Viernes 29 de Marzo de 2024

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  • 20º

ANÁLISIS

25 de junio de 2017

El prestigio como valor en la política.

“Los políticos Griegos que vivían en un gobierno popular, no reconocían más fuerza para sostenerlo que la virtud. Los políticos de hoy no nos hablan más que de fábricas, de comercio, de finanzas, de riquezas e incluso de lujo. Cuando la virtud deja de existir, la ambición entra en los corazones capaces de recibirla y la codicia se apodera de todos los demás. Los deseos cambian de objeto: lo que antes se amaba, ya no se ama; si se era libre con las leyes, ahora se quiere ser libre contra ellas; cada ciudadano es como un esclavo escapando de la casa de su amo; se llama rigor a lo que era máxima; se llama estorbo a lo que era regla; se llama temor a lo que era atención. Se llama avaricia a la frugalidad y no al deseo de poseer. Antes, los bienes de los particulares constituían el tesoro público, pero en cuanto la virtud se pierde, el tesoro público se convierte en patrimonio de los particulares. La república es un despojo y su fuerza ya no es más que el poder de algunos ciudadanos y la licencia de todos” (Del Espíritu de las Leyes, Montesquieu).

Se sabe que son pocos los políticos, que leen y de esos pocos, que además le dan valor a la lectura. Además del Gobernador, como actor protagónico y estelar, que se acendra en su conocimiento intuitivo, en su pasta natural y  en la capacidad que posee para decodificar las necesidades materiales como espirituales de los hombres y mujeres que conduce, el resto de sus socios, como de sus adversarios, no han encontrado un aspecto duro, conceptual, en donde obtener energía o valor de la política.

Destruida, acabada, terminada la lógica de partidos, que explica porque en Corrientes funciona el sistema de 40 expresiones provinciales, por mas que terminen aglutinadas luego, casi en mitades iguales en dos grandes frentes, lo cierto es que ya no es un valor en sí mismo, declararse peronista, radical, autonomista o liberal. Esta implosión de la política, desde su perspectiva de lo identitario, llevó a que se consigne el valor del político, por su resultante, es decir por lo que produzca, genere o tenga.

Surgió entonces, el reinado de los outsiders, de los exitosos, de los notorios, provenientes de otro campo, sobre todo de la música y el deporte. Cabe consignar, que bien podría confundirse, de hecho se confundió, el valor del exitoso, del ganador, del famoso, con el valor del esforzado, del prestigioso, del virtuoso. Aquellos ídolos de pies de barro, que pudieron haber forjado cierto cúmulo de victorias a mostrar ante la sociedad, mediante un cancionero, por el viento a favor en un recital consagratorio, por ese mismo viento que los llevó en una tabla a un medallero o que les dio la diferencia para que la patada justa impactara en la batalla por el oro, no deja de ser precisamente eso, un viento que por más que empuje cierta dedicación detrás de ello, no deja de ser una dedicación a actividades que muy poco tienen que ver con la política o con el servicio social o comunitario. Aquí está la gran diferencia entre el exitoso, el famoso, con el virtuoso o el prestigioso. El primero, obtiene su capital, casi sin buscarlo, por una suerte de “serendipia”, claro que arranca, que parte desde un principio individual, egoísta, el de hacerse camino mediante el desarrollo de una capacidad o talento, más allá de que este contribuya o no a su sociedad de la que es parte. Músico, deportista, actor, comunicador, con nombres y apellidos puestos, han sido y son la expresión de esto mismo, que difícilmente logren aunar, construir o forjar un colectivo, por el que puedan trabajar política o socialmente. Tienen cierto predicamento o acompañamiento, dado que reflejan en varios otros, egoístas como ellos, que pueden ser exitosos o notables, pero no logran constituir un conjunto de intereses que administre contradicciones, es decir no logran transformarse en los hacedores de una comunidad de la que puedan liderar, coordinar, administrar o gobernar.

Son mediáticos, se repiten una y otra vez en sus logros anteriores (no políticos) y hasta se presentan como exigentes ante esa comunidad a la que creen haberle entregado algo valioso (una medalla, un canto, una estrofa) y le reclaman por ello, todo o casi todo, es decir que le cedan el manejo de lo público, por un viento de cola que acompaño a sus respectivos esfuerzos individuales.

Pero la política es otra cosa, o algo más que haber triunfado en una carrera deportiva o en un camino actoral.

Esto mismo es lo que está ocurriendo en estos momentos en Corrientes con respecto al crecimiento o el ascenso político, del líder de Eli, Perucho Cassani dentro de la fuerza gobernante. Después del gobernador, que más allá de que no tenga reelección, es el alma mater de la política local, encontró un valor, clásico, tradicional en la política, que lenta y progresivamente está poniendo en juego. Independientemente de la opinión que pueda usted tener en relación al líder de las hormigas, lo cierto es que esto además de ser una novedad es un valor en sí mismo para la correntinidad.

Que el prestigio, que la capacidad puesta a prueba, que el trabajo cotidiano, y por sobre todo, que se haga lo que se haga, tenga que ver con el colectivo, con lo social, con lo público, es precisamente la gran diferencia (casi en términos Deleuzianos) con respecto a los exitosos, a los famositos de pies barros que como si fuera poco, ya están cumpliendo su ciclo de novedad en la política, transformándose en lo viejo, con respecto a lo nuevo que trae consigo el valorar la virtud.

No por casualidad, desde el Liberalismo moderno, se impulsa la candidatura de dos médicos (uno ya es vice intendente electo de la capital), que cuentan en sus espaldas con  este trabajo cotidiano de haberse granjeado sus logros en el minuto a minuto de resolver cientos o miles de vidas en quirófanos de urgencia. La contribución con la comunidad, como todos los médicos, es palmaria, no precisa de gacetillas de prensa que sostengan sus logros, no se trata de una canción que alimente una borrachera, o de una medalla lejana que nos haga cantar con mayor emoción el himno, estamos ante la incorporación de un valor en sí mismo para la política, que como expresamos, ya lo consignaron autores clásicos como Montesquieu, que como si fuese poco lo toma de los Griegos, que son los responsables primarios de lo democrático.

El valor de la arete, es precisamente lo que priorizaban los Griegos para el desarrollo de su comunidad, un concepto que aún no tiene una traducción exacta, pues tal vez, lo hemos desvirtuado con el tiempo, mediante atajos, caminos, senderos en donde nos tropezamos con los ídolos falsos de pies de barro que nos mostraron sus éxitos fugaces pendientes de colas de viento.

La política debe ser prestigiada, mediante el ingreso de hombres prestigiosos en ella, que no necesariamente o exclusivamente provengan del campo tradicional de la medicina, pero tampoco es un mal comienzo, que empecemos a curarnos, mediante fórmulas certeras, del embrujo, del gualicho en que hemos caído con tantos falsos profetas que lo único que nos prometen es sueños que no se sostienen en nada más que en una fantasía onírica que lo único de real que pueden tener es que más temprano que tarde despertemos de ella como en una pesadilla.  

 

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