Jueves 28 de Marzo de 2024

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  • 20º

ANÁLISIS

18 de mayo de 2017

Curatore democraticum.

La figura del superintendente, o la simbiosis entre curador y tutelador que brindo el derecho romano, para quiénes estaban afectos de enfermedades mentales, continúa como concepto jurídico en el marco normativo occidental, como la figura de la curatela, que se extiende a los emancipados cuyos padres han fallecido o a los pródigos (los que dilapidan su patrimonio desconociendo sus obligaciones familiares) en el mundo civil. En el ámbito político, el sistema instituido por la política que se escindió, se sectorizó en clase, en círculo, en mesa chica, precisa de una curatela, de una administración que vaya por encima de las manifiestas, probadas y contundentes muestras de incapacidad y/o desfasaje con la realidad que padecen, sometiendo, a la población toda a insufribles e indignos niveles de marginalidad, de pobreza, de falta de posibilidades de desarrollo y a contrario sensu, exhiben para ellos, para su clase que han instituido, privilegios, acumulación de bienes, ostentación de los mismos, en la flagrancia de una criminalidad que continúa en el tiempo y que no cesará, se extinguirá, ni irrumpirá a menos que esto se ponga en evidencia y en la posibilidad concreta de que se lo caracterice, jurídica, filosófica y políticamente.

Cualquiera de los casos que señala el ámbito civil para que se designe un curador, es asignable para nuestros colectivos democráticos occidentales. Tanto ser considerados como infantes (por la falta de tiempo de sedimentación conceptual como vivencial de lo democrático en la mayoría de los países que prevalece desde no hace más de 30 o 40 años en forma ininterrumpida), o alienados en cuanto a continuar eligiendo (en verdad optando, condicionados) a los mismos (pese a que varíen en partidos, colores o supuestas manifestaciones de que harán algo distinto a lo que vienen haciendo con la cosa pública) que recurrentemente han probado, y nos los siguen probando, de que son incapaces de hecho, para brindarnos la posibilidad de tener una comunidad mejor en cuanto a índices básicos de niveles de vida o posibilidad de que las mismas mejoren en algo en sus proverbiales falencias que condenan a bolsones extensos de habitantes a intentar sobrevivir en los márgenes de la humanidad.

La contundencia de los números más que inobjetable es pornográfica. En pocos, escasos, por no decir en casi ninguna comunidad que haya experimentado la intensidad de la democracia tal como la conocemos, se pueden esgrimir resultantes, sobre todo sociales, que sean tolerables, aceptables o conducentes con un sistema tal como nos lo venden, o como nos lo presentan.

Sin duda que a nivel teórico,  y sobre todo, en lo que respecta a que ciertos privilegiiados, en un segundo orden, como los que pudimos habernos alimentado como para que se nos genere sinapsis neuronal, y subsiguientemente podamos estampar en un procesador, palabras como estas, sin que tengamos a nadie, en forma fehaciente o real, detrás de la nuca, amenazándonos (de todas maneras ocurre y sobre todo con periodistas como el caso de México) para terminar con nuestras vidas por lo que expresamos, no puede constituirse, esta libertad, ganado por todos, como la excusa, la razón, de precisa y paradojalmente, la sinrazón, la sinverguenzeria, la pillería de esta clase polítooca, que ya alienada por constituirse en clase, nos pretende, no conforme con haber alambrado el circuito social, mansa, obediente, o esclava de sus irreales, cuando no enfermizos, caprichos, destinados a saciar la voracidad de sus egos inconmensurables.

La prueba evidente de la enajenación de la que padecen, y por ende nos hacen padecer, en el campo político, es que todos y cada uno de los que han participado en la administración de la cosa pública, vía representación electoral, creen, consideran y están convencidos, de que manejaron, como si fuese algo propio la voluntad circunstancial, de un electorado que probablemente, siquiera ha tenido la posibilidad de elegir (las calidades de nuestras democracias en donde los niveles de pobreza, generan el mercantilismo electoral, festivales de dádiva, prebenda, la obligatoriedad del voto, la falta de democracias internas en los partidos o la institución de estos como coto de caza, como círculos cerrados en donde se ocluye por ejemplo la posibilidad de que ciudadanos sin partido  se presenten a la arena electoral) sino que fue impelido a optar, resultando engañados en cuanto a que la calidad de vida de las mayorías resultaría modificada para bien o para mejor.

