No renovas la banca
Y te querés matar. Hasta hubieses preferido que aquellos estudios, que te hicieron, también, temblar la pera, te dieran mal. Porque no renovar la banca, es la muerte civil, la muerte económica, la muerte de las prerrogativas de ese estado al que te acostumbraste a enajenarlo, a vejarlo, tanto silenciosa como inercialmente. Ya nadie te llamara ni estará pendiente de tu humor, por eso esta misiva es para vos, que ya, hasta dejaste de tener nombre propio (quizá nunca lo tuviste, pero recién te estás dando cuenta). Ni siquiera el tiempo te pertenece; porque le podes ganar otra batalla circunstancial a la adicción que te perpetra en el poder, corrompiendo la esencia de lo democrático y de la institucionalidad, por más que tengas a la norma electoral, amparándote, cobijándote, escondiéndote, como el pantalón de tu patrón, ese que te puso y te dio entidad política, social y económica; como te decía, puede que le arrebates a la ciudadanía unos buenos sueldos más, de los jugosos, estrafalarios y suculentos honorarios que te pertenecen por representarlo, pero vos, cada cierre de lista, tenes el Jesús en la boca, la respiración entrecortada, tu vida y por ende tu muerte, pende de esa lapicera, al que le imploras hasta la indignidad que te vuelva a signar, que te brinde la felicidad, ficticia y fugaz de seguir siendo alguien por un puñado de años más.
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