Jueves 28 de Marzo de 2024

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  • 20º

ANÁLISIS

17 de abril de 2017

Esperar hasta después de las elecciones a Intendente de la Capital.

Culturalmente, los ciudadanos de Corrientes, hemos sido entronizados, entre tantas conceptos con el de la “Espera” que se confunde con esperanza, y de allí, que siempre, deleguemos nuestras responsabilidades (sea hasta incluso de protestas o de reclamo a nuestros políticos) para que todo pase mágicamente o que directamente no ocurra, como para organizarnos políticamente en instituciones, como los partidos, que se transformaron en factótums hereditarios, para los popes y su prole, a razón de la espera, de los tiempos del gran elector, para que defina, la forma y el contenido de las campañas (acuerdos posibles mediante, con el actual intendente de la capital que en caso de ser reelecto, actuaría, “de brazos caídos” para la elección a gobernador) con el uso estructural de la resignación, de la esperanza y del silencio, prudencial, y oficioso en los campos del poder, que sólo son para el libre albedrio de unos pocos entendidos. El delfìn y con ello, la campaña recién sería dada a conocer el lunes posterior a que la capital tenga jefe comunal electo por otro período.

Una de las armas más eficaces y contundentes que utiliza el régimen, para aniquilar las expectativas y los deseos republicanos, y de tal forma, seguir reinando en los amplios campos del vasallaje, consiste en postergar, aletargar y adormecer a la plebe y sus ambiciones.

 

Los sectores menos pudientes y más empobrecidos, incorporaron a tal punto este mensaje, que ellos mismos, cuando son visitados por diferentes políticos en busca de votos (obviamente en turnos electorales) lo que reclaman, en muchos casos, imploran, es un futuro para su descendencia, para sus hijos. Han asimilado, cruelmente, que ellos mismos ya no tienen posibilidad alguna de salir de la condición de pobreza extrema, donde nacieron y morirán (en tiempos de redes sociales es asombroso ver, como eximios políticos suben las fotos en casas-rancho, dando en el nombre y apellido del titular de la misma, destacando que hace décadas pertenece al partido, de hecho en las fotos el rancho está adornado con las fotos del candidato, y ni siquiera se preguntan con culpa, cual es el sentido que ese pobre don nadie siga perteneciendo por largos años a un mismo partido que no le permite salir de la pobreza, pero si le permite al político seguir en cargos representativos).

                                                       

Los sectores medios que participan en política, aquellos que engordan los números de la plantilla del empleo público y que se constituyen en los multitudinarios ejércitos de los partidos políticos, aprendieron, tras años y años de espera, que la única manera de progresar, ascender social y políticamente, consiste en rendir pleitesía eterna a sus respectivos jefes, aguardando la llamada divina, que lápiz mediante, premie tanta adulación, lisonja y claudicación, para seguir obedeciendo, desde algún cargo, obcecadamente a sus hacedores.

 

Los sectores medios que no participan directamente en política, profesionales, comerciantes, productores, medios periodísticos, saben que el mejor negocio se encuentra en arreglar con el régimen, aguardando las mejores condiciones (la candidatura de algún conocido o amigo), para finalmente, llegar a la espera final, de una dádiva o prebenda, para engordar, astronómicamente, las ganancias .    

 

La sociedad en general, confunde la espera perniciosa, que culturalmente alimenta él régimen, con la esperanza. El hombre que aguarda de la virgen o del gauchito el ansiado trabajo, en vez de ir a buscarlo. La mujer que aguarda mediante el gualicho que su marido deje de serle infiel, en vez de plantear directamente el tema. El joven que aguarda la muerte de sus padres, cómo para tener una casa propia, en vez de trabajar vigorosamente para lograr su fin. El adulto mayor, que aguarda, resignadamente que se apiaden de él, en vez de agotar las fuerzas y las energías, como para hacer oír sus reclamos.

 

El chamamé, Pedro Canoero, grafica con perfección taxativa, lo letal y poderosa que resulta el arma de la espera, inoculada en los ciudadanos comunes, recordemos la letra: “Pedro Canoero, todo tu tiempo se ha ido...Sobre la canoa se te fue la vida...Pedro Canoero la esperanza se te iba sobre el agua amanecida. Tu esperanza Pedro al fin no tuvo orillas.”

 

La grandilocuente fuerza del arma de la postergación o de la espera, se encuentra en que se la intenta confundir, ávidamente, con la esperanza.

 

Tener esperanzas no significa esperar nada de nadie, ni siquiera de una divinidad. Porque el creer en algo o en alguien, es un acto de fe o un acto de voluntad, movilizada por una convicción. Pero para creer en ese otro, por más que sea divino, primero hay que creer en uno mismo.

 

La única forma de contrarrestar el poder, que inocula el régimen, mediante la postergación y la espera, es tener esperanzas en nosotros mismos, en lo que hacemos y en lo que dejamos de hacer.

