes los ponen en funciones y les insuflan su razón de ser.

Son los cortesanos de aquel Rey descripto por Andersen, quiénes habiendo perdido la posibilidad de construirse una identidad, a cambio de rasgar las vestiduras oficiales, tienen como objetivo no advertir la presencia de esos otros, que preguntan, pensando la verdadera razón de un ser humano en la tierra, más allá de las funciones que pueda, quiera o pretenda ejercer en el mientras tanto.

Sí existiese algún tipo de continuidad para el cuento del danés, suponiendo que pensó en que su público lector, infantil, pasase al mundo adulto, sin que esto signifique nada más que otro estadio, podríamos arriesgar que el rey, no se da cuenta que va desnudo, sino en todo caso, que todos, el resto, están desnudos y por ende, posiblemente, tal vez él.

El mejor combustible, dinamizador de la experiencia repetitiva y maquinal que practican los centuriones, desangelados y coartados en su posibilidad de ser, es el que obtienen mediante el poder, fáctico, concreto, real, de suponer que están tomando decisiones y que con tales discrecionalidades le modifican la vida a todos los que a ellos se les antoje, salvo a los que cuestionan tal supuesto poder o posibilidad, a estos lo destierran, tratándolos con indiferencia.

Cada vez, cada instancia en cada oportunidad, en que uno de estos centuriones, que estos lisonjeros del incuestionado poder, en el que reposan sus supuestas seguridades, no otorgan una firma, un derecho, un recurso, una posibilidad, a alguien que con su simple proceder u obrar, es decir con el sencillo vivir, demuestran que puede existir otra manera de ser en el mundo, temen el realizar tal cometido, para no verse desnudos, desolados y descarnados con sus propias pieles, con sus órganos, con sus genitales al viento, de los que tampoco deben estar ni conformes ni seguros, porque carecen, de valor, para tomar del destino de sus propias demostrar, y con ello, experimentar con profundidad lo que ofrece la condición humana.

 

Por Francisco Tomás González Cabañas-   

 

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