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  • 20º

ANÁLISIS

6 de enero de 2017

De la Democracia Deliberativa a la Democracia Desiderativa.

En los frecuentes análisis y estudios, que desde distintos campos y saberes se realizan, acerca de la democracia, tanto como objeto social, como sujeto colectivo que nos envuelve y define, uno de los menos frecuentados por los distintos especialistas, y con ello, menos difundido por los medios de comunicación, es el de la democracia deliberativa. Sí bien la misma, surge como complementariedad de la democracia representativa clásica y de acuerdo a sus más notables investigadores, induce a un retorno a las primeras fuentes (las griegas) o nos dirige a las experiencias democráticas más concelebradas (cantones suizos), de todas maneras, en cierta medida, va al choque o a la confrontación con el sistema de mayorías, claro y nato, en que no pocas veces se reduce a la democracia representativa tradicional (o incluso sus variaciones, las que por ejemplo, destacan, promueven o avalan la confrontación democrática, siempre por instauración de mayorías, o las que alientan, una lógica más consensual o de relación dialéctica, que más temprano que tarde se define en sus contradicciones por una síntesis sometida a voto). Autores como Habermas, Rawls y Nino, son paradigmáticos de este resumen de constructivismo epistemológico como lo llamo el jurista Argentino (file:///C:/Users/Notebook/Downloads/nino-carlos-santiago-0.pdf ), que apunta a una suerte de dotación de valores, de recarga de conceptos (con la finalidad de que esto, transformará para bien a la sociedad), a la simple ratificatoria estipulada por voto, obligatorio o condicionado, en la que para muchos ha caído, por peso propio o empujada por la inoperancia de su clase dirigente, la democracia representativa de nuestros últimos tiempos. Sin embargo y más allá de ampliar los conceptos de tan interesante propuesta, lo más destacable, sin duda, es el nuevo esfuerzo, por dotar a un sistema que nos tiene cautivos, encantados, seducidos, sometidos, como abrevados y sintetizados, bajo su único poder, casi omnímodo como omnisciente; su valor desiderativo.

Postulados, sostenidos por fragores argumentales y por extensos campos de conceptos explicados, caerán, finalmente, en el ámbito emocional, en donde impacta de lleno, la fuerza contundentes de lo democrático, la expectativa que genera en todos y cada uno de las que la vivencian, pese a que la estén padeciendo (esta es la explicación, porque sobre sobre todo los sectores marginales, pobres y desahuciados no demuestren su rechazo a lo que objetiva como diariamente los perjudica como lo democrático) tiene como única razón que la democracia en definitiva es ni más ni menos que una cuestión de fe, un dogma que se defiende más que con el corazón, con el deseo (promovido, tal vez, psicológicamente por una pulsión de vida) de que todo vaya bien o mejor.

Sin embargo, la democracia deliberativa, que acusa a los que no abonan en tales consideraciones, en condenarla a cierta indiferencia comunicacional como académica, merecería ser aún más desarrollada, por quiénes se dedican a trabajarla o estudiarla:

“La visión de democracia deliberativa que promulgamos, la que en parte se construye a partir de Habermas y se complementa con la doctrina de Nino, se define como el conjunto de axiomas, principios y reglas que rigen y delinean el proceso por medio del cual un grupo de personas libres, iguales y racionales participan de manera imparcial en la toma colectiva de las decisiones que habrán de afectarles, previo el desarrollo de un proceso argumentativo llevado a cabo en un foro público institucionalizado o no, provisto de una adecuada y suficiente información y limitado por un marco temporal no definitivo...La democracia deliberativa necesita para su funcionamiento de la participación activa de todos los ciudadanos en la toma de las decisiones que habrán de afectarles; sin embargo difiere de esta forma de democracia en que la participación ciudadana es un elemento necesario, más no suficiente para su puesta en marcha. De tal manera, que es imprescindible para la democracia deliberativa que el ciudadano no solamente manifieste su voluntad mediante el voto directo, el referéndum o la revocatoria del mandato, sino que exprese públicamente y con anterioridad al momento de la toma de decisiones, los motivos por los cuales adopta una determinada decisión política, argumentando concienzudamente frente a los demás conciudadanos y replicando a las justificaciones dadas por los otros en un foro público al que asiste en condiciones de libertad e igualdad…La democracia deliberativa, se encamina también a tornar más deliberativos y racionales los espacios institucionales para la toma de decisiones, como propugna por crear nuevos escenarios para la discusión y el debate, al tiempo que pretende sustentar la toma de decisiones gubernamentales en las necesidades y soluciones surgidas a partir de las deliberaciones adelantadas de manera no institucional por los ciudadanos colectivamente organizados” (Yebrail, Haddad Linero, La democracia deliberativa. Perspectiva crítica).

Carlos Santiago Nino, parte de dos supuestos, en donde uno, el correcto o el indicado, es según el autor de donde debe partir la democracia deliberativa, para construirla desde tal base.

Existen dos tipos de teorías democráticas: La primera es donde los intereses de las personas son inalterables y la democracia tiene como función una solución al conflicto de intereses. La regla de la mayoría juega el papel de sacrificar (en el nombre de la solución de conflictos) los intereses personales.  En la segunda de las teorías, y la correcta o acertada es que los intereses de las personas pueden ser transformados y la función de la democracia es transformar dichos intereses con base en valores morales o principios justificatorios últimos.  La regla de la mayoría no sacrifica sino que transforma los intereses.

