Viernes 29 de Marzo de 2024

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  • 20º

ANÁLISIS

26 de abril de 2017

En el nombre de la democracia.

Sí la semántica no fuera tal, nadie dejaría de hacer agua por dimensionar que los partidos políticos en vez de ser pilares fundamentales de la democracia (como lo dice la letra seca de la norma), para los afectados por la inundaciones, previsibles, evitables y afectables en sus responsabilidades a sus gobernantes que para ello se postulan a gobernar (¿o no comprenden que las fotos debajo de la lluvia, sin piloto, no hace más que redundar en la hipocresía de pedir o exigir el aplauso por la obligación, tardía y mal cumplida?) ¿no serían acaso, asociaciones ilícitas, prestas para el expolio y el saqueo? pero claro, como la división de poderes no es tal, sino en verdad es una complementación, y el judicial, es un ariete, el sostén normativo del poder político instituido, los partidos seguirán sin hacer internas, sin debatir los proyectos, siquiera conformarlos y la ciudadanía se seguirá inundando, teniendo en el mejor de los casos, el acompañamiento del oportuno gobernante, mojado y en botas para acercarle la dádiva de emergencia. Y la discursividad presente, como salvavidas para rescatar el naufragio democrático, aún para los que dicen sólo hacer, presentando una y otra excusa, con tal de referenciar en la existencia de los universales, de lo que a todos sucede, de lo inexpugnable, de lo inevitable, de la inconmensurabilidad, haciendo uso del armamento más eficaz, a nivel argumental, de los tiempos feudales del medievo, en donde la navaja de Guillermo de Ockham alumbra como respuesta facciosa a la disputa de poder dentro de una facción. Siglos después la herramienta se desempolva para usarla para lo mismo; facciones de una facción, pretenden salvar a individualidades, con la excusa de que no existen los colectivos o que es imposible trabajar por los mismos.

Uno de los principales objetivos de los filósofos es tratar de encontrar sentido a lo magnánimo de la vida, develar las razones de una caprichosa existencia, hacerla coherente para sí y para los otros, identificar un orden dentro del caos, o profundizar el caos para que tal infierno apacigüe las llagas de lo que muchas veces se presenta como la nada misma.

Guillermo de Ockham (un filósofo medieval), como tantos otros, pero a diferencia de muchos, nació a finales del siglo XIII, en tal momento, no existía mucho margen, como para pensar otra cosa que no fuera que de la inmensa potestad de Dios, provenían las razones más trascendentales como las acciones más nimias de quiénes tuvieran la posibilidad de nombrarlo.  

En la búsqueda intensa de expresar los sentidos que brinden un sistema de razonamiento que nos permita manejarnos con cierta lógica, uno comunica, o al menos lo intenta, esos canales son arterias indispensables, vasos comunicantes, entre la sociedad y sus actores. 

El pensador medieval a quién hacemos referencia, pocas veces ha sido sacado del ostracismo académico, al que lo someten, quiénes consideran, que tanto él, como cientos de sus colegas, sólo pueden dialogar entre sí y los actuales interesados en obtener una licenciatura en filosofía. 

Algo muy similar ocurre fronteras afuera de la ciencia madre, en los ominosos terrenos de la política, no la teórica, sino la práctica, la del día a día, la del poder concreto y efectivo. Sólo quiénes conforman el universo de funcionarios, y de ciudadanos electos por el voto popular (más los amigos de estos), hacen y deshacen, construyen y destruyen la realidad de cada uno de los soberanos. A diferencia de los filósofos, los políticos son comunicados, por tanto, los vasos comunicantes o medios de comunicación, piden, solicitan y reclaman información cotidiana, para cumplir su rol, para dotarse de sentido para sí y para los otros, en esta interrelación, más allá de la obligada comunión de intereses, se forja una costumbre, inamovible, perenne.

La Navaja de Guillermo de Ockham (tal como es sintetizado y metaforizado su pensamiento), tuvo el filo necesario, para en pleno medioevo cortar la unicidad entre razón y fe (huelga aclarar que esto le costó al mencionado ser declarado hereje) mediante un razonamiento que planteaba la inexistencia de los universales (es decir no existían “los hombres”, sino Juan, Pedro, y demás, y las causas vinculantes sólo se podían comprobar mediante la experiencia y no la fe o la razón forzada o barnizada por la fe) pero ha perdido su filo, al quedar preso en ámbitos académicos, en tristes pupitres universitarios destinados a producir en serie, profesores que transmitan apuntes fotocopiados a futuros profesores que eternamente reproduzcan lo mismo.

