No existe la oposición pero sí el gabinete ciudadano.-
Reflexión para aquellos que sólo creen en lo establecido, en lo que paradojalmente no existe; es decir el número, la realidad, lo concreto, la línea, lo recto. En nuestra democracia parroquial, monacalmente aterida en una cuestión de fe, que se valida mediante elecciones obligatorias, se viene perdiendo sistemática y progresivamente, todas y cada una de sus razones de ser, profundas como secundarias. No hablamos de valores como la alternancia, de aspectos decorativos, como podrían ser la participación ciudadana o la calidad democrática o elevar el prestigio de los hombres que nos representan sentados en el pináculo. Nos encontramos en un estado de cosas, en donde no sólo que los viejos y grandes problemas o siguen siendo los mismos, sin mejorarse, o se empeoran (el sólo paso del tiempo sin que mejore, prometiendo lo contrario, es un perverso empeoramiento) sino que se socavan, inercialmente, el edificio teórico e institucional, desde el que normativamente hacen aplicar el estado de derecho. No tenemos oposición, no porque esté prohibido por una ley (lo cuál sería burdo, dado que ya se operó de esta manera) sino porque el propio sistema se va devorando sus anticuerpos, su propia conformación, su lógica, su identidad, su espíritu. Por esta misma razón, es que seguimos sosteniendo el gabinete ciudadano, un espacio que no proponga otras cosas, que no sean las previamente digitadas y dimanadas, por la agenda automatizada que gobiernan incluso, las ideas y deseos, de nuestros soberanos.
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