Sea por acción u omisión, es decir por la perversión de tener plena consciencia de que se está haciendo un mal (mentir, engañar, prometer, falsear o forzar una posibilidad, llevarla al extremo de que podría resultar escondiendo la mínima posibilidad de que ello sea así) para obtener un bien personal o faccioso, o por la incapacidad de poder verlo, de entenderlo, de comprenderlo (quiénes aun románticamente pueden creer que el problema está en el otro político, en el partido de enfrente, en la mano izquierda o derecha, en el viejo o en el nuevo, en las calles o la banca, en el de arriba o de abajo y todas las antinomias perimidas) que el verdadero problema es el circuito instaurado, las reglas de juego que diseñan un escenario psiquiátrico, que precisa de la cordura, o la oxigenación de nuevos aires que planteen formas más inclusivas, incluyentes, democráticas.

Esta curatela, que en la figura civil se corresponde con un administrador, con un sujeto que ejerza el imperio de la normalidad, en el campo político, debe ser establecida mediante dos formulismos que hemos trabajado por separado desde hace tiempo.

Uno de ellos es el llamado voto compensatorio. Este es un instrumento electoral que establece que el sujeto histórico de lo democrático debe ser el pobre, para ello, su traducibilidad, es precisamente que el sufragio de quiénes estén sometidos a la pobreza, por la política o sus políticos, valdrá por cinco o cinco veces lo que valga el voto de quién no esté en situación de pobreza. Las referencias profusas, tenemos un libro escrito con esta propuesta, extensas pueden ser localizadas en cualquier buscador tipeando voto compensatorio.

El segundo instrumento es dentro del poder legislativo, el agregado de otra cámara, donde hayan dos será la tercera, donde exista una, la segunda, en donde sus integrantes serán preseleccionados desde un registro ciudadano (que se anotarán al mismo por mera voluntad), por los legisladores ya existentes y tras la lista fehaciente, de quiénes no sean familiares directos de políticos en ejercicio ni estén afiliados o participen de partidos políticos, se realizará un sorteo, para el cometido (como en la antigua Grecia) de que la representación, signifique, precisamente lo que es; una carga pública, circunstancial, y comunitaria. También podrán encontrar mayores referencias bajo el sintagma; Dipunadores.

Desterrar los conceptos, absolutistas y autoritarios que poseen los políticos y su dama ultrajada, la política, de creer que les debemos agradecer la libertad de poder decir las cosas, de pensar y mostrar lo que pensamos (más allá de que cuenten ellos con la impunidad de maltratarnos, someternos a escarnio, a la agresión, a la discriminación, al ninguneo, a la vara disciplinar mediante los medios que controlan y las academias que galvanizan con fuego académico sagrado sus perversas reglas) y que no tengamos nada para decirles, cuando nos enrostran sus logros, sus gestiones, sus realizaciones, que son meras instrumentaciones de lo que les corresponde, de los que están obligados a realizar, cuando no, travestir sus bienes obtenidos por el manejo de la cosa pública, cómo si lo hubieran logrado en una cosecha sacrificial, en cualquier actividad privada, y la hicieron con nuestros recursos, con nuestro peculio, subvirtiendo la relación de mando y obediencia, transgrediendo las reglas sagradas de lo democrático, es sin duda son elementos incontrastables de que no están en condiciones de gobernarnos bajo estas reglas desquiciadas, como tampoco nosotros podemos subsanar esta situación, mediante el mero ejercicio, o el sometimiento a estas reglas enfermizas, que además nos reservan el sitial más desfavorable.

La curatela democrática es el instaurar otras reglas o modificarlas, sean las presentadas desde este humilde lugar, como tantas otras que se estén trabajando, que estén circulando o que usted tenga en mente, todo puede y debe ser evaluado, de lo contrario el pasaje al acto, de la locura total y completa, la suelta de los últimos reductos de razonabilidad a los que está atado el contrato social, están al borde del despedazamiento y de su ruptura definitiva.

     

  

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