Las críticas que se realizan a la dimensión de la democracia deliberativa, están en sintonía, a la confrontación o complementariedad, de la que precisamente surge esta, es decir, que le responden, desde una continuidad dialógica en el supuesto debate dado acerca de las posibilidades de lo democrático, aceptando o tomando el postulado o la objeción planteada por lo deliberativo.

Veamos sino la siguiente crítica expresada ya en los propios términos que de desprenden del título del autor Julio Montero “La concepción de la democracia deliberativa de C. Nino: ¿Populismo moral o elitismo epistemológico?”: El rasgo que comparten todas las concepciones de la democracia deliberativa desarrolladas en los últimos años es el de rechazar la idea de que la vida política se reduce a una mera confrontación entre grupos rivales que persiguen intereses facciosos o sectoriales y el de sostener la necesidad de alcanzar el punto de vista del bien común mediante un debate público en el que todos los ciudadanos tengan el mismo derecho de exponer y defender propuestas surgidas de sus propias necesidades. Puesto que este ideal político requiere que todos los ciudadanos dispongan de las condiciones necesarias para hacer valer sus puntos de vista en pie de igualdad, quienes defienden una concepción de la democracia deliberativa se enfrentan a un serio dilema que puede formularse de este modo: por un lado, en una democracia deliberativa la totalidad de las normas públicas deben ser resultado de una deliberación entre personas iguales orientada a establecer el bien común, pero, por el otro, para que esta deliberación tenga lugar es necesaria la existencia previa de ciertos derechos que regulen la relación entre los ciudadanos, al menos en los aspectos concernientes al debate democrático. Dicho con otras palabras, el problema es que, si en una democracia deliberativa una norma sólo adquiere validez luego de un debate público razonado en el que la totalidad de las cuestiones estén abiertas a la discusión, no se puede explicar la legitimidad de los derechos sobre los que supuestamente se sostiene la deliberación democrática (file:///C:/Users/Notebook/Downloads/la-concepcin-de-la-democracia-deliberativa-de-c-nino--populismo-moral-o-elitismo-epistemolgico-0.pdf )

La democracia, sin embargo, sólo puede ser entendida en los términos expresados como deseo, defendida como una cuestión de fe y sacralizada en su versatilidad de que asimila todo en cuanto lo rechaza. Referencia y diferencia, unicidad y multiplicidad, la inversión de lo metodológico de lo general a lo particular y todo y cada uno de los axiomas, como de las razones fundadas como infundadas que se quieran proponer, caerán rendidas ante la noción desiderativa de lo democrático.

La democracia es expectativa. La democracia no puede ser plenamente concretada, dado que en tal caso se transformaría automáticamente, en un absolutismo totalitario. En nuestra modernidad, el sujeto de la democracia, es el individuo. Así ocurre desde la composición de los contratos sociales, que unificaron todas y cada una de las expectativas de los suscribientes (expresando medularmente lo filosófico, saldando la aporía de lo uno y lo múltiple) en una voluntad mayor o estado, que mediante una representatividad, administra o ejerce ese poder que ha sido previamente legado. Extendiendo y más luego, renovando las expectativas, cada cierto tiempo, llamando a sufragio, a elecciones, a todos y cada uno de los contratistas, para que elijan a quiénes lo representen en la administración de esa cesión de derechos cívicos y políticos.

La democracia debe fundamentarse, o estar fundada, en la condición estadística en la que se circunscriba el individuo. Esto es, asumir la realidad para a partir de ella construir la expectativa que es su razón de ser. De lo contrario, en caso de continuar, generando expectativas ante la mera convocatoria de elecciones, para renovar representantes, la legitimidad del sistema siempre estará riesgosamente en cuestión, pudiendo alguna vez, un grupo de hombres considerar el retorno a algún tipo de absolutismo.

La sujeción de lo democrático a la condición en la que este sumido una determinada cantidad de hombres, garantizará que la expectativa que por regla natural es su razón de ser, no sea siempre una abstracción, sino que este supeditada a un resultado, a un determinado logro, concreto y específico.

Lo democrático no perdería su razón dinámica de generar expectativas, pero la misma no nadaría en el inmenso océano de la abstracción. Al disponer como eje representativo de lo democrático, como sujeto histórico, a la condición en la que está sumido el hombre, y no a su nominalidad estaríamos logrando una modificación sustancial e inusitada. Sin embargo, todo el andamiaje político continuaría con sus estructuras, sea partidocráticas, representadas por el sujeto político. Que deberán eso sí, plantear a la comunidad que pretenden representar, las formas y maneras, de cómo lograran el cometido que les impele la nueva definición de la democracia, es decir bajo qué proyectos y propuestas, lograrán reducir el número de pobres (tal como eje principal) en sus respectivas comunidades, para subsiguientemente proponer en todos y cada uno de los campos, en que el colectivo ciudadano, vea o considere amenazada, su plan de vida (básicamente sus derechos humanos, a educarse, trabajar, divertirse), sus planteos que serán sometidos a la consideración pública en elecciones, tal como hasta ahora, pero con una modificación nodal y sustancial, que es la planteada de cambiar el sujeto de lo democrático, instaurar el voto compensatorio (http://www.editorialrove.com/index.php/biblioteca-menu/no-ficcion/ensayos-menu/1045-redefinicion-del-contrato-social-voto-compensatorio ) y gestar la democracia desiderativa.

 

 

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