Violado a los 13.
Aún se confunde, o muy pocos se encargan de tratar de aclarar, que la violación no tiene un género perpetrador, más allá de las estadísticas (que como decía Eco es la práctica que diría que 4 personas comen un pollo cada una, hasta en el caso de que una sola coma los cuatro y las restantes tres, miren), la violencia sexual no pasa por el instrumento con la que se lleve a cabo. Una vagina, puede ser tan eficaz, como un pene u otros instrumentos que se usen para señorear, someter, desde una posición ventajosa de poder, por sobre un menor que no tenga poder de decisión, así se trate de su propio cuerpo. El estado, mediante sesgadas facciones de interés, que hoy reclama a los actuales adultos que no cometan actos abusivos, como un piropo descortés o una gestualidad que atente ante lo que otro considere una acción cosificante, es el mismo que permitió, generó e impulsó, apañando, con su indiferencia, que los que fuimos niños algunas décadas atrás hayamos sido creados bajo la impronta de realizarnos lo antes posible, impulsando a que fuéramos, entre tantas barbaridades, víctimas de prostitutas que en aquel entonces, legalizadas y prestigiadas en su oficio, se nos rieran al querer creer que queríamos tener una primera vez con ellas, cuando en verdad estábamos siendo ultrajados. El mismo estado que cerró esas whiskerías que antes reinaban, al oscurecer la ciudad, bajo el guiño, cómplice y sarcástico del adulto, se constituía en la escuela, en donde en vez de la actual impartición de educación sexual, se violaba, sistemáticamente al menor. Un estado, que pese a cambiar, insistimos, por intereses facciosos, su perspectiva en cuanto a la sexualidad pública, concomitantemente, debe escuchar a los que fuimos sus víctimas, por acción u omisión, además de exigirnos, como nos hace, la adaptación a nuevas reglas culturales, que a la velocidad de la luz se plasman en la normativa.
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