Nada muy diferente, del secuestro perpetuado en la arena política, hombres y mujeres, que se dicen pertenecer a sendos partidos que defienden determinadas ideologías, son hablados, y no hablan, por los medios de comunicación, tanto porque en su afán de tener poder no se preparan para pensar y construir, sino para reproducir no fotocopias, sino slogan de campañas o gritos del capanga de turno, o porque los medios y muchos de sus hombres, en la prisión del no pensamiento, de la inmediatez del cierre o del subir una nota, en vez de buscar la política en otros lugares, o investigar lo que realmente ocurre (pensar lo que se va a comunicar y no comunicar por inercia o solamente por intereses corporativos), reinciden en la cárcel del político funcionario o representante, que no tiene nada para decir, y mucho por repetir, replicando el vacío, reiterando hasta el hartazgo conceptos vacíos, que necesariamente caen en descalificaciones personales, que a tal altura son producto tanto del político ceba-mate y hueco sin concepto, como del periodista haragán o interesado que sólo pregunta y reproduce por un interés corporativo o de la patronal. 

Entonces, en este sin-sentido, tienen que aparecer los Guillermo de Ockham, los filósofos, no los secuestrados en los pupitres de las universidades, sino quiénes se juegan por pensar, por dotar de una razón a lo que ocurre y en caso de pensarla, sentirla o vivenciarla como algo negativo, tratar de transformarla.

Pero la humanidad en sus conductas, es tan reiterativa, que sí en el Siglo XIII se condenaba a quiénes buscarán otras lógicas a las existentes, en el presente siglo, el pensar la política, desde fuera de un cargo, es patrimonio de loquitos de librepensadores. 

La mayoría de los medios y sus hombres, no publican lo que no entienden, lo que no factura, o lo que es lo mismo, lo que no proviene desde las usinas del poder.

Tenemos políticos que repiten, que no construyen desde los conceptos, sino que articulan desde la lógica del amigo-enemigo, del que obedece y desobedece, hombres de medios que tampoco piensan lo que transmiten y amplifican las repeticiones huecas, haciendo aún más hueca y agravando el sin-sentido, pensadores presos en sus pupitres y una sociedad presa del sueldo estatal, o del gran presidio, donde la mayor condena es no pensar. 

Los loquitos o librepensadores, antes herejes o desaparecidos, no son hablados por los medios y sus hombres, por más que reclamen que se cumpla efectivamente una ley para que las declaraciones juradas sean públicas y no estén presas de un sobre lacrado, o de la sospecha permanente que los políticos son todos delincuentes (la razón práctica por la que no lo hacen los funcionarios, es porque temen ser secuestrados al mostrar cuanto tienen) tampoco tendrán el acompañamiento de los que sólo repiten y se asustan de las iniciativas que no provengan del poder escuálido de conceptos y de sentido y prefieren generar cizaña para que los políticos se acusen de ser oscuros personajes de historietas. 

La Navaja de Guillermo logró cortar un período de pensamiento, inaugurando otro, más allá de sus contratiempos, más allá de que aún hoy uno tenga que escuchar en una misa que un cura párroco, pida por la salud de la hija de un ex gobernante, negándole su identidad (recordar que la navaja de Guillermo consistía en no pensar las generalidades, sino en la individualidad) y mencionándola como la hija de.         

Los medios y sus hombres, tienen la gran posibilidad de pensar cómo y que comunican, extrayendo lo mejor de nuestros políticos (para que a su vez estos nos ofrezcan sus mejores exponentes y no los más conspicuos lugartenientes levantamanos), sacando a los pensadores de las cárceles dogmáticas para comunicar lo que han pensado, integrando a los loquitos y librepensadores a un sistema que los necesita no para perseguirlos, sino para que aporten sus visiones, a los fines de tener una sociedad más justa y ecuánime. 

 

El título del artículo hace referencia al libro de Umberto Eco, llevado al cine “El nombre de la Rosa”, cuyo protagonista “Guillermo de Baskerville” está inspirado en el autor referido “Guillermo de Ockham”.

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