Aquellos que por herencia familiar o política , tocados por la varita de ser amigos de un poderoso de turno, o afortunados por estar en el momento justo con la persona indicada, se mantienen o ingresan, a ese pequeño círculo, cada vez más estrecho y por ello mismo más excitante a pertenecer.

Los conceptos se trastocan, quién pregonó aquello de que trabajando y con sacrificio se logran las cosas, debería ser enjuiciado públicamente, los fiscales de turno deberían iniciar causas por “instigar al delito” a los que aún se guían por este principio ramplón, que conduce a inequidades tales como, victorias morales o tranquilidad espiritual.

Toda esa literatura débil, tendría que ser enajenada de la biblioteca universal, o al menos situada, correspondientemente al sector de ciencia ficción, a un mundo paralelo, dado que  la misma, fácilmente se propaga en la institucionalidad educativa, a los efectos, sospecho, de desalentar a las futuras generaciones a modificar lo establecido, que beneficia a los pocos que pertrechados, de los conceptos fundamentales y sus mecanismos (es decir, imprentas, sistemas de información, etc) se nutren de miles de educandos que intentarán vanamente aplicar un código en un afuera que lo tiene como una simple fábula exótica.

Sin ánimo de plantear cambios, al tan modificado sistema educativo, en determinados establecimientos escolares, sobre todo, aquellos donde asisten los borregos de la clase dirigente, la materia principal, debería ser el recreo, para que entre los pares, vayan consolidando una amistad por intereses, que en un futuro siga conservando lo establecido, los hijos de un empresario, de un político, de un miembro del poder judicial, muy difícilmente, vayan a desertar de sus destinos heráldicos, y necesariamente, el precedente de cambiar figuritas, se transformará con el tiempo, en cambiar billetes, poder, etc.

Para los que ganan moralmente la batalla, los exitosos del espíritu, quedará el aglutinarse para ver como pintan la escuela, como la mejoran, la foto con el gobernador, con el intendente, y ahí sí aplicar el concepto de un afuera idílico, que plantea oportunidades, que uno progresa, sí logra superarse por intermedio de los textos de los enciclopedistas. No vaya a ser cosa, que los choznos, nietos e hijos de pobres, en un determinada generación, se den cuenta, que todo es un engaño del sistema, para que no se junten, para que no construyan lazos colectivos, que los pongan a pensar como modificar el statuo quo, que los mantiene, como condición necesaria y suficiente, al margen, para que exista el círculo. Ya que estamos con lo educativo, en matemática básica, sí trazamos un rectángulo, lo que está por fuera del trazo, es necesario e indispensable, para que exista el rectángulo, sin ir más lejos y continuando con la matemática, no existen números, son elucubraciones sociales, son postulados de un sistema que nos ordena, como el matrimonio, que hasta hace poco, sólo era para personas de sexos diferentes, un convencionalismo, ganado, a sangre, fuego, hambre y votos. Para concluir el ejemplo de los niños que no serán parte de las decisiones, pero si por los que supuestamente se toman las decisiones, el recreo tiene que ser muy corto, no vaya a ser cosa, que un futuro, los que hoy juegan a las figuritas, mañana jueguen a la revolución.

Lástima que la ciencia aún no haya arribado a concebir la pastilla que libere a nuestra clase dirigente de la culpa, lástima que la psicología no le encuentre solución sino simplemente tratamiento. En este hiato histérico, radica el gris, mediante el cuál, un discurso político, es necesariamente, casi por definición, mentiroso.

Puede existir una vocación, básicamente culposa, de resolver los problemas de la gente más necesitada, al tratar de materializarla, los problemas se agolpan. Los recursos no alcanzan, no puede haber generación de los mismos, para que alcancen, sino no se modifica el sistema, y ante tal situación el político, se encuentra que no es más que un títere que sólo ejecuta órdenes de un sistema preestablecido, pero claro, el político, también por definición, y más que nada porque también fue educado con la fábula que cobija la esperanza, puede creer que con simples variaciones (párrafo arriba no por casualidad comentábamos la modificación del código civil en relación al matrimonio)y con tiempo, las cosas cambiarán. En él mientras tanto, que en realidad después se descubre como eterno, sólo le puede resolver los problemas a sus más allegados, a sus amigos, a sus parientes, a sus compañeros o correligionarios de batallas.

El sistema es tan perfecto, que todos somos sus más conspicuos defensores, incluso sin darnos cuenta, este mismo texto, es una acérrima defensa del mismo pue si seguimos en la espera esperanzada, nos sucederá lo de Pedro en la canoa. Esperaremos que nos digan que temas hablar, esperaremos que formen las listas electorales, los menos pudientes esperarán un futuro para sus hijos, los claudicantes esperarán ser designados, otros esperarán hacer su agosto, y todos seguiríamos esperando.     

Ahora, sí depositamos nuestras esperanzas en nuestras fuerzas y convicciones, podríamos llegar a la orilla, esa a la que nunca pudo llegar el canoero. De tal manera no se nos irá la vida, y el régimen esperará que al menos se lo recuerde.

 

 

 

 

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