Jueves 28 de Marzo de 2024

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  • 20º

POLíTICA

11 de febrero de 2017

La dictadura del hacer, recargada.

Hace tiempo, mucho antes incluso que se lo use como slogan de un determinado gobierno, que venimos insistiendo, con honda preocupación, en señalar a los políticos que a razón de darle prioridad (y de esto trata la tarea principal de un político, fijar prioridades) a la acción pura, al hiperpragmatismo, niegan, desconocen o rechazan la acción que despectivamente llaman de escritorio o connotada con el uso de la intelectualidad. Nadie está en su derecho a determinar, menos si ejerce un rol de gobierno (en uso de las facultades y los poderes públicos) que el pensamiento, en la política, como en el caso de la cosa pública, aleja del contacto, la relación, el vínculo con la gente, imposibilitando a todo aquel que se desarrolle, por intermedio de la facultad humana de abstraer, de hacer política o desempeñarse en la función pública. Así como organismos en defensa de derechos de sectores, denunciaron a un cantante por un piropo mal entonado a una dama (o por una agresión como usted la quiera ver), o un grupo de mujeres, se entetaron, porque otras fueron recriminadas por hacerlo en un playa, estas pruebas contundentes de personas enfiladas en un pensar o en un hacer, filonazi, deberían tener la misma devolución, la misma respuesta, o incluso más contundentes o lapidarias. No debe primar, otra cosa, ni una supuesta elección, ni unidad, ni tácticas, ni estrategias electorales. En nombre de ningún triunfo, de ninguna gloria política, se puede dejar pasar, aceptar, tolerar, que se quiera menoscabar, disminuir y con ello, prohibir, o condicionar, una facultad del ser humano, como la del pensar, para participar en política.

Tal como el “Algo habrán hecho” de la dictadura, o el “No te metás” de los noventa, esta década que transitamos, estampa la hiperactividad del funcionariado que somete ideológica y políticamente a empleados y militantes por igual, haciéndoles creer que transforman la realidad profunda, repartiendo preservativos como si fuesen derechos e inscribiendo a beneficios temporales como si fuesen conquistas sociales, apotegmas de un período televisivo, en donde todo está guionado (haciendo uso inteligente de las debilidades del colectivo social) , para que nadie maneje precisamente esa lapicera desde donde se escriben los relatos del poder. Ni siquiera el debate se detuvo entre los que hacían, es decir los nuevos revolucionarios, o los políticos recuperando el poder, o el retorno de los empresarios o del poder por sobre la política (esta es la pseudo-discusión que idiotiza a las mayorías ilustradas de nuestra contemporaneidad), cuando el verdad el problema radica en ese hacer idiotizante, en esa necesidad de no asumir nuestra condición de humanos, a los que no necesariamente debemos estar impelidos a esa acción que nos detiene en el pensamiento, en el desarrollo de nuestra libertad y de nuestro ser, y no hacer en el mundo. La necesidad de la perspectiva filosófica en la política.

 

En estos tiempos de instantaneidad, donde el mensaje ya murió al momento de ser emitido por la velocidad de los canales por donde transita (redes sociales, etc. ), la política, o mejor dicho los guionistas de estos tiempos, que manejan como títeres a muchos de los mamelucos que se sientan en los sillones del poder supuesto, precisan de la reiteración de la acción, por eso los ponen a esos pinches, a los fanáticos del hacer, a los cabezas huecas que deleznan del pensamiento, a los que no preguntan, pero hacen, aprovechando, claro está, patrones culturales que nos son propios como comunidad, y que nos generan que percibamos positivamente lo que en verdad no es.

