Jueves 28 de Marzo de 2024

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  • 20º

ANÁLISIS

10 de febrero de 2017

Redención democrática.

Tanto en su definición primigenia, o la que deriva de su etimología, la concepción de salvar, o rescatar, es perfectamente atinente a lo que precisa nuestra institucionalidad política occidental. También lo es en su vinculación con la referencia filosófica de la redención. Phillip Mainländer, sostuvo de tal forma su cosmovisión, que sintéticamente postulaba que la muerte de Dios había generado la fragmentación, la multiplicación, la diseminación de la energía existencial, o lo “nuestro” como fenómeno, que inercialmente pretendía retornar a la conformación de ese uno, de esa totalidad, y por la que, esa fuerza inmanejable, actuaría como condicionante, como regidora de nuestras posibilidades de libertad o de elección, generando con ello, sensaciones limitantes, cuando no angustiantes de lo humano. Sí trazamos la metáfora, el traslado de la elaboración del plano individual al colectivo, algo no muy distinto nos sucede en relación a nuestra democracia desde la perspectiva ciudadana. Son muy pocos, por no decir nadie, quiénes sin que tengan un provecho o un beneficio directo del sistema democrático, lo sostengan desde la razón o la emoción. La democracia desde al menos una generación que no genera otra cosa que la idea del mal menor, de la comparación, irracional y esotérica, con tiempos pasados en donde la humanidad ha probado otros tantos sistemas oprobiosos de organizarse, tan semejantes en resultados o peores que el actual, que precisa, imperiosamente de redimirse.

El haber detectado que en el tránsito del tiempo, en el devenir del acontecer, en el sucedáneo de lo cotidiano, tanto la representatividad, como la legitimidad, se dinamitan, se subdividen, infinitesimalmente tal como la partícula elemental, multiplicándose la posibilidad de perspectivas disimiles, que no puedan convergir en acuerdo alguno, en pacto ciudadano sostenible o contrato social que no fuera leonino o incumplible, es sin duda, uno de los frutos actuales que logramos cosechar, en el mismo nivel de certeza en como nos terminaremos de organizar políticamente una vez que redimamos a la democracia que la volvamos a su unidad de sentido, formal como conceptual.

Aquí se vislumbra un obstáculo metodológico, táctico, para arribar a esta finalidad estratégica. La sustentabilidad de esta democracia sin redención, de esta democracia angustiante o incierta, esta acendrada en un perverso juego de presencia-ausencia, que tiene como objetivo el esconder, el velar, aquel principio fundamental de la unidad que se hizo multiplicidad y que por tanto, busca, angustiosamente, volver a ese uno.  Esta suerte de ocultamiento encantado, tiene un propósito, como  aquel señalado a la técnica, para que mediante las reproducciones del ente, olvidemos al ser. A decir  verdad, o mejor expresado, ya investigado por Sigmund Freud, esta manifestación es contundentemente arquetípica.  En su observación que dio en llamar el juego del Fort- Da (En su texto “Más allá del principio de placer”), el padre del psicoanálisis, dio cuenta del proceso de elaboración que nos lleva a fabricar nuestras ausencias, como presencias rotativas, a las que siempre podemos echar mano, simbólicas, fetiches, o sacras, con la consumación de que sean sustitutas de aquellas que se nos han ido, dado que no aceptamos la finalidad en sí misma, el acontecimiento no sucedido, el desamparo de lo incierto, la noche inconclusa, la reacción ante el horror al vacío, o ni más ni menos que esa multiplicación ad infinitum que es la prueba fehaciente de la muerte de dios, entendido este como uno, como totalidad, como principio y fin.

Lo que tenemos como democrático se sostiene en todas y cada una de nuestras ciudades occidentales, gracias a las expresiones peores de lo democrático en nuestros representantes o políticos, que menos representan esa idea, o ese concepto de lo democrático. Esta es la razón fundamental, en este juego, arquetípico, inconsciente, del porqué, tenemos una calidad  democrática de la que nos vivimos quejando, a la que venimos criticando en un in crescendo que parece no tener fin ni finalidad. Mientras la presencia, la híper-presencia, que le garantizan a nuestros políticos, las extensiones de la técnica, mediante los medios de comunicación, las redes de información o socialización, y el aceitado engranaje que ponen en juego, sobre todo en tiempos de campaña electoral, cuando mediante los dineros públicos, se garantizan este omnipresencia, es cuando más tienen que hacernos sentir que tras toda esa multiplicidad de manifestaciones, que en verdad no son más que los nombres, apellidos y caras de los políticos, no existe más que la ausencia de lo democrático, tanto de su definición en sí misma, como de los valores, la tradición o la teoría democrática. “Es necesario que la Cosa se pierda para ser representada”, afirma con contundencia Jacques Lacan. Esa ausencia, mediante la presencia de sus consideraciones no democráticas, de sus postureos ególatras, de la puesta en escena de la feria de vanidades en que se ha convertido lo democrático, sostiene, refuerza y galvaniza el deseo de que alguna vez tengamos todo eso que nos dicen que tenemos, pero que sabemos que no es así. Podemos ejemplificarlo de la siguiente manera. En el caso de que de cierta forma, lleguemos a creer en la manifestación de que alguien nos diga, nos certifique, sin duda alguna, que existe algún tipo de vida en el más allá (y como es la misma)  o después de la muerte, las religiones dejarían de existir, tal como existen hoy, se modificarían en grado radical. La ausencia de certeza con respecto a lo que nos sucede una vez muertos, es la presencia que sostiene la fe, que es el motor esencial de las religiones y sus derivaciones metodológicas o dogmáticas. En tanto y en cuanto, la democracia, vaya significando, cada vez más, todo aquello que puede ser como expectativa, como finalidad desiderativa, como lo que llegar a ser alguna vez, será por imperio, de la ausencia de tal realidad, manifestada mediante la presencia de políticos que manifiesten una idea, poco democrática, alejado de lo democrático, en nombre de esa institucionalidad democrática.

Aquí se vislumbra con claridad meridiana la complicación gordiana y el grado de perversidad en que ha llegado el juego de presencia-ausencia y la necesidad que tenemos de redimir lo democrático, de salvarlo o rescatarlo.  La propuesta, a nivel filosófico, implementada por Mainländer, es de imposible continuidad. Al acabo de publicar su filosofía de la redención se suicidó, como capítulo final de su vida-obra que incluía el no dejar descendencia para contribuir a no seguir multiplicando la subdivisión que había trazado como síntoma de la muerte de dios, y su retorno lo más rápido posible a lo uno, mediante su propia aniquilación. Sin embargo, esto mismo nos puede llevar a comprender, las razones del porque en muchos lugares en nombre de la democracia se han llevado, acciones ipso facto, que generaron muerte, violencia y caos. Arguyendo, tal vez, que la última ratio es precisamente la sinrazón de los instintos más básicos que más nos alejan de nuestro ser cultural, consideramos sin embargo, que este sendero, ha sido y lamentablemente, aún para algunos lo sigue siendo, harto transitado, sin que nos haya conducido a que resolvamos, ninguna de nuestras disquisiciones estructurales más elementales.

Paradojalmente, mientras las sociedades se debaten en constituirse en más democráticas, más se estarán alejando de esto mismo. Las experiencias en la actualidad (o en ciertas comunidades occidentales) así lo demuestran, en un camino, que tiene un solo destino. La recuperación, la redención de lo democrático, que será otra cosa; otra cosa constituida tras la experiencia acontecida. Lo que dan en llamar democracia directa, participación ciudadana, estados asamblearios o deliberativos, avanzarán hacia perspectivas que dejaran de ser, esto mismo que entendemos como democrático. La presencia de estos nuevos elementos, pondrán en el fárrago conceptualizaciones, que nos harán sentir la necesidad de la ausencia, de aquellos que creíamos necesarios en su presencia o híper-presencia, es decir lo que se da en llamar clase política actual o los politocrátas a cargo del poder en occidente en los últimos años en nombre de lo democrático.

Por supuesto que este proceso no será lineal, ni ascético, ni claro. De hecho, ya ha comenzado, no lo es, no lo será y el solo hecho de pretenderlo ya se constituye en un error de concepto craso.

Todos aquellos que pretendan constituirse en partes hacedoras de este rescate de lo democrático, para que devenga en otra cosa, con sus manifestaciones, en el ámbito que lo consideren, hasta incluso, con posiciones, que puedan porque no, contener, la contundencia de lo silente, estarán contribuyendo, a este caldo de cultivo en el que nos encontramos, para multiplicar la presencia de nuestras consideraciones, ideales, utópicas, hasta confusas y equivocas, de lo democrático. Plantar, infinita e indefinidamente, en todos los lugares que sean un lugar, nuestros semblanteos acerca de la democracia, hará que surja la necesidad compensatoria, de que nos libremos, de que sintamos la pretensión de la ausencia, de esos que hoy, nos saturan con su híper-presencia, los que manifiesta o semánticamente, se definen como democráticos, pero que nos hacen sentir la necesidad de la democracia, pues no la llevan, ni la piensan llevar a cabo, al contrario, la someten, la sojuzgan y en nombre de ella, es que se benefician, personal e individualmente, a costa del perjuicio social y colectivo, para saciar sus deseos y ambiciones más nimias y sectarias, que nada tienen que ver, o muy poco, con nuestra condición de humanos. Independientemente de qué nos suceda, en ese más allá del que trata la religión como la filosofía, lo que nos sucede mientras tanto, es lo que define nuestra calidad de sujetos y eso es lo que está en juego y en valor. Determinar qué clase de bichos somos es la clave de nuestro desafío político colectivo. Ausentarnos de esta discusión genera la presencia de quiénes, falsa y perversamente dicen representarnos en sus viles beneficios. Estar presentes, es dar un testimonio, una reacción, sea cual fuere (preferentemente las que estén libres de violencia, dado que esta metodología ya ha sido probada) para que en esta multiplicidad de voces, de manifestaciones, encontremos la redención; la salvación, el dios político, la convergencia, que seamos todos y ni uno a la vez, sin que por ello, nadie sienta que no pueda manifestar lo contrario y no tenga la chance de ser escuchado y que le den la razón.  

BIBLIOGRAFÍA:

 

Freud, S. Más allá del principio de placer, O.C. T.XVIII, Amorrortu.

 

Lacan, J. El seminario, libro 1, Los Escritos Técnicos de Freud, Paidos, Bs As.

Mainländer, P. Filosofía de la redención. Traducción de Manuel Pérez Cornejo. Edición de Carlos Javier González Serrano. Xorki. Madrid.

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