 

Mucho se dice, luego de los ´90 que un político “supuestamente hace”, pero ¿Qué significa este hacer? ¿Ejecutar su función de empleado del estado?, aplicar un plan nacional, recorrer el interior o entregar cosas a una institución pública, en el mejor de los casos. Eso sería para estos “fenómenos” la actividad loable de un político de estos tiempos. Nada de hablar, de proponer, de discutir, mucho menos pensar. Político es llegar a un cargo, ni siquiera electivo, más allá del cómo (por lo general arrastrándose y esperando la designación de un “amigo que este arriba”) para luego “transpirar la camiseta (con un jugosos sueldo, claro está)” y enviar a la prensa “amiga” el parte que transforma la “acción” del político en un reverdecer de estos nuevos “Perones” que nada harían sí no tuvieran ese acceso burocrático en la función pública. Muy raro este concepto de la política y el político, que no permite el pensar, el desarrollo de las convicciones y de la ideología, concepto neoliberal y conservador, que sólo ofrece “la política” a un puñado de tipos metidos en el “status quo”, que encima algunos perversos, se dicen combatirlo.

“Las tradiciones  carecen de poder, pero la cultura también. No puede decirse que los individuos estén privados de conocimiento: cabe afirmar, por el contrario, que en Occidente, y por primera vez en la historia, el patrimonio espiritual de la humanidad esta integra e inmediatamente disponible. La empresa artesanal de los enciclopedistas ha sido sustituida por los libros de bolsillo, los videocasetes y los bancos de datos, y ya no existe obstáculo material para la difusión de las Luces. Ahora bien en el preciso momento en que la técnica, a través de la televisión y de los ordenadores, parece capaz de hacer que todos los saberes penetren en todos los hogares, la lógica del consumo destruye la cultura. La palabra persiste pero vaciada de cualquier idea de información, abertura del mundo y de cuidado del alma. Actualmente lo que rige la vida espiritual es el principio del placer, forma postmoderna del interés privado. Ya no se trata de convertir a los hombres en sujetos autónomos, sino de satisfacer sus deseos inmediatos, de divertirles al menor coste posible. El individuo postmoderno, conglomerado desenvuelto de necesidades pasajeras y aleatorias, ha olvidado que la libertad era otra cosa que la potestad de cambiar de cadenas, y la propia cultura algo más que una pulsión satisfecha”. (La derrota del pensamiento. Pág. 128. Alain Fienkelkraut).

 

Empoderar a la cultura es en definitiva dotar de sentido a las manifestaciones de los individuos en una comunidad y poder hacerlas converger en su abanico de diferencias, lo cultural se define en la defensa irrestricta de la libertad del hombre, algo tan sencillo y complejo a la vez para esta tardomodernidad que aún cree que los problemas más importantes que tiene son de índole económico-financiero, cuando el sistema de referencias y de representatividad del político ante la gente, como la del dinero en relación a cubrir necesidades o brindar placer, caen sin atributos ante el hombre y su condena irresuelta por navegar con tranquilidad en el mar de incertidumbre en el que lo sorprendió la existencia.

 

 

La condena de buscar respuestas donde no las hay (las filosóficas) es un encadenamiento eterno, el no arribar a una libertad absoluta, no significa que tengamos que abandonar una causa que viene con nuestra naturaleza, por más que la dictadura del hacer, nos someta a creer que sólo somos seres destinados a plantear desdichas sin objetivos prácticos…que muchos agarren una pala, merced a que pocos gestionan la pala, no significa que algunos se pregunten, ¿para que se agarra la pala o para que uno responde a la pregunta maquinal de la red social de que es lo sé está pensando, o que se está haciendo, como si fuésemos un vano producto condenado al hacer estupidizante que niega nuestras facultades más auténticas como el pensar?

Sí nadie se pone a pensar para que se agarra un pala, no faltará quién (de aquí que el nazismo, en verdad no sólo haya existido antes y existirá aún después) crea, sienta, en ese contacto permanente, en ese calor de estar todo el día con el otro que la pala sirve también para pegarle en la cabeza a quién se le ocurra decir, que no sólo se necesitan palas, sino y por sobre todo, ponerse a pensar qué y cómo hacer con ellas.     

 

